Es curiosa la repentina exigencia para con el juego del equipo. Apenas cuatro meses después de su llegada, tres meses tras la marcha de Neymar y dos meses desde que Dembélé, el sustituto natural del brasileño, cayera lesionado, han entrado las prisas con el FC Barcelona. Si el reclamo fuera a la entidad, inoperante en varios (muchos) puntos de su organigrama, en especial el deportivo, no se podría más que buscar otra cosa sobre la que poner el foco, pues resultaría lógico. Pero cuando la diana es Valverde, la cosa cambia radicalmente.

Recapitulemos. Ernesto llegó en julio a un equipo que un mes más tarde sería otro, con elementos comunes, pero esencialmente distinto por el adiós de Neymar. Aun con él en la plantilla, el técnico se encontraba a un equipo que más allá de evidenciar ganas de querer hacer cosas, apenas había mostrado ápices de un fútbol organizado y bien estructurado, a la altura de lo que reclama la entidad, desde que a partir de marzo de 2016, y no tras sin un período de fuertes indicios, el equipo empezó un declive que tocaría fondo primero en París y después en Turín, con una remontada entre medio que se recordará más por épica y goles que por fútbol. En resumen, Valverde se encontró un equipo desestructurado a su llegada, y si la calidad individual había sido el mayor argumento para seguir creyendo, un mes más tarde se veía reducida de forma considerable.

Sin embargo, esa crítica que otrora se había demostrado tan permisiva con Luis Enrique, parece que ahora reclama al nuevo técnico algo más de lo que a día de hoy tiene ya el equipo. Pues más allá de unos resultados que se antojan inmejorables, el FC Barcelona es, a día de hoy, un equipo ordenado y con una idea que parece acercarse mucho más a la que el club se indentifica que lo que en los últimos años, aun en el éxito, lo había sido. A la espera que la fluidez y el atractivo lleguen, así como el mejor nivel individual de algunas piezas, Ernesto ha conseguido dar identidad a la rutina y soluciones a los contratiempos. Lo implica dos cosas de las que carecía el equipo de un tiempo a esta parte.

A mediados de noviembre, parece que con Valverde y el equipo es está individualizando una crítica estructural, algo que de darse en momentos más avanzados de la temporada sería más coherente pero que a estas alturas implica un mal análisis de las últimas derrotas. O, al menos, un juicio prolongado de lo que otros causaron. Que hay sombras en el juego de este Barça es tan evidente como que era algo que se sabía que pasaría. Así pues, calmar el ambiente y aplazar la sentencia, sin dejar de lado la crítica constructiva, parece a día de hoy la mejor de las posturas.