Por @PapitoOscar

En Brooklyn Follies, una magnífica novela del escritor norteamericano Paul Auster, su protagonista regresa a NYC supuestamente para escribir un último libro de anécdotas y acabar muriendo en el barrio neoyorquino que le vio nacer. Nada más lejos de la realidad, quizá estaba muerto hasta ahora y es precisamente en ese retiro espiritual en sus últimos años de vida, cuando nuestro protagonista comienza realmente a vivir en plenitud.

Este Barça y más concretamente el jugador que ha monopolizado el fútbol mundial y por supuesto su club, parece como aquel elefante que se acerca a su cementerio para morir en paz, después de unas piernas llenas de recuerdos, de huellas del tiempo. Testigo de las maravillas más asombrosas que se vieron en un terreno de juego, protagonista de hazañas tan brutales, que si no fuera porque hemos sido testigos con nuestros ojos, jamás creeríamos.

Las piernas no le dan para, como comentábamos hace unas semanas en el artículo de  «Leo Montana»; ser el quaterback y el receptor del pase. Llegó el momento de elegir, y si él no es capaz de hacerlo, lo tendrán que hacer por él, antes de que muera entre dos aguas y sin saber porque ya no es capaz de llegar solo a la orilla.

Es evidente que todavía sigue siendo el mayor talento del fútbol mundial, pero ya no puede ser él solo el esqueleto de este equipo, pero sí la guinda. No es ya un tema de construir alrededor de él, sino de hacerlo para que sea «solo» la diferencia y no el motor de cada jugada.

Que este Barça ha mejorado en varios aspectos de juego con Setién es algo más que evidente, que se ha alcanzado el nivel que nos dará el buen juego como denominador común y por ende los títulos correspondientes, ya no queda tan claro. Seguimos siendo un castillo de naipes que, al menor soplido, como el arreón blanco al cobijo de su estadio, tiembla y se viene abajo. Se podrá decir que se fallaron ocasiones clave frente al marco rival, el manido «se perdono» y sin embargo habría que analizar porque no se materializan supuestas oportunidades claras. Quizá es que ya no se crea que uno merece marcar, quizá no se sienta autorizado para ello. Empoderado para poder materializar estas situaciones manifiestas de gol. Ya sea algo psicológico o puramente físico, no se llega. Esa es la clave.

Hoy por hoy solo existen dos opciones, para nada incompatibles; intentar acabar la temporada con los mecanismos suficientes, que generen la confianza en el grupo necesaria para optar a alguno de los dos títulos en juego. Y dos; romper con todo este verano y ejecutar una catarsis que nos permita renovar ilusiones, actualizar ideas y volver a ser el Barça que gana, pero sobre todo que nos divierte cada vez que pisa el terreno de juego. Quizá es el momento de volver al barrio que nos vio nacer, pero no para morir, sino para vivir nuestros verdaderos sueños.