Era un día más. Nada era diferente, no desde que Lisa había fallecido. Con Brandy, el perro que regaló a ella, a cuestas, Tony paseaba hacia el cementerio para visitar la tumba de su mujer, esperando poder pasar un nuevo rato nostálgico consigo mismo que le llevara a la inevitable conclusión de que su vida ya no valía la pena. Porque en el momento en que Lisa ya no estaba, para Tony nada era suficiente como para agarrarse a ello. Era su gran amor, con el que había pasado los mejores momentos de su vida, y él sabía que eso no volvería, así que decidió que ya nada valía la pena. Sin embargo, aquél día sí fue distinto, pues a su llegada al cementerio se encontró con que, esta vez, no estaría él solo. Acababa de conocer a Anne, una mujer mayor que Tony que también visitaba la tumba de su marido.

Por sus charlas, parece que Tony encuentra en Anne a su alma gemela, en lo que se podría haber convertido Lisa con el paso de los años. E igual que Tony y Lisa, Anne parecía haber tenido un vínculo muy especial con su marido, algo que Tony rápidamente percibe. Ante tan idénticas situaciones, pronto se convierten en apoyo el uno del otro. Pero así como Anne parece haber aceptado que su marido ya no volverá y que tendrá que aprender a vivir y disfrutar sin él, Tony vive en un constante estado de negación. Una forma de entender su vida que a lo largo de la serie la influencia de todos los personajes parece darle la vuelta, mérito que atribuyo, principalmente, a Anne.

Y es que es ella la que, aun compadeciéndose de Tony, le hace ver que hay vida más allá de Lisa. Que nada volverá a ser lo mismo, pero que no todo tiene que ser malo. Que hay gente en su vida y aspectos de su vida que valen la pena y que son suficientes como para no renegar de todo. Que si bien Lisa le hizo ver que era perfecta, era mejor pensar que alguien podía llegar a acercarse mucho a lo que era que no ver en todo el mundo un conjunto de insuficiencia inmutable. Anne le hizo ver a Tony que, a pesar de perder lo mejor de nuestras vidas, pueden seguir llegando grandes momentos.

Esa persona que Tony encuentra en Anne, esa que le hace ver que después de Lisa hay más, y que lo hace desde una posición similar a la de Tony, con la credibilidad posterior que eso le acredita, esa figura es de lo que ha carecido el barcelonismo más dogmático desde la marcha de Pep Guardiola. Porque el adiós del técnico catalán fue una pérdida que muchos todavía no han superado, una figura que reivindican a cada instante, pero no como elevación de su figura, sino como argumento a la insuficiencia del resto. Nada es bueno porque nada es Pep.

Estos barcelonistas, a los que podríamos llamar neocruyffistas o juegodepositionners, no reconocen nada como propio, ni siquiera reconocen grados de acercamiento a lo que ellos creen que es su modelo a seguir. Si no es eso, y solo eso, no es reconocible, y da igual si es Tata, Luis Enrique o Valverde, son todos iguales, a pesar de ser tan diferentes, pero lo son porque ninguno es Pep. Y la mayor evidencia es la falta de reconocimiento a Frank Rijkaard.

En sus análisis, el holandés siempre es un elemento extraño. Sin querer reconocerlo como propio, pero no atreviéndose a dejarlo completamente fuera. Las coletillas “jugó en Italia”, “tiene cosas de Sacchi” u otras similares no dejan de escribirse todavía hoy. Nunca un entrenador tuvo un entorno tan carente de análisis. Todo eran las piruetas de Ronaldinho, el Decosistema y sostener todo en que “era un equipo que dependía exclusivamente de las individualidades”, lo cual se usó como argumento para justificar su debacle. Un estudio tan superficial que ni siquiera podía catalogarse como tal, llegando a desacreditarlo con la comparación con un equipo de balonmano. El paso de Frank por el Barça, pues, estuvo huérfano de análisis.

En cierto modo, no interesa, porque lo que vino después tuvo un impacto tan potente, que a Frank se le recuerda como un “casi, pero no”. Con la permanente idea de no ser suficiente… ahora. Porque antes de Pep, Rijkaard sí llegó a ser algo parecido a Lisa, algo parecido a Cruyff. Avalado por él y por la Champions que logró, privada a Van Gaal años antes y que pudo llegar a descolocar por completo el discurso neocruyffista de haberse logrado. Pero el desastroso final de Frank dejaron de él un difuso recuerdo que Guardiola acabó de difuminar. Rijkaard es lo que en su día fue (y todavía es) Van Gaal, una potencial Lisa cuyas derrotas y su carencia de dogma le dejaron en el camino.

A diferencia de Frank, Pep sí llegó a ser Lisa, a lo que contribuyeron su juego, títulos, distancia en el tiempo con Cruyff y un final mucho menos catastrófico en lo deportivo. Y aunque Rijkaard había sido una figura a la que reivindicar como una de esas cosas que valen la pena después de perder lo mejor que había pasado, ahora ya no merece mención en lo que se quiere llegar a ser.

Y es que el neocruyffismo carece de Anne. O, mejor dicho, no es Tony. Porque no faltan personajes que demuestren y argumenten una y otra vez que no todo es Guardiola, pero sí falta madurez para aceptar que, quizá, Anne esté en lo cierto y no todo después de Lisa es un drama. No hay razonamiento, porque el neocruyffista ha decidido que el fútbol ya no vale la pena. Y habrá un día en el que reconozcan a alguien como algo cercano a Lisa pero mientras se encierren en sí mismos y no encuentren a su Anne, ese día cada vez tardará más en llegar. Contradiciendo la hipótesis inicial, a esta historia no le faltan Annes, le faltan Tonys.

Personajes e historias extraídos de la serie After Life, de Ricky Gervais