De dónde venían
La temporada pasada Guardiola intentó dar rienda suelta a una de sus genuinas predilecciones. El fichaje de Ibrahimovic pretendía dotar el ataque del equipo de nuevos recursos en forma de envergadura y capacidad para dar continuidad a la circulación desde la posición de un nueve que, además, podía convertirse en una solución eventual para sacar el balón por alto ante la presión del rival o para buscar opciones rápidas de remate en esos días en los que el rival logra desactivar el peligro del Barça y solo cabe esperar un milagro.
Si bien los resultados de la temporada 2009-10 fueron notables, el juego del equipo fue, por lo general, poco lustroso (aunque hay que destacar alguna excepción tan gloriosa como aislada) y fueron muchos los rivales que, con mayor o menor fortuna, pusieron en jaque al equipo de Guardiola partiendo de una serie de premisas bastante claras y no excesivamente complejas. Los factores que redundaron en esta situación fueron numerosos, pero cabe resaltar uno de ellos, que a la postre sería el que más influiría en la planificación de la temporada que acaba de finalizar: la profundidad. O mejor dicho, la ausencia de la misma, una carencia que quitaba hierro al poder ofensivo del Barça y facilitaba a sus rivales la tarea de dificultar la construcción del juego blaugrana.
Thierry Henry, más viejo y menos ambicioso que la temporada anterior, fue la gran esperanza del curso. Se le esperaba en la línea de la temporada anterior, cuando se demostró fundamental  para dotar al equipo de la ruptura que empujara hacia atrás a los rivales o, en su defecto, castigando su atrevimiento, pero al margen de algún atisbo puntual para el curso 2009-10 el francés ya había dimitido de la alta competición.
La ausencia de Eto’o, el solapamiento de espacios entre Messi, Iniesta e Ibrahimovic y la incapacidad general para sintonizar el fútbol del delantero sueco con el del equipo, a pesar de la incontinencia de Guardiola en la búsqueda de nuevas disposiciones tácticas, fueron otros factores que contribuyeron a enfatizar el problema de la profundidad. La única contrapartida positiva fue la inesperada irrupción de Pedro, que gracias a su gran criterio para trabajar los espacios desde la posición de extremo se convirtió en uno de los pilares del equipo.
Así pues el nuevo Barça necesitaba, entre otras cosas, reforzar su profundidad con un delantero que supusiera una amenaza seria en los movimientos de ruptura desde la banda. Así llegó David Villa, que no lo hizo para sustituir a Ibrahimovic si no para erigirse como tardío sucesor de Henry en el carril del 11.
De la profundidad a la amplitud
El asturiano evidenció desde el primer día su esperada contribución para dotar de mayor profundidad al equipo, planteando a los rivales un incómodo dilema sobre si debían presionar arriba para cortocircuitar el juego del Barça desde su salida (arriesgándose a ofrecer peligrosos espacios a sus espaldas) o esperar atrás y regalar al rival su escenario favorito (es decir, vivir en campo contrario). Sin embargo, con el paso de las semanas parecía que Villa no terminaba de cuajar en el equipo. Lejos de las cifras goleadoras que centraron los debates mediáticos, el problema tenía relación con el juego, concretamente con las dificultades para sintonizar la participación individual de Villa con el fútbol colectivo del equipo.
La causa principal de esta situación era la amplitud, un factor que había quedado olvidado en favor del protagonismo que había adquirido la búsqueda de la profundidad. El Henry de la temporada 2008-09, hasta hoy el gran paradigma del extremo izquierdo que requiere el Barça de Guardiola, no solo castigaba con precisión los espacios a la espalda de los rivales, también se encargaba de fijar su posición al lado de la línea de cal antes de lanzarse en diagonal y además aportaba una valiosa cuota de jugadas exteriores. Eso daba amplitud al frente de ataque, con todo lo que ello conlleva, y en particular garantizaba un espacio en el carril central que hacía las delicias de Messi y sobretodo de Iniesta, más necesitado de ello.
Con Villa el Barça había fichado a un delantero goleador con buenos movimientos de ruptura cuyas caídas a banda izquierda lucían bien, y que además venía de interpretar un excelente Mundial partiendo desde una posición similar a la que ocuparía en el Barça. Sin embargo, no es lo mismo caer a banda que vivir en ella, y más atendiendo al grado de exigencia que eso supone en un equipo que juega la mayor parte de sus partidos con el rival atrincherado alrededor de su área. La necesidad de fijar una posición abierta, la recepción claustrofóbica al lado de la línea de cal, el encorsetamiento del inicio de cada jugada, la lejanía de la portería rival… son algunos fundamentos del catálogo futbolístico del extremo genuino ante los cuales el fútbol de Villa se mostraba poco permeable.
