Ocho de marzo de dos mil diecisiete, casi las diez y media de la noche. Neymar ejecuta de forma magistral una falta al borde del área que había forzado él. La situación de la pelota era algo escorada pero la coloca en la misma escuadra por encima de la barrera. Minuto 87. Golazo. A buenas horas, vaya chirlo pero más inútil que la g de gnomo, pensamos muchos. Aunque él se dirigió hacia el centro del campo al sprint y con cara de concentración.

Tres minutos más tarde el brasileño asume la responsabilidad de lanzar el penalti que podía dejar el milagro al alcance de los dedos. Toma esa carrerilla tan particular y lo mete engañando al portero. Agarra el balón de dentro de la portería para volver rápidamente hasta el círculo central donde no deja de subir y bajar ambos brazos animando al estadio. Neymar cree y el Camp Nou también. Caldera a presión.

Pasan cuatro del noventa.  Ney lanza una falta frontal casi en medio campo provocada por Ter Stegen. Queda corta, le llega el rechace a su pie derecho, faltan segundos y hay ocho azulgranas en el área. El brasileño decide cambiársela de pierna esquivando la presencia de Verrati y la mete al área con la zurda. Balón liftado por encima de la defensa y al borde del área pequeña Sergi Roberto la mete para adentro. ÉXTASIS.

Fue su noche. Él sabía que había sido su gran noche. Si no fue su mejor actuación en Champions, sí fue la más transcendente en el papel de protagonista. Él lo sabía y todos lo sabíamos. Esa noche Robin salvó a Batman.

Minutos después, los que no nos habíamos ido a la cama mosqueados empezamos a levantarnos del suelo del salón, a dejar de frotarnos los ojos (más o menos empañados) y nos metimos en twitter para comprobar que lo que acabábamos de ver había sido real. Y a los pocos segundos todo se inundó con LA FOTO. Costaba distinguir usuarios porque se habían puesto la misma foto como avatar. Messi subido a la valla lo inundaba todo. En el foco de Gotham seguía apareciendo la sombra del murciélago.

Uno puede imaginar que, si la pirámide de Maslow para una súper estrella solamente tiene escalones de ego y reconocimiento, aquella noche la de Neymar fue destruída como la Casa Blanca en Independence Day. Y si ya es difícil reconstruir un jarrón cuando se rompe, imaginemos una pirámide.

En una de esas paradojas de la vida, el día más alegre para él fue también en el que vio de forma cristalina que el Barcelona nunca sería el equipo de Neymar;  que se puede querer a muchos pero sólo amar a uno;  que el corazón culé es monoteísta y tiene claro quién es su único D10s.

Llegando así a ese maldito punto en una relación de pareja en el que sientes que das mucho más de lo que recibes;  que por mucho que lo intentes, nada es suficiente para que te hagan sentir especial. En el que te das cuenta que si quieres volver a sentir las mariposas en el estómago, la ilusión y la magia, debes buscarla s en otro lugar. Y si en esos momentos de autoestima tocada aparece alguien que sí te hace sentir único, a quien le brillan los ojos con solo mirarte, que te dice que eres el más guapo, alguien que cuando sientes que tu luz se apaga es capaz de iluminar la Torre Eiffel para ti… pues la ruptura está asegurada.

Ninguna ruptura deja a las partes indemnes. Son momentos en los que salen a flote muchos sentimientos y ninguno suele ser bueno. Trastos a la cabeza, discusiones, cobro de facturas pendientes, una espiral  de daño mutuo, de acusaciones, de ataque y contraataque. Despecho y rabia.

Tras esto te encuentras en la ciudad del amor, viviendo el romance perfecto. Siendo el centro del universo para tu nueva pareja. Vives en la nube de la pasión de los comienzos. Pero el amor es eterno mientras dura y enseguida ves que éste va a durar poco. Porque esta nueva historia más que amor ha sido necesidad. Un roto para tu ego descosido. Un idilio artificial que, aunque te colmase al principio, es incapaz de hacerte olvidar la pureza del amor verdadero.

Cada día echas la vista atrás recordando tu anterior etapa. Y, evidentemente, después de la tempestad solamente te acuerdas de lo bueno, porque tu cerebro parece empeñado en repetirte un único mensaje: no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Te das cuenta que a pesar de  no ser perfecto, sí era el amor de tu vida.

Y decides hacer la segunda cosa más difícil del mundo. Tragarte tu orgullo, porque es mejor perder el orgullo por alguien que se ama, que perder a alguien que se ama por el orgullo. Y decirle a tu ex que te mueres por volver. Y la otra parte decide hacer la cosa más difícil del mundo. Tragarse su orgullo, aunque de primeras te hace pagar peaje como en esa escena de Bohemian Rhapsody que dejan solo a Freddie mientras el resto hace como que se lo piensa en el pasillo. Y decirte que ella también se muere por volver.

Puede que los sucesos y personajes retratados en esta película sean totalmente ficticios. Que cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia. O puede que no. O puede que a medias. Pero lo que tenemos claro es que el final más bonito para esta película habría sido ver a Neymar empapado por la lluvia tras un paseo en barca, regresar al Barcelona diciéndole  “lo nuestro no acabó, jamás ha acabado”.