Es extraño en mí, pero recuerdo perfectamente aquel partido. Recuerdo, sobre todo, cómo lo vi. Hacía bastante frío en aquel bar de pueblo costero, un local enorme y medio vacío que sigue abierto, sobreviviendo cada invierno a la espera de esos meses con mayor ajetreo. Éramos nuevos allí y quizás la imagen de ver aquel partido con mi padre en un bar en el que entraba por primera vez se quedó grabada en mi mente adolescente por la novedad más que por el fútbol, pero el caso es que lo recuerdo perfectamente. Era febrero de 2001. Xavi Hernández todavía luchaba por hacerse un hueco como titular en el once del Barcelona y el Deportivo luchaba por revalidar el título de Liga contra el Madrid de Del Bosque, pues hacía tan solo unos meses que mi equipo se había colado en la élite del fútbol español inscribiendo su nombre al lado de los otros ocho campeones de Liga. En esos años ya Riazor era un campo maldito para el Real y el equipo acechaba habitualmente los puestos de honor de las competiciones que disputaba, pero aún un par de asuntos estaban por realizar: una gran temporada europea y vencer en el Camp Nou. Lo consiguió aquel día, 17 de febrero de 2001, remontando un 2-1 en el último cuarto de hora. El autor de aquellos dos goles fue, oh casualidad, Víctor Sánchez del Amo, y el último de ellos es imborrable de la memoria colectiva del deportivismo. Una falta en la frontal, bastante escorada. Minuto 89. La saca Mauro Silva hacia el exterior de la barrera para que Víctor, entonces sin apellido, la ponga en la escuadra. Sí, definitivamente, recuerdo aquel partido.

Se enfrentan este sábado Barcelona y Deportivo en el Camp Nou. La situación es, obvio, muy distinta. Los locales tan solo con la última casilla del expediente de Xavi Hernández por rellenar; los míos con la inquietante certidumbre de que va a ser necesario puntuar para seguir jugando en primera una temporada más. Y con esta situación en el horizonte y Víctor en el banquillo blanquiazul no recordar aquel primer triunfo en Can Barça parece imposible. Muy atrás queda la normalidad con la que se vivía el terminar la liga diez puntos por encima de los blaugranas. Y también atrás quiere dejar el equipo el amargo recuerdo de sus últimas participaciones en la primera categoría, dos descensos confirmados en sendas últimas jornadas a rebosar de drama.

La opción más plausible para los coruñeses parece ser la de volar bajo el radar, hacer un partido de perfil bajo en el que nadie se sienta demasiado amenazado y aprovechar que todo el mundo en la ciudad condal parece estar pendiente de cualquier otra cosa antes que de los 90 minutos en los que el Dépor se juega la vida. A veces es imposible ser de este equipo y no aludir a la nostalgia: más recuerdos, ahora los del insuficiente empate de 2011. Pero esta vez sí, parece que un empate podría ser suficiente. Pasillo al campeón y aplausos a la leyenda. Y si hace falta, Manuel Pablo en persona se ofrece a entregar el trofeo de Liga. Sin embargo, el mensaje que lanza la plantilla es otro. Se habla de competir, de cerrar el año con los honores de una victoria que sería tan solo la octava de una temporada para olvidar en la que se han conseguido 34 puntos en 37 jornadas. El mensaje es acorde con la actitud del nuevo entrenador. Víctor Sánchez es un tipo serio, muy serio, a quien parece bastante difícil imaginar especulando con otros resultados, confiando en que el profesor no pida los deberes justo ese día. Sus resultados hasta el momento -una victoria y cuatro empates en siete partidos- no son espectaculares, pero bajo su mandato el equipo ha sido plenamente consciente de que la salvación era posible y de que es importante pelear para conseguirla. Tres pilares: la confianza en los pesos pesados del vestuario, la notable efectividad a balón parado y la capacidad para sobreponerse a los goles en contra. Este Deportivo es un equipo tan serio como su técnico, al que le falta flexibilidad para dañar, pero que sabe protegerse con acierto, pese a la endeblez de sus centrales cuando están cerca de su propia portería. La baja por sanción del impetuoso Luisinho en el lateral izquierdo probablemente obligue a retocar un par de piezas más en el once, trasladando a Laure ese costado e introduciendo de nuevo a Juanfran en el derecho. Quizás Víctor opte también por una línea de ataque algo más móvil, sacrificando a Oriol Riera en pos de ganar a un hombre más en el centro del campo.

Pero para todas esas decisiones aún es pronto. No pasan las horas para una afición que lleva varios meses jugando cinco o seis partidos por fin de semana: los propios, los ajenos, los enfrentamientos dialécticos entre sectores de la propia afición y los de los tribunales. Así es la lucha por la salvación, una carrera de caracoles para alcanzar la meta lo menos lento posible, una competición en la que no sabes si un resultado es bueno o malo hasta el martes por la mañana cuando actualizan la clasificación del teletexto. Un curso avanzado de matemática y combinatoria que se cierra para el conjunto coruñés en uno de los lugares en los que no imperan las reglas de la lógica. El Deportivo se jugará la permanencia mientras los aficionados blaugranas le rinden justísimo tributo a Xavi Hernández, el mismo que aquel sábado de febrero de 2001 no jugó ni un solo minuto en el partido que ganó Víctor.