Hoy comienza la Euroliga 2018-2019 para el Barcelona Lassa, que empieza la competición visitando al mayor presupuesto del continente, casi una derrota segura, siendo realistas. Una Euroliga que al Barça le ha venido gigante desde el cambio de formato. Por unos motivos u otros el club no ha dado con la tecla para siquiera ser competitivos, y este año la fórmula es mixta, un híbrido entre continuidad y cambio.

Es de suponer que en esta Euroliga haya cuatro batallas paralelas:

-1ª plaza: La librarán Real Madrid y CSKA, dos auténticas máquinas de ganar partidos y que han de irse por encima de las 20 victorias. Dos arsenales ofensivos.

-3ª plaza: Fenerbahce y Olympiacos, dos equipazos con una identidad muy definida, pero más cortos de talento que los arriba mencionados. Les pueden igualar en una F4, pero a 30 partidos es difícil que les alcancen.

-5ª-8ª plaza: Realmente es la batalla más dura, pues entre 7-8 equipos se disputarán cuatro plazas. Uno imagina a Baskonia, Efes, Zalgiris, Barça, Panathinaikos, Milan o Khimki moviéndose en balances parecidos, separados por una o dos victorias, por lo que el basketaverage y los duelos directos se antojan vitales.

-Últimas plazas: Herbalife, Buducnost y Darussafaka parecen ser los equipos más débiles de la competición, y entre ellos deberían jugarse las posiciones finales de la tabla. ¿Dónde colocamos a Maccabi y Bayern? Son equipos, sobre todo los amarillos, que deberían asomarse más a los puestos de arriba que a estos de abajo.

Es de prever que el Barça se sitúe en esa 3ª línea de élite peleando por entrar en playoffs, a la par con muchos equipos en una lucha que promete ser encarnizada. Algunos de esos rivales no tienen mejores plantillas, pero sí han demostrado ser mejores equipos. Proyectos consolidados como Panathinaikos, Zalgiris, Baskonia o Khimki ya parten con ventaja con respecto a culés, Milan o Efes.

El fracaso del Barça en estos dos años de nuevo sistema de competición se explica de manera sencilla. Errores groseros de planificación en ambos, una avalancha de lesiones en el primero y una flojísima gestión desde el banquillo en el segundo. Los comienzos en los años de Bartzokas y Sito Alonso fueron malos y el Barça fue a remolque hasta acabar hundiéndose tanto que salir a flote fue imposible. Eran dos proyectos nuevos con la obligación de competir al más alto nivel mientras se construían, y esta competición no da tregua. Empezar con buen pie se antoja fundamental o, mejor dicho, resistir el comienzo y no hundirse, pues el inicio es muy duro.

Visitar a CSKA, viaje a Gran Canaria, recibir al Bayern, fuera contra Darussafaka, Maccabi en el Palau, visitar en 12 días a Bartzokas, Saras y Pascual, recibir a Milan y Fenerbahce. Es decir, 6 salidas (las 6 en las 8 primeras jornadas) y cuatro partidos en el Palau. Salir con balance igualado parece un reto realista conforme el equipo vaya cogiendo forma y ritmo.

Los de Pesic no pueden fallar en partidos asequibles en casa como en años pasados, así como hay victorias irrenunciables a domicilio si se quiere aspirar a los playoffs. El equipo tiene que empezar a comportarse de manera lógica, ganando a los rivales inferiores y compitiendo ante los superiores, no como otras veces donde el equipo parecía un tanto bipolar. Es tarea del serbio construir un equipo estable y sólido, que fue lo que hizo en el poco tiempo que estuvo la temporada pasada. La fórmula para hacerlo viendo la planificación parece que será hacer un equipo muy duro, intenso y que, al menos, tenga personalidad, la que le confiere el carácter de su entrenador.

La versión competitiva de su Barça 2018 más la remodelación de la plantilla deberían bastar para competir por acceder al TOP 8 y librar una batalla digna contra cualquiera de los «cocos» en cuartos, pero no más. Ojalá el barcelonismo pueda volver a ilusionarse con una competición preciosa que se ha convertido, más bien, en una tortura.