THIAGO IS NOT MADE IN BARCELONA

El artículo es de José Ramón. Ya le conocéis de por aquí. Mucha calidad. Mucha.
Los jugadores acunados al amparo de la Masía, independientemente de su nivel y el grado obtenido en la escala de la genialidad, responden casi en su totalidad a las obligaciones impuestas por un diseño trabajado, no perfecto -al fin y al cabo, las canteras nacionales se nutren de esas generaciones de futbolistas imberbes que las atraviesan cada cierto tiempo-, pero sí brillante. 
En la pedrera azulgrana se priorizan conceptos -tales como la triangulación y la resolución de problemas desde el pase, el juego de posición, el fútbol sin balón definitorio o el favor a la circulación de balón en el medio- que aúnan facilidades en el infante, suponen ciertas restricciones en el contrario y permiten dar comienzo al proyecto mientras que el vestuario comulga con una manera de sentir el juego. A partir de ahí, como no podía ser de otra manera, nacen perfiles comunes que amplían los conceptos y dan sentido a una filosofía. 
El objeto de este texto y, particularmente, el futbolista que nos ocupa, invita a detenernos en dichos roles, correspondientes a la parcela interior: en el centro del campo de Can Barça conviven, principalmente, dos jugadores «tipo». El futbolista de posesión, bañado por la esencia del «4» y comandante de la dirección del balón; y el mediapunta escondido en un cuerpo de interior, líder al encuentro de la profundidad. 
El primer problema que se le presenta a Thiago Alcántara a bordo de la nave barcelonista, entonces, es que la hinchada reconoce en él a ambos, y su madurez se sobredimensiona. Por lo tanto, la amenaza más poderosa contra la culminación de su desarrollo espera tras la consideración del chico ante las opiniones de una prensa ultra-proteccionista. Porque lagunas futbolísticas se le conocen pocas. Sólo valles de madurez en el juego y de identificación con su club, lo que a día de hoy, es decir mucho.

Para empezar, fijemos el nacimiento de Thiago en un punto sensiblemente más cercano al país de su padre, Brasil, que al de su erupción, España. A nivel estético, el análisis determina que los gestos del muchacho emulan a la gambeta tradicional de la pentacampeona, desde su recepción hasta el complejo regate del que se vale para atravesar líneas. Un futbolista de samba antes que de flamenco. Y extrapolando al juego su gusto por la tierra del carnaval, resulta que disiente del Barça -holandés- debido a un mero conflicto cultural. 

Ni el juego de posición, ni la ausencia de riesgos en el amasado de la posesión, ni siquiera la premisa de que el beneficio determinante debe ir a cargo de un enganche por encima de un interior. Son elementos constructivos sobre la ideología de un grupo que Thiago no comparte. Pero, ¿hasta qué punto se debe desnaturalizar su juego en favor de la idea colectiva? La lógica más primaria nos advierte: el fútbol es de los jugadores. Y contradecir al futbolista más talentoso suele ser un error. Lo que sí es cierto es que, hasta ahora, Guardiola, el señor de la utilidad, no le planteó trabas tácticas. Aunque se debe definir el caso: encajar a Thiago en el modelo -y replantear su crecimiento desde ahí- o suministrarle las ayudas necesarias para paliar el riesgo en transición defensiva y aceptar una nota de color alternativa en la rotación posicional.
Centrándonos ya -dejando atrás la relación del centrocampista con el FC. Barcelona y la esencia de su expresión- en lo que verdaderamente supone sobre un terreno de juego, digamos que a primera vista Thiago puede parecer un mediapunta. Por supuesto, no un «10» clásico -Ganso, Riquelme-, sino el delantero de la nueva era que arranca retrasado para conectar con la pelota posteriormente y en un ejercicio mucho más cercano a la definición que a la asociación -Özil-. Y ésto es así porque a Alcántara no le pesa vivir en tres cuartos de campo, sus características físicas y técnicas le permiten enfrentarse a marcajes pesados y limitarse durante los 90 minutos a superar líneas y atender al último pase. 
Sin embargo, el brasileño sí que necesita rozar el balón continuamente para protagonizar la circulación, por lo que lo más correcto, entonces, sería encuadrarlo en la posición de interior -que no volante-, aunque su influencia en la jugada alcanza un territorio tremendo -en cuanto a extensión-. Su condición de excelso pasador -y creador experto de líneas de envío- le permite alzarse como eje de la posesión, pero su función no es la de Xavi, más defensiva -la altura de la pérdida del de Tarrasa favorece la transición defensiva-, sino que lo que Thiago busca desde el comienzo es darle a la jugada un sentido mucho más profundo. Quizá por ello asume una exposición excesiva de la pelota -regatea, intenta cambiar de ritmo- al recibir del central y gestar la salida, porque es un jugador más agresivo. Detalle este último para nada inaceptable, no teniendo en cuenta el «factor Barça» antes citado, claro. El mismo Jack Wilshere, mucho mejor futbolista a día de hoy, fundamenta una parte de su juego en el riesgo. 
Lo cierto, en cualquier caso, es que ese estigma agresivo comentado le impide «esperar» a que desde arriba se cree un beneficio, es decir, Thiago resulta ser quien busca la ventaja cuando la red de pases se aletarga en