Tras el fiasco de la última eliminación del Barcelona en manos de la Roma en cuartos de final de la pasada edición de la Liga de Campeones, Leo Messi volvió a jugar ayer un partido de la máxima competición continental.

Fue un mes después de que, en su primera comparecencia pública como capitán del FC Barcelona, declarara ante la propia afición que el gran objetivo de esta temporada era levantar la sexta copa de la historia del club.

Y no fueron unas declaraciones superfluas, así se encargó de demostrarlo con otra actuación magistral en la primera jornada de la Fase de Grupos frente al PSV Eindhoven (4-0). Abrió el marcador a la media hora con un lanzamiento de falta fantástico -y ya van…-, marcó el tercer gol con un toque sutil tras un globo de Rakitić y cerró la goleada coronando su particular hat-trick, pese a jugar con inferioridad numérica desde la expulsión de Umtiti.

La mejor noticia para los culés es que Messi vuelve a estar feliz, con el objetivo de reconquistar la Champions sea como sea. Por ahora, sin embargo, no necesita que su equipo juegue muy bien para exhibirse, pero sí lo hará en los meses de abril y mayo: bien lo demuestran los cuartos de final de las últimas tres ediciones.

Un rol en permanente evolución

Para ello, Valverde ha renunciado a su inamovible 1-4-4-2 asimétrico de la temporada pasada y ha regresado a una versión del 1-4-3-3 más ortodoxa, en la que Coutinho de interior y Dembélé de extremo por la izquierda representan el ‘update’ respecto al curso anterior.

Con este nuevo sistema, el rosarino también estrena nuevo rol. Después de completar un año como segundo punta por detrás de Luis Suárez, el ’10’ ha regresado a la banda derecha, pero de una forma distinta a lo que hacía normalmente con Luis Enrique.

En el Barça que conquistó el triplete en 2015, Messi partía muy abierto de la cal. Luego, como ha sido tónica habitual en los últimos años, cuando recibía el balón tenía absoluta libertad de movimientos.

Cerca suyo estaba Dani Alves, que aparecía por dentro para asociarse con él, y completaba el vértice superior del triángulo Iván Rakitić, que se desplegaba en ataque y trataba de compensar con sus movimientos los intercambios de posiciones entre el argentino y el brasileño.

Con la marcha de Alves en 2016, sin embargo, la dinámica de movimientos de la banda derecha cambió. La pérdida de uno de sus mejores socios de siempre provocaron que fuera a buscar a la orilla contraria lo que no encontraba en la suya propia: se juntaba con Iniesta y Neymar en la izquierda dejando vacío su punto de partida.

Con el tiempo, el abandono de Messi de la banda derecha pasó de ser excepción a norma, lo que producía una descompensación que ni Rakitić ni Sergi Roberto podían resolver por sí mismos. Tampoco encontró soluciones Luis Enrique, que acabó desechando el 1-4-3-3 de siempre para probar con una especie de 1-3-4-3.

Al curso siguiente, ya con Valverde al frente del equipo y sin Neymar sobre el verde, el 1-4-4-2 estaba diseñado para crecer a partir del orden defensivo, algo que el colectivo agradeció pero que no le permitió ser todo lo brillante con balón que aspiraba a ser.

Para Messi jugar centrado le posibilitaba participar mucho entre líneas y en la elaboración del juego, pero los planteamientos rivales juntaban a mucha gente por dentro y, entre la falta de amenaza por fuera, el rosarino se ahogaba en el intento de mejorar los ataques azulgranas.

Dos problemas de difícil solución

Esta temporada, el rol del ‘10’ es distinto. Pese a que parte de un costado, es paciente a la hora de esperar a que el balón le llegue en vez de ir a buscarlo. Aunque mantiene la libertad de movimientos, aparece a menudo allá dónde es más decisivo: en zonas intermedias y a la espalda de los centrocampistas rivales, con Sergi Roberto doblándole por fuera y Rakitić en un rol más posicional.

Pese a todo, el 1-4-3-3 de Valverde presenta algunos problemas, sobre el papel, de compleja solución. El principal, la tipología del interior derecho: Rakitić es un futbolista fenomenal, pero está lejos de ser el centrocampista que demanda el juego de posición azulgrana.

Pese a que mantiene una alta participación en la elaboración del juego, no favorece una circulación óptima de la pelota, sus pases difícilmente rompen líneas y no tiene una técnica relevante a la hora de proteger la pelota bajo presión. Un problema importante a la hora de activar a Messi allá donde es más determinante.

Otra de las principales incógnitas del curso es el estado de forma de Suárez. Aunque en los últimos partidos ha mantenido una línea ascendente en sus actuaciones, su rendimiento sigue por debajo del nivel que se le presupone. Antaño, el uruguayo se convirtió en un jugador vital para crearle espacio al ‘10’, gracias a su hiperactividad con la pelota y su superioridad física que exhibía frente a los centrales rivales.

La solución a estas dos incógnitas por parte de Valverde marcarán, en gran medida, el éxito de la temporada azulgrana, que volverá a contar con un Messi superlativo. El rosarino, sin embargo, necesitará ayuda colectiva para sostener su mejor versión en el tiempo y volver a marcar las diferencias en los partidos más importantes del curso.