Observando la reiteración de estas dificultades y el embudo mental resultante en la cabeza del asturiano, Guardiola optó por una decisión que podía tener sentido a priori pero que a posteriori se demostró más bien perjudicial: “permitió” a Villa cerrar su posición durante buena parte de la temporada. Cabe suponer que el entrenador confiaba que al acercarle a la zona del nueve que le resultaba más familiar el jugador cosecharía goles y actuaciones que aligerarían el creciente bloqueo emocional que acarreaba. Eso, sin embargo, no sucedió. El equipo percibió la nueva posición de Villa como un elemento extraño cuyo papel en relación al colectivo no estaba demasiado claro, el delantero no encontró ningún placebo reconfortante, las defensas rivales fueron menos exigidas a lo ancho e Iniesta vio ofuscada su zona de influencia. El delantero pasó de estar cuestionado y bloqueado a estar más cuestionado y más bloqueado que antes, y su integración con el juego colectivo seguía sin concretarse.
Perspectivas asimétricas
Quizá la característica más distintiva de Guardiola como entrenador sea su valentía para rectificar y buscar nuevas soluciones constantemente, tendencia que se agudiza con la proximidad de los partidos decisivos de la temporada. Así pues, con la llegada de los cuatro partidos ante el R. Madrid y la posterior final de la Liga de Campeones, el entrenador del Barça mostró nuevas cartas. O más que eso, lo que hizo fue encauzar hacia una dirección muy definida, y a la postre efectiva, las dudas y los experimentos de la temporada en relación a la amplitud y la profundidad de las bandas del equipo.
Para ello se fijó en lo más importante: el fútbol de sus futbolistas. Así decidió priorizar las necesidades espaciales de Iniesta, pieza fundamental para que el Barça desarrolle su discurso dominador, sin descuidar la posibilidad de ofrecer a Villa un rol más acorde con su naturaleza y atendiendo a su vez a las distintas posibilidades y necesidades que presentaban los dos flancos del equipo. Así pues, si en la izquierda la movilidad y el desborde de Iniesta reclaman espacio al extremo de ese lado, en la derecha Dani Alves es capaz de cubrir las necesidades de amplitud desde el lateral y a su vez Xavi desarrolla su juego más atrás que Iniesta y se desplaza menos con el balón, por lo que el extremo derecho puede permitirse una posición más cerrada que su homólogo zurdo.
Pueden identificarse dos momentos clave en este proceso. El primero nos sitúa en la final de Copa, cuando tras un primer tiempo de clara superioridad madridista el Barça interpretó una segunda parte excelente motivada en buena medida por una intervención de Guardiola: llevar a Pedro a la izquierda y a Villa a la derecha, invirtiendo así las posiciones imperantes a lo largo de la temporada. En su nueva posición Pedro demostró una vez más su gran capacidad para dotar de amplitud el ataque, lo cual a su vez supuso la activación del fútbol de Andrés Iniesta. El Barça pasó a dominar como en sus mejores noches y Guardiola sacó conclusiones muy positivas de su corrección aunque la prórroga coronara al equipo de Mourinho.
El segundo momento fue la final de la Champions. Guardiola mantuvo el rol abierto de Pedro en la izquierda y esta vez la gran mejoría se observó en la banda derecha, en la cual Villa interpretó probablemente su mejor partido como blaugrana, por lo menos en lo referente a su integración e impacto en el juego del equipo. Con la posición cerrada y una actitud muy agresiva el asturiano empujó constantemente a la defensa rival hacia su propia área regalando al triángulo asociativo del Barça un espacio precioso entre las líneas rivales.
Hay que puntualizar que Guardiola no encontró en Wembley una receta absoluta, pues en este caso lo que hizo fue apoyarse sin clemencia en las carencias del rival (como la gran inferioridad interior o la inclinación del veterano Ferdinand y el limitado Vidic a retrasar sus posiciones). Otros rivales no ofrecerán estas mismas facilidades, pero esta historia evidencia que el Barça tiene la posibilidad de administrar de forma creativa la asimetría de sus flancos siempre que cuente con futbolistas capaces de aportar soluciones diferentes en ambos perfiles. Es un terreno para explorar, un mecanismo sorpresivo que enriquecería el equipo más previsible del mundo.
En colaboración con Fdeprimera, de Fútbol de primera