Hace poco más de una semana tenía la noble intención de ser optimista ante el proyecto de Sito Alonso en este comienzo de temporada. Las señales emitidas en el Palau eran muy positivas y el pabellón, su gente y el equipo se contagió. Equipo que rompía, por encima de todo, con la monotonía y un ritmo lento y anodino para ser la agresividad pura y la velocidad como seña de identidad. Era mentira. 4 derrotas consecutivas, unidas a una fragilidad defensiva alarmante y a una vuelta a las tristes dinámicas del Barça de Bartzokas, con los mismos síntomas (inconsistencia, carencias dramáticas en el rebote, defensa floja, colección de pérdidas, etc.) han derrumbado a comienzos de temporada con la ilusión mostrada ante Panathinaikos y Obradoiro en el Palau.

Sí, eran dos partidos, eran en casa y los rivales no eran de una entidad extraordinaria. Ganar era incluso exigible, pero las formas en las que consiguieron los triunfos dieron optimismo al Palau. El equipo, que con incorporaciones como Séraphin, Hanga, Sanders, Moerrman o Pressey ha sumado físico a raudales y capacidad para convertir el equipo en algo realmente incómodo para el rival (falta conjuntarlo pero el potencial defensivo existe) corría, luchaba todos los balones y buscaba por encima de todo ataques rápidos. Otro ritmo. Otra era. El problema, fuera de casa y ante Zalgiris en el Blaugrana todo aquello mostrado anteriormente “desapareció”.

La ilusión, en deporte, ante proyectos nuevos, es algo que siempre asocio a la capacidad de generar expectativas y a algo tan básico y simple como el cambio. El cambio de era, de figuras, de expectativas y de inercias. Con Sito, Nacho Rodríguez y los fichajes en la sección todo parecía indicar que el camino sería positivo. Paciencia hará falta, pero las sensaciones no se corresponden a la ilusión depositada.

En el deporte rey de esta entidad llamada Fútbol Club Barcelona les seré sinceros: No me gusta lo que veo.

Valverde consiguió dotar de orden y de una estructura colectiva acorde al colectivo, y es una excelente noticia. Un equipo que, por encima de todo, me transmite sobriedad y seriedad, que tiene capacidad de controlar, ralentizar y esperar su momento dando muestras de solidez defensiva. ¿Dónde está el problema en esto, si además el equipo “gana”? Pues en las sensaciones que uno percibe y en el gusto personal de quien escribe estas líneas.

Un servidor, antes de orden, quiere vértigo, antes de control quiere velocidad, y antes de solidez quiere ataques fluidos y rápidos. Nada da más fiabilidad que el gol ni mayor sensación de superioridad hacia el rival que tener capacidad para martillear la portería contraria.

Sin estas virtudes y con un equipo más lento que agresivo un servidor se aburre. Es algo personal, uno es consciente de ello, pero sería deshonesto no sincerarse ante esto, aunque los resultados estén por encima de lo exigible, que, no exigido por el club, a la plantilla. Se gana más y mejor de lo que se juega. Y se gana más y mejor de lo esperado, sobre todo tras la humillante Supercopa perdida.

Es octubre y nada puede darse por hecho. Ni en baloncesto se perdió todo, sería injusto no tener paciencia con un proyecto que tuvo la valentía de prescindir costase lo que costase con Tyrese Rice (no era compatible el término ilusión con la presencia de una figura tan dañina a nivel grupal y anímica para el Palau como la del base americano) ni tampoco puede darse por sentenciado a un Valverde que fue superado en verano por el club, y la directiva (ya saben, no molesta) pero que tiene a los suyos compitiendo dignamente en el fútbol. Faltará paciencia, eso siempre es necesario, pero un servidor esperaba “otra cosa”.