OSCAR CANO (PARA TROURO.COM)


Está de moda el tema de la clonación, ese antinatural invento consistente en realizar copias de algo ya formado. Se busca que el nuevo ser, artificial a más no poder, privado de la dicha de ser único, contenga la misma información genética que la del referente a duplicar.

Con la apariencia tan desventurada que está tomando el fútbol, a uno le da a veces por rebobinar la película donde guardamos las experiencias para ir en busca de aquellos jugadores que consiguieron con una facilidad prodigiosa el que nos acercáramos a este juego embelesados por su encanto. Merecería la pena calcarlos para que los atletas actuales fuesen eso, jugadores antes que nada, ya que ahora son productos que inflan previamente a ver sus producciones en el verde.

Eran otros tiempos, aunque siempre hay espacio para la esperanza. En este maremágnum confuso, como el juego de hoy, donde se corre a toda velocidad sin pensar, justamente como se vive, han asomado una serie de jugadores que se resisten a que todo se haga impuesto por la prisa, que creen que a la celeridad eficiente se llega por los caminos de la pausa, es decir, que el arranque se prepara con serenidad, la ligereza nunca será triunfante sin la ayuda de la calma.
Y así se reivindican, como los jugadores de antaño, pasándose tranquilamente un trozo de cuero redondo, con talante parsimonioso, ganando terreno palmo a palmo, preparando las acciones vertiginosas cuidadosamente, para que no sólo sean veloces sino fructíferas. En eso convierten a sus equipos, en los últimos reductos donde se protege esa lucidez que no procede del músculo, donde no se ignora la sutileza de quienes se niegan a que un partido de fútbol parezca un escaparate de gimnastas que contradicen la lógica natural de este juego.

Cesc – Platini

En ese salto atrás para ir al encuentro de recuerdos sugerentes y arrastrarlos hasta el presente, encuentro equivalencias entre el jugador del Arsenal y el “príncipe” galo. Ambos juegan andando para que los demás encuentren sentido a sus carreras. Hacen de la limitación física el argumento perfecto para razonar los ritmos convenientes que deben acompañar a cada circunstancia. No necesitan ser rápidos para llegar a ningún lugar porque los traslada la misma jugada a la que ellos le ponen la cadencia. No son fuertes para así no tener que chocar contra nadie, ni rápidos, porque el balón nunca está dividido cuando ellos están sobre el césped, simplemente son buenos. Así de sencillo.

Busquets – Guardiola

Cuando el balón pasaba por las botas del “noi de Santpedor”, allá por los años noventa, uno 

tenía la misma sensación que cuando interviene Busquets. La jugada se higieniza, se proporciona, para que cada movimiento posterior no genere desconcierto al propio equipo. Son personajes endebles, lisiados motrizmente, pero que contienen en su cerebro la métrica del juego. Siempre dan ventajas a quienes le pasan la pelota. El pase no les libera del supuesto compromiso resultante de poseer el balón, sino que con la transmisión del esférico cumplen con la responsabilidad de aclarar las futuras secuencias. El receptor no recibe un problema, más bien se les entrega la solución.

Piqué – Beckenbauer

Cuando nace un jugador con genética de centrocampista metido en el cuerpo de un central poco a nada se puede hacer por detener el impulso de sus decisiones. 

Convierten los espacios asignados para detener a los delanteros, en autopistas para dar rienda suelta a la clarividencia. Esas zonas, fortificadas en la gran mayoría de los equipos, preparadas para destruir, son transformadas en lugares desde los que construir las acciones de ataque. Las abandonan porque saben que de esa forma es como más resguardadas quedan. Voltean las responsabilidades con las de los atacantes, ya que consiguen que éstos estén más pendientes de ellos que ellos de los atacantes.

Kaká – Cruyff

Hacen de la conducción del balón el medio perfecto para dividir la atención de las líneas de oposición y así descubrirles a los compañeros los trayectos más directos y limpios hacia el gol. El tulipán sorteaba a los defensores llevándoles el balón hasta las cercanías de sus botas para después hacerlo desaparecer como por arte de magia. Transportan la pelota con el garbo de un bailarín que cambia de sentido y de ritmo tantas veces requiera el recorrido transitado. Les diferencia el carácter, es decir, muestran lo incisivo de su juego con semblantes distintos. La cara del brasileño parece extraída de un relato bíblico, mientras que la apariencia del holandés se ceñía a la del típico adolescente de barrio que se preocupa continuamente de mostrar su rebeldía.

Zidane – Iniesta

Cuando entran en contacto con el balón, se detiene el tiempo, da la sensación que el partido entra en otra dimensión. Algo distinto empieza a suceder cuando se hacen del esférico y activan el GPS para ir analizando las ubicaciones y las posibilidades de movimiento de rivales y camaradas. Todo está bajo el manto de su campo visual. Tienen la virtud de elegir la acción determinante, de eliminar los incidentes accesorios de sus perspectivas decisionales. Les diferencia la estética. El francés parecía flotar por el campo, desplazándose de tal forma que daba la sensación de nunca tocar la hierba. Era elegante hasta la médula. Su esbeltez también le ayudaba para ver desde otra altura los acontecimientos. El albaceteño se sostiene más cerca del suelo, pero parece tener acoplado una especie de infrarrojos que le permiten observar la dinámica de la jugada a través de piernas y torsos. Cada recepción del balón precede a un episodio distinto, ya que aunque son los mismos siempre, nunca repiten sus hechos.
En todos estos casos, la clonación consiste en identificar estos rasgos entre los niños del fútbol-base. Otorgarles espacios donde puedan mostrar sus condiciones naturales, confiarles a ellos el futuro del fútbol.