Piqué: retrato de una sociedad

Me encantaría acudir a este foro a divagar sobre cualquier cuestión relacionada con nuestro tema de conversación más recurrente, el Barça, como normalmente hago. Pero no, lo lamento. Hoy me es imposible venir aquí a hablar de la alineación de Valverde o la posición de Sergi Roberto. En la medida en la que los componentes de esta web desarrollamos inquietudes más allá del deporte entendido como juego, este espacio es permeable a lo que acontezca que, de una u otra manera, haga eco en esa inmensa caja de resonancia que es el deporte, más en concreto el fútbol.

El balompié goza de una elocuencia envidiable: evidencia al máximo las situaciones. Desempolva la realidad hasta dejarla desnuda y visibilizar su esencia. El fútbol deja en pelotas a cualquier, cuando no nos asilvestra y nos dibuja como cabestros que bajan santos y se acuerdan hasta del primo segundo de un señor que sopla un pito. Cuando se rocían esos bajos estímulos con la gasolina de la confrontación identitaria, fuego seguro. Bien lo sabe Gerard Piqué.

Piqué nació en Barcelona, vivió su infancia en Barcelona -y en el Barcelona- y vive en su edad adulta en Barcelona -y en el Barcelona-. Solo dejó de vivir en Barcelona cuando lo contrató el Manchester United siendo un adolescente. La familia de Piqué es catalana. Hasta el nombre de Piqué es catalán. Piqué es un hombre apegado a sus raíces y a su tierra, como siempre ha proclamado. Jamás, a diferencia de los que le descalifican con la excusa de su sentimiento catalán,  ha querido imponer a nadie cómo ha de pensar, qué tierra debe querer o qué bandera es conveniente ondear, porque Piqué, a lo mejor, sabe algo de tolerancia.

La casuística quiso que justo después del 1 de octubre hubiera convocatoria de la selección nacional. Antes de partir hacia Las Rozas, el mismo día 1, Piqué, tras jugar un partido que jamás quiso jugar, se cuadró ante los medios de comunicación. Y pasó lo que pasó; y dijo lo que todo sabemos que dijo. Horas después, como los represaliados  ciudadanos de Cataluña que le causaron el llanto, Gerard recibió una somanta de porrazos, él en forma de insultos de lo más variopintos y contradictorios. Piqué lloró porque sabe, no como sus azotadores, que la violencia significa derrota.

Si antes decía que el deporte ofrece una visión simplificada ergo inteligible de la realidad, el caso Piqué es una pintura tenebrosa que retrata nuestra miseria, nuestro estancamiento, nuestro no-progreso. Deberíamos plantearnos si hemos evolucionado lo que creíamos en cuestiones que sustentan nuestra convivencia: respeto al pensamiento ajeno, educación en la defensa del pensamiento propio, tolerancia con los que no ven la realidad del mismo modo que nosotros. No podemos permitirnos hacer de la masacre al disidente el deporte nacional.

Del mismo modo, los compositores del hit “no se puede mezclar futbol con política” habrían de comprender que los actores deportivos son ciudadanos con el mismo derecho de emitir valoraciones políticas que un taxista o un tornero fresador. No nos engañemos: incordia el contenido de la opinión política, no el hecho en sí de que el deportista opine de política. El precepto pretende envolver con el manto del cinismo la intolerancia del personal. La mayoría de las veces lo consigue.