¿La fábula de la liebre y la tortuga?

Es sorpredente lo que le sucedió al Barcelona Lassa en esta eliminatoria de octavos de Champions League ante el Montpellier. El título hace referencia a la fábula para niños en la que la liebre, siendo mucho más veloz, pierde una carrera con la tortuga por exceso de confianza y arrogancia, y ese es el mensaje que comúnmente se extrae. No creo que el Barça pecara de arrogancia, pero demostró ser superior y se encontró derrotado por un rival que es inferior, pero que sabe competir infinitamente mejor y tiene los colmillos mucho más afilados.

Hay que dar crédito al Montpellier, un equipo con poco caché europeo pero de mucho nivel y que, como buen Prometeo, desafía a los dioses; en Francia lidera la liga por delante del todopoderoso PSG, y en Europa se acaba de merendar al equipo más laureado de todos los tiempos. Además, los franceses se aprovecharon del favoritismo azulgrana y jugaron con arrojo, fiereza, pasión y determinación, que se mostró inquebrantable cuando Palmarsson se puso a dirigir al Barcelona en la segunda parte y los franceses parecían a punto de besar la lona.

El Barça tiene un equipazo, un plantillón muy superior al francés, pero pecó de involuntaria indolencia o quizás cierta bisoñez competitiva. Tal vez ahí radica el problema, el Barça compite poco y es un lastre cuando llegan los partidos grandes que el equipo ha notado en los últimos años. Los de Xavi Pascual dominaron con solvencia muchas fases de la eliminatoria; llegaron a ganar de 4 en la primera parte de la ida (9-13), para acabar perdiendo 28 a 25 con una horrorosa segunda parte, y de 6 bien entrada la segunda mitad en Palau (26-20) antes de meterse un tiro en el pie y perder la eliminatoria (30-28).

Lo de la ida fue una segunda parte terrible que sorprendió, pero en la vuelta el equipo tuvo una desconexión todavía más incomprensible cuando parecía todo hecho que permitió a los franceses lograr un parcial de 0 a 5 (y ponerse 26-25) con menos de diez minutos por jugarse que dejó al Barça contra las cuerdas. Del 26 a 20 mencionado anteriormente hasta ese momento sucedieron cosas extrañas; decisiones arbitrales dudosas, varios tiros al palo de Palmarsson y N’Guessan y, sobre todo, fallos tontos como unos pasos de Raúl Entrerríos y una mala recepción de pase de Dika Mem que hizo que un balón fácil le cayera al pie. Ahí es donde el cuadro blaugrana mostró que no está acostumbrado a tener que hincar el diente cada vez que huele sangre. Y para triunfar en Europa es necesario ese instinto asesino.

Nadie duda que el equipo lo dio todo, especialmente en la vuelta, pero el banquillo debe encontrar maneras de mantener los colmillos afilados si el día a día de las competiciones domésticas no lo propicia. Si no puede hacerlo, es posible que haya que cerrar una etapa y traer nuevos métodos. A los culés se nos quedó cara de tontos tras desperdiciar tantas ventajas para acabar viendo al equipo fuera.