Roma 2018: La derrota de nuestros padres

En junio de 2017, después de una temporada que se podría considerar fallida por la caída en cuartos de final ante la Juventus en Champions, sin llegar a competir siquiera la eliminatoria en ningún momento; el Barça, su estructura deportiva y podríamos decir también que su entorno daban por buena la apuesta por Ernesto Valverde. Ellos, los que eligieron, estaban también en el desastre de Roma, que a partir de este momento lo catalogaremos siempre como Roma2018, como si un evento o fecha señalada fuera.

Antes de empezar esta temporada nuestros padres, que son los responsables de dirigir la nave hasta buen puerto y trazar las líneas maestras de la estrategia deportiva y las pautas a seguir, planificaron la 2017-2018 en base a dos preceptos: Reforzar el centro del campo y dotar de mayor seguridad defensiva al colectivo. Habría también un tercer punto a tener en cuenta, seguir renovando la base del equipo de forma paulatina sin vender o perder a ninguno de sus puntales, véase Neymar.

Pasados los primeros meses, con la marcha del astro brasileño al PSG en una decisión que deja al club a una altura que su prestigio o legado no merece, ni sus hijos, uséase aficionados, tampoco; el Barça parecía que había encontrado soluciones a uno de los preceptos. Valverde, estadísticas en mano, dio al equipo una seguridad defensiva sobre la que construiría el equipo.

El otro gran precepto, reforzar el centro del campo (de ahí el intento fallido de fichar a Verratti para darle al colectivo un interior de posesión sobre la que montar el equipo), fue, como mínimo, fallido. En Roma2018 jugaron los mismos centrocampistas que han ido perdiendo hasta ahora todos los cuartos de final de la Champions exceptuando 2015. Aquí, alguien, alguno de los padres de este proyecto, debería al menos plantearse qué hacer con su vida profesional fuera del Camp Nou.

El tercer precepto, que sería un añadido, un accésit, a los dos principales, se perdió en agosto después de la gira de pretemporada en Estados Unidos con la marcha de Neymar. Valverde, que se supone iba a contar con el brasileño, el interior de asociación y otros refuerzos para renovar la base del proyecto 2015, se vio de bruces con la realidad. Su paso por el Camp Nou dependería exclusivamente de su talento como entrenador, de su capacidad para gestionar un grupo humano con más ego y experiencia que energía y el inacabable talento de Messi. Hasta antes de Roma2018 su trabajo era, literalmente, muy cercano a la perfección resultados en mano. Nuestros padres no ayudaron, se quedaron en Sevilla ante el Steaua, en una derrota que podría tener un impacto similar en el imaginario culé.

Lo que sí pertenece a Ernesto Valverde

Hasta ahora, en estos párrafos, la figura del entrenador tenía una importancia relativa en la construcción de un proyecto que idearon nuestros padres, ellos, siempre vinculados al pasado, nunca creyeron en el entrenador como un elemento sustancial. En su día, estos directivos, consideraron que la marcha de Guardiola no era importante y que Tito, su sucesor, era incluso mejor que el de Santpedor. Aunque la enfermedad le robara la opción a defender lo contrario sería muy necio mantener hoy semejante afirmación. Por cierto, uno de sus autores ayer estaba en el palco.

Hasta Roma2018 su trabajo, resultados en mano, era de aplauso a rabiar, aunque su juego dejara más dudas que certezas imaginando su continuidad una o dos temporadas más. Cierto es que, con menos talento y sus principales figuras un año más envejecidas, pretender un espectáculo insuperable rozaba lo utópico.

Otro aspecto en el que el autor de estas líneas no confluye con la línea de actuación de Ernesto Valverde es en la gestión de algunas de las piezas que los padres dieron al Txingurri de cara a esta temporada: Ousmane Dembélé.

El francés tiene miles de defectos y a su edad, menos certezas de las que demanda una entidad que cada año se exige el triplete (ayer mismo, después de Roma2018, Bartumeu confirmó que cada temporada el Barcelona se exige ganar lo Champions o al menos estar en disposición de ganarla) pero es un jugador diferente. Tiene regate, es rápido, no para de intentar cambiar y acelerar la jugada y a ello se le añade capacidad para dar una asistencia. En Roma2018 jugó 10’ con el pescado vendido y podrido para arreglar aquello que los titulares, los que se suponía iban a aportar control, experiencia y competitividad no supieron.

En la ida, que podríamos considerar que se obtuvo un resultado positivo y para ir tranquilo al Olímpico, ya se jugó peor, se controló escasamente el encuentro y sólo el escenario y el miedo de la Roma permitieron que la eliminatoria pareciera cerrada. Ousmane entonces tampoco estuvo.

Que Dembélé o Aleñá, vistos los resultados y el juego, hayan tenido un papel tan reducido en esta temporada sí compete directamente al Txingurri en el reparto de responsabilidades. En un proyecto nuevo, que debe destacar por encima de otras cosas en una ola de energía positiva y la juventud y ambición de piezas nuevas, el resultado ha sido un conjunto ordenado, disciplinado, envejecido y falto de sonrisas. Ousmane y Aleñá, junto a Coutinho y Mina en invierno, deberían representar aquello que le faltó al proyecto que crearon, fallidamente, los padres. Roma2018 simplemente fue el entierro, o la escena patética, de una película sin un buen guionista y unos productores que abandonaron prematuramente al director al que llamaron en aquel mes de junio de 2017 después de que un mito como Luis Enrique se fuera a transitar con su bici después de hacer correr a su Barça.

Ahora, a la espera de ver cómo acaba la temporada, con los escándalos que tengamos que presenciar para que el circo siga siendo circo, los padres deberán tomar decisiones. Bien harían en no basarlo todo en lo que hagan en la acera de enfrente ni tampoco en Roma2018, que las temporadas duran 9 meses. Cierto es, olvidarse de Roma2018 sería una irresponsabilidad parecida a la magnitud del encuentro en la capital italiana.