El FC Barcelona ha fichado a Yerry Mina y por primera vez en ocho años tendrá una batería de centrales formada al completo por, pues, centrales. Jugar en la zaga en el Camp Nou rápidamente se convirtió en una tarea extraterrestre para los centrales formados bajo los patrones de juego de la década de los 90s. El juego venía cambiando desde el aterrizaje de Mourinho en la élite, pero fue con Guardiola, y más tarde con Klopp, que este viró finalmente hasta su versión de hoy, y la posición de central cambió radicalmente, con y sin pelota. Y así, los entrenadores más exigentes dentro de este nuevo fútbol, han tenido que tirar de jugadores sin formación de central para poder cumplir con las expectativas más modernas. Touré, Busquets, Mascherano, Song, Abidal o Mathieu, con más o menos suerte, probaron jugar al lado de Piqué. Hoy, no obstante, sus compañeros son Umtiti, Vermaelen y el recién llegado. Es noticia. E incertidumbre.

A pesar de la más que positiva evolución de Umtiti, y la sorpresiva reaparición de Vermaelen, un velo de duda se cierne sobre el colombiano. No solo sobre su nivel, pues aún no ha jugado en Europa y su aparición meteórica en el panorama fútbol lo convierten en un desconocido para la mayoría, sino sobre si puede jugar en el Camp Nou. La respuesta definitiva a esas preguntas solo las puede dar el tiempo. Sin embargo, es la labor del analista recoger la información que hay hasta el momento y tratar de visionar qué puede ocurrir dadas las cosas. Porque es que además, Yerry Mina es un libro abierto de fútbol.

Sus caderas, como las de Shakira, no mienten. Es colombiano. Con mucha menos fama que los argentinos, brasileños o uruguayos, el fútbol colombiano posee una idiosincrasia relativamente fácil de identificar. Más allá del sambenito de la pausa que muchos traducen en lentitud o falta de dinámica, el futbolista colombiano es uno de cadencia y cintura, lo que viene a decir que en la gramática de juego colombiana hay dos cosas muy marcadas: el amago o finta utilizando más la cadera que el tobillo, y un compás de pases que suele leerse en tres pases cortos y uno largo, tal y como enseñó Pedernera hace más de medio siglo. Y así juega Yerry Mina. No por casualidad, sino por convicción. Cuando llegó al fútbol profesional lo hizo bajo el manto formador de José Flabio Torres, el entrenador colombiano de su generación que guarda con más celo los secretos del fútbol patrio. Torres posicionó a Mina definitivamente como central, pues antes también jugaba mucho como volante y soñaba con ser Yaya Touré, y lo involucró en el juego. Ahí estaba todo, pero a muchos se nos olvidaría luego, pues en Santa Fe, que jugaba a lo uruguayo, Yerry se convirtió en un bastión defensivo que funcionaba más como torre impenetrable que como el káiser que es.

No fue sino hasta su llegada a Brasil, un fútbol que comparte con Colombia el gusto por el defensor que ataca, que Mina aprendió qué futbolista es y quiere ser. Con el tiempo, la confianza en su juego fue despertando al jugador y el timing de todo lo ha hecho crecer a niveles insospechados para quien escribe, que vio al jugador por primera vez hace unos años. Y con ello quizás es el momento para lanzarse a la piscina: Mina está listo para jugar los cuartos de final de la Champions League… mañana. El problema que se encontrará en el Barcelona no será tanto de nivel, sino de cultura. Mina juega como un central de hace cuatro décadas, no de 2018. Ese es el fútbol con el que aprendió a leer, escribir y hablar.

¿Qué significa eso? Pues que su juego y su interpretación del mismo no se corresponde a los estándares del central que buscan los candidatos a la Champions League actual. En ese sentido, un futbolista de menos nivel actual, y mucho más verde, como Davinson Sánchez, encaja mucho mejor. Mina juega como si la línea fuese un accesorio poco importante, se lanza al ataque en conducción siempre que tiene un carril libre, tiene rutinas de pase en la lo importante es distraer y no batir la línea – aunque sepa batirla-, defiende jugándosela por el uno contra uno leyendo el momento en el que meter el pie -o el cuerpo- antes que leyendo el devenir de la jugada o aguantando una respuesta colectiva, y juega con mucho menos afán al salir jugando del que se tiene hoy: ante la presión, Mina torea, no la pasa. Y todo lo hace con una tranquilidad que pasma y que bien puede poner los pelos de punta a más de un aficionado.

