RECORDANDO EL FUTURO DE SERGIO BUSQUETS

La neuropsicología parece demostrar que al evocar un recuerdo y al pensar en el futuro se activan las mismas regiones del cerebro, de manera que los simulacros de la imaginación crean “dibujos mentales” que se extienden, como una mancha de aceite, en todas direcciones. Así, aunque la nostalgia se nos aparezca como una forma de sufrir por el tiempo perdido, el pasado y el presente están unidos por una tensión dialéctica entre lo viejo y lo nuevo que no se puede resolver. Añoramos lo que ya no tenemos y, al hacerlo, definimos los marcos mentales que nos preparan para pensar en las cosas que habrán de venir. Podríamos afirmar, con Ernesto Sábato, que vivir consiste en construir recuerdos para el futuro.

También podríamos afirmar que el Barça es el club de fútbol nostálgico por excelencia y Sergio Busquets el epitome del paraíso perdido. De todas las virtudes lloradas por los culés quizá la más doliente sea la capacidad de monopolizar la posesión en campo contrario, que exige, a su vez, la recuperación inmediata tras pérdida. Pero este recuerdo se ve distorsionado por la nostalgia del Sergio Busquets imperial que, erigido en el especialista clave de Guardiola, convertía cada pase del rival en una aventura de alto riesgo. Si la memoria no hubiera teñido el pasado de rosa habría sido más fácil reconocer que el pivote guardiolista por excelencia iba a sufrir en cuanto su nicho ecológico comenzara a despoblarse. El poderío de Busquets no era un requisito para lanzar la presión avanzada sino la mejor consecuencia de su ejecución virtuosa.

y lo cierto es que cuesta reconocer al Barça de la leyenda cuando vemos a Iniesta encimando en solitario a los centrales y a Sergio Busquets avanzar hacia el rival sin atender a su espalda. Pese a lo suicida de esta presión, tanto la prensa como parte del público aplauden esta concesión al pasado carente de todo sentido futbolístico, quizás porque les trae recuerdos de los aspectos superficiales de un sistema que les había hecho felices. Pero reconocer de una vez por todas que el Barça de hoy en día es el único existente será más productivo que seguir creyendo en la hermosa mentira de aquél fuego que no se termina de apagar. ¿Podemos concebir un equipo que recupere en pocos meses esa posesión plena que, por puro virtuosismo posicional, impedía al contrario transitar en ventaja? ¿Cuál sería el papel de un especialista en el robo avanzado como Busquets en la transición hacia otras formas de dominio, siempre deudoras del pasado, pero forzosamente renovadas?

No debiera extrañar que el Barça tenga ante sí una temporada de transición en la que la circulación del balón se vea, de nuevo, comprometida por el oponente. Ningún mediocampista podría solventar por sí mismo los déficits estructurales del equipo pero un pivote de formación defensiva capaz de elegir cuándo guardar la posición y cuándo saltar a la presión habría sido de extrema utilidad en las últimas temporadas. El club debería ser capaz de afrontar esta cuestión sin que la nostalgia desvirtúe los términos del debate. Protegerse frente a las virtudes del contrincante no puede ser nunca una traición al estilo sino, más bien, un imperativo del buen gusto.