“Si quieres que la gente te escuche, no puedes limitarte a darles una palmadita en el hombro, hay que usar un mazo de hierro. Solo entonces se consigue una atención absoluta”.

No es que el Barça deba tomar al pie de la letra la filosofía de John Doe, pero podría decirse que su entrada en el mercado de fichajes de este verano es la aplicación práctica de estas palabras pronunciadas por el personaje de Kevin Spacey en la maravillosa Seven. Ha intentado volver a estar entre los mejores de muchas maneras, pero finalmente ha elegido el atajo más simple, una inyección económica muy importante que ha sacudido los cimientos del viejo continente. Y no ha de ser ninguna vergüenza reconocerlo porque es lo que ha hecho el propio Barça en múltiples ocasiones y lo que han hecho los tres grandes dominadores europeos del último lustro.

Desde mediados de julio la plantilla del Barça está cerrada. Primera buena noticia. A falta de los mundialistas Pesic empezará la pretemporada con todos sus efectivos sin esperar llegadas sobre la bocina. Contará con el mejor plantel desde 2012 tras la llegada de cuatro jugadores que aportan un salto de calidad extraordinario a un equipo en una clara dinámica de crecimiento y que necesitaba ese plus. Segunda buena noticia. El fichaje de Mirotic, más allá de su aportación puramente baloncestística, es de un impacto inmenso para la sección. Tercera buena noticia. Y quedará vacante una segunda plaza extra por si hubiera que reforzar el equipo en invierno. Cuarta buena noticia.

Muchos han querido ver un paralelismo entre esta inversión y la del verano de 2002, también con Pesic al mando, pero a diferencia de aquella esta no garantiza nada. Y el camino al cetro poco tiene que ver. Para empezar aquel Barça se llevó la Euroliga jugando 22 partidos. Si quiere repetir los de Pesic tendrán que jugar 39 partidos como mínimo.

Verano del 2002

La ACB que se encontró el serbio en su 1ª etapa poco tenía que ver con esta. Era una competición mucho más abierta donde el vigente campeón TAU perdió de una tacada a Tomasevic y Oberto, que convirtieron automáticamente a Valencia en contender al sumarse a la disciplina taronja. El Real Madrid aquella temporada 02-03 tocó fondo acabando décimo tras el fiasco del proyecto Imbroda, que había relevado a Scariolo tras dos años en blanco. Así pues, en España parecía claro que la apuesta era garantía de volver a ganar, pero en Europa habría que pelearlo más pese a que entonces tampoco había dominadores clarísimos sino una igualdad extrema y con muchos equipos en procesos de transición. Los italianos, griegos, CSKA, Maccabi y Baskonia luchaban a muerte por cada F4, seguramente más difícil que ahora por el formato de liguilla en Top 16 en el que solo pasaba el primero.

El Barça llegaba al 2002 tras una temporada decepcionante en la que se había quedado sin títulos. Tanto en Copa como en Liga el Baskonia de Ivanovic se impuso a los de Aito pese a los intentos de Jasikevicius, demasiado solo a la hora de la verdad. Si un año antes la inoportuna apendicitis de Pau Gasol privó al Barça de luchar por una Euroliga que con la explosión del de Sant Boi pintaba muy bien la edición 01-02 acabó de manera más lógica a manos del mismo verdugo, la Benetton de Treviso. Ya habría tiempo de vengarse.

Perder en semis ACB ante los gasteiztarras pese a gozar del factor cancha fue la gota que colmó el vaso de una directiva que quería la Euroliga y la quería ya. Si la Jugoplastika había sido el verdugo a comienzos de la década en el 96 y en el 97 fueron los gigantes griegos quienes siguieron con la maldición continental del Barça. Primero el atraco en París con el tapón de Vrankovic y luego mucho más justamente el Olympiacos de David Rivers vencieron a los culés. En el 2000 se asomó a las semifinales, pero Maccabi volvió a alejar del sueño a los de Aito. Y es que cuando no era una cosa era otra, pero el Barça nunca ganaba. ¿Cómo solucionarlo?