¿Entonces por qué lo ficha el Barcelona? La primera respuesta es porque es muy bueno. Jugando a lo que juega, es portentoso. Cumple la máxima de que cuando interviene, la jugada se acaba. O roba el balón gracias a una lectura y técnica defensiva en el uso del cuerpo esplendorosa, o, como aprendió en Brasil, hace una falta táctica. No es un defensor violento, aunque sí fuerte y de mucho contacto, capaz de ir abajo con el tackle, y sabe anticipar incluso lejos de su portería. Medido en el anticipo en el área, mucho más vehemente entre más lejos esté de ella. En carrera, cuenta con un primer paso potente, pero pierde fuelle en diez metros, volviéndolo a ganar en carreras más largas gracias a su zancada. En un partido contra la Chile de Alexis Sánchez, sostuvo carreras con el atacante ex Barcelona a campo abierto sin ningún problema. En ese sentido, a diferencia de otros centrales que ha querido el Barcelona en los últimos años, no tiene problemas para jugar con mucho espacio a sus espaldas y, de hecho, el sistema defensivo de Valverde bien se puede adaptar muy fácil a muchas de sus virtudes. Su adecuación más inmediata sería en la zona derecha de la defensa. Aunque ha jugado en la izquierda e incluso en el mediocampo, se ha asentado definitivamente en la zona derecha. Su fútbol es más natural allí.

La segunda respuesta, no obstante, es la de mayor importancia: puede ser incluso mejor. Mina es una esponja. Por la precaria naturaleza del sistema de inferiores colombiano, Mina realmente nunca tuvo una formación futbolística profesional hasta prácticamente su debut. Su formación se ha dado realmente en estos años. Y cada experiencia ha ido moldeando un jugador diferente, o, mejor, ha ido descubriendo facetas de su juego que en otros lados no habían sido explotadas. Y el futbolista es una esponja. Aprende y mejora en muy poco tiempo. Del futbolista que secó a Cavani y Suárez hace un año y monedas con la selección Colombia en su tercer partido como titular, al que hoy día es uno de los hombres más importantes del seleccionado y juega en un candidato a Champions, hay mundos de diferencia. En fondo y forma. Es un mármol que el Barcelona tendrá que cincelar para tener un central para diez años, como anticipó Cuca, quien fuese su entrenador en el Palmeiras de 2016.

Y ese margen de crecimiento está tanto en aprender a jugar bajo los lineamientos de una cultura nueva, como en un refinamiento de su técnica base. Yerry Mina es un futbolista técnico a pesar de que tiene un lenguaje corporal tosco. Su pie es receptivo y encuentra compañeros incluso por callejones estrechos. Asimismo, lleva la pelota controlada en sus incorporaciones de ataques. Nuevamente, a primera vista parece un elefante en un garaje, pero luego no hay errores técnicos mayores en su relación con la pelota. Sí deberá aprender a darle valores distintos a su pase que la trayectoria, pero es algo que se aprende. En Colombia, el central con salida de balón más académica es el zurdo Alexis Henríquez, quien a la edad de Mina poseía problemas idénticos o incluso más hondos. En Barcelona tendrá que ser más austero, cambiar cantidad por calidad y saber cuando sus intervenciones mejoran al equipo y cuando no: en Palmeiras, la respuesta era siempre. En Barcelona, la historia será distinta.

Por último, hay que comentar su faceta más famosa: Yerry Mina marca goles. Su juego aéreo tanto defensivo como ofensivo es del nivel más alto. No se puede pedir más. Sobre todo a nivel ofensivo, Mina es un valor de gol. Su altura, su técnica de cabeceo, la potencia de sus remates, su intuición y su convicción, son armas letales. El Barcelona gana un efectivo que gana eliminatorias. Y si puede domar a la bestia, las ganará por muchas temporadas.