En un momento tan atípico como este, llegan las elecciones a la presidencia del Barça más importantes en décadas. Siempre las siguientes parecen las más trascendentales, pero en este caso realmente lo son, porque en el Camp Nou conviven hoy cuatro pandemias, la sanitaria, la económica, la futbolística y la institucional. Y sobre todas ellas sobrevuela el incierto futuro de Leo Messi en un Camp Nou vacío.

Cuando en 2015 se celebraron las últimas elecciones el Barça venía de ganar el triplete, con posiblemente la mejor delantera de su historia, Messi, Suárez y Neymar prometían años de esplendor en un equipo que se había mostrado indomable en los primeros meses del año. Menos de seis años después el panorama nos recuerda más a 2003 que a 2015. La crisis deportiva e institucional que vive el club hizo saltar por los aires a Josep María Bartomeu que
ganó aquellas elecciones con casi un 55% de los votos.

Así se presentan unas elecciones que como siempre presentan precandidatos o propuestas más o menos atractivas con otras rocambolescas, desde el ofrecimiento de porciones de pizza a cambio de firmas, la idea de derribar el Camp Nou para jugar tres años en Montjuic, o proponer en pleno 2021 a José María Minguella y Charly Rexach como renovadores del Barça. Nadie representará, al menos formalmente, al continuismo en las elecciones, básicamente
porque no hay nada que continuar, el club está más vacío que las gradas.

Visto el panorama, Víctor Font se presentaba en el momento de anunciarse la convocatoria de elecciones como la propuesta más solvente. Tras años anunciando su proyecto y con Xavi como bandera, a priori parece la candidatura más preparada, con un organigrama bien diseñado que hace recordar a los tiempos más esplendorosos de La Masía. Sin embargo, su imagen de programa pensado a conciencia se ha visto manchada con errores provocados desde la propia candidatura, desde el fichaje y despido inminente de Jordi Majó, a los asteriscos que pusieron sobre su propio nombre Xavi Hernández y Jordi Cruyff cuando fueron anunciados por el candidato. Pese a que parece probable que  ambos formarían parte del proyecto si Font alcanzase la presidencia, no parece existir mucha coordinación entre los anuncios del candidato y los mensajes públicos de sus reclamos electorales.

Estos nervios y titubeos de Font parecen ir en aumento desde que apareció Joan Laporta, que una mañana de diciembre plantó una enorme pancarta enfrente del Bernabéu y se convirtió en el protagonista de la campaña. Nadie podía imaginar que tras ser arrasado por Bartomeu hace menos de cinco años (perdió por más de 20 puntos), en 2021 apareciera como favorito.

El nuevo Laporta aparece peinando canas, no disimula las arrugas y muestra un perfil calmado y conciliador en el que incluso apuesta por normalizar relaciones con Sandro Rosell. En este propósito se ha quitado la corbata de la cabeza y se la ha vuelto a colocar en el cuello y parece haber olvidado un pasado no tan lejano de fiestas en locales nocturnos, yates o piscinas, ahora apuesta por la concordia, el saber estar y la experiencia. Laporta parece un actor de Hollywood de éxito, que en pleno auge se pasó al cine comercial con comedias bizarras y que ahora
quiere volver a hacer cine de autor. Está por ver si el socio le da una nueva oportunidad, no ha hablado apenas de nombres, pero puede valerle porque a Joan Laporta nadie le va a desmentir su principal reclamo electoral, porque es él mismo.