La fórmula y el contexto

La estrategia fue clara, reducir la plantilla en cantidad y mejorarla en calidad. Salieron Karnisovas, Digbeu, Okulaja o Rentzias para dejar sitio a Femerling, Fucka y Bodiroga. Con el alemán se buscaba otro pívot con kilos por el delicado físico de Dueñas, mientras que con Fucka se contrataba un “4” completísimo que se sabía el basket europeo y que en esa última temporada 01-02 había hecho muchísimo daño al Barça con la Fortitudo Bolonia. Fucka y Barça se necesitaban mutuamente para ganar de una vez. El esloveno se había malacostumbrado a ser segundo con la Fortitudo tanto en Italia como en Europa frente a sus vecinos de la Virtus o Treviso. Dejan Bodiroga directamente era trampa. Suponía fichar al jugador que más te acercaba al trono. Aterrizaba en el Palau tras exhibirse con PAO en la F4 de Bolonia ante la anfitriona Kinder de Ginobili, Smodis, Jaric, Rigaudeau, Andersen y Messina, proclamándose héroe de la proeza junto al maravilloso Kutluay y preparándose para el Mundial de Indianapolis. El resultado fue el mismo. Campeón y héroe de la final ante la Argentina de Ginóbili, otra vez víctima del genio de Zrenjanin, aunque esta vez muy disminuido por una lesión. No se recuerda en el baloncesto europeo a un jugador capaz de dominar desde tantos sitios de la cancha.

El Barça también se aprovechó ese año de un cambio en el basket europeo. Superada la escisión de la 00-01 el mapa continental se reordenó y se empezaron a asentar las bases de lo que desde entonces sería la Euroliga. Para empezar los dos últimos finalistas se debilitaron. Panathinaikos perdió a Bodiroga y la Virtus a Ginóbili, Jaric y Messina, comenzando así un descenso inmediato a los infiernos. El técnico italiano cambió Bolonia por Treviso, donde Benetton invirtió dinero para aspirar al trono tras quedarse a las puertas varios años. Charlie Bell o Nachbar abandonaron el proyecto, pero ahí seguían Marconato, Edney, Garbajosa o Bulleri y se unió en su 1ª experiencia europea Trajan Langdon.

Con la caída de su vecino Virtus la Fortitudo siguió en su intento de dominar por fin el continente, pero tan cerca como tan lejos. Tuvo la ocasión de colarse en la F4 de Tel-Aviv 2004 a través de un grupo de Top 16 asequible y luego se metió en la final tras vencer a la Benetton, pero los Smodis, Delfino, Mottola, Belinelli o los futuros culés Basile, Lorbek o Vujanic fueron barridos por Maccabi en el duelo por el cetro. No tardarían los italianos en tirar la toalla definitivamente.

Comenzaba entonces su escalada en el Pallacanestro y en Europa Montepaschi Siena, que de la mano de Ergin Ataman en el banco y Turkcan, Kakiouzis o el fallecido Alphonso Ford se metería en la F4 de Barcelona y en solo unos pocos años se haría dueño y señor de Italia. Lo intentó en Europa ya con Pianigiani dirigiendo y los McIntyre, Lavrinovic, Kaukenas, Sato o Thornton en pista, pero a pesar de presentarse en varias F4 siempre le faltó un paso para imponerse a los mejores.

CSKA no disputó la final a cuatro de 2002 y desde entonces decidió que no faltaría a ninguna con excepción de la de 2011, donde ni siquiera pasó la 1ª fase. Con Ivkovic a los mandos y tras el adiós de Giricek, Wolkokysky o McCants en 2002 los rusos tuvieron que reconstruirse poco a poco, compitiendo cada año y paulatinamente sumando piezas que finalmente construirían el CSKA más temible que haya conocido la competición, con Messina en el banquillo y los Holden, Papaloukas, Langdon, Siskauskas, Smodis o Andersen en el parquet.

Maccabi por su parte se había impuesto a los moscovitas en esa competición paralela a la Euroliga 2001 y David Blatt asumió el reto de llevar a los macabeos un paso más adelante. Los Sharp, Vujcic, Parker, Blu o Burstein necesitaban esa pieza mágica que les catapultara al siguiente nivel. Y fue el Barça quien se la regaló tras el triplete de 2003. Jasikevicius le dio todo lo que le faltaba a los de Pini Gershon y así les fue, convirtiéndose en seguramente el campeón más arrollador de la era Euroliga.

Para PAO la pérdida de Bodiroga fue durísima a corto plazo e intentó volver a dominar, pero esos años de dominio de Maccabi le sirvió a los del OAKA para crear la base de jugadores que luego dominarían el continente con tres títulos en cinco años e impidiendo que el CSKA de Messina hiciera lo propio. Un año eran Becirovic y Siskauskas los elementos adicionales, otro Spanoulis y Jasikevicius y otro lo fueron Nicholas o Calathes, pero por encima de todos ellos Mike Batiste y, especialmente, Dimitris Diamantidis.

Otros dos gigantes pasaban por mala época. Olympiacos no ganaba una Liga en su país desde el 97 y tampoco le iba mejor en Europa. En ese verano del 2002, tras quedarse a las puertas de la F4 de Bolonia a manos de PAO, además perdió a tres de sus mejores hombres. Alphonso Ford se fue a Siena, Risacher a Unicaja y Papaloukas a CSKA. A partir de entonces dos-tres temporadas muy malas y después el crecimiento paulatino de la inversión mientras rozaban las F4 a partir de apuestas como Bourousis, Macijauskas, Greer o Teodosic hasta llegar a la definitiva ya con Giannakis a los mandos. Con Papaloukas de vuelta, Kleiza, Vujcic o Childress por fin pisaron una F4, pero el Barça les barrió en París y PAO en la liga helena. Tuvieron que cambiar el plan y agarrándose a Spanoulis empezaron a construir el gran Olympiacos que se ha visto desde 2012 hasta hace poco.

El Real Madrid era el otro gigante dormido. Desde la Euroliga de Zaragoza en el 95 los blancos perdieron su sitio en el continente, no superando los cuartos ningún año a excepción del 96 y quedándose en un segundísimo plano. Durante 15 años el antaño gran dominador europeo dejó de existir. Una ACB suelta con Scariolo por aquí, el milagro del triple de Herreros por allá y el proyecto Plaza que no fue mucho más allá, pero los blancos no encontraron ninguna estabilidad desde la marcha de Obradovic. Ni siquiera Messina logró reconducir un club decadente. Hasta que llegó Laso y le empezó a dar sentido a todo con la complicidad de una gran dirección deportiva y del club.

2019

Aquel Barça fue un proyecto tremendamente cortoplacista por la urgencia de ganar de una vez por todas la Euroliga aprovechando la Final Four en casa, pero luego cometió el terrible error de dejar marchar a Sarunas Jasikevicius, que a la postre ganaría tres Euroligas de manera consecutiva confirmándose como el jugador sobre el que el Barça debió haber hecho girar su futuro. En su lugar llegó Ilievski, se aceleró la caída de Bodiroga y tan pronto como ganó dejó de hacerlo y acabó recurriendo a Ivanovic un par de años después para construir un nuevo proyecto junto a Zoran Savic, un sonoro fracaso que acabó con Xavi Pascual a los mandos y  Creus en los despachos. Y gracias.

La igualdad que rompió el Barça en 2003 a base de chequera es una situación imposible de repetir por la existencia esta vez de un coloso como el Real Madrid, que domina claramente en España y también en Europa junto a Fenerbahce y CSKA. Esta inversión le sirve al Barça para igualarse con ellos en cuanto a plantilla, pero nunca para sobrepasarlos (igual sí a CSKA) como sí pasó entonces.

Es un equipo para competir cara a cara contra cualquiera y ya sin excusas. Tiene algunas dudas que resolver y necesita tiempo para crear esa química de equipo campeón que ya tienen los de Itoudis, Laso y Obradovic, pero lo primordial era darle los ingredientes a Pesic para que pudiera hacerles frente en igualdad de condiciones. Esta temporada y media ha competido y ha perdido cuando el rival era mejor, pero siempre con una sensación de inferioridad que se justificaba por la diferencia de plantillas. Ya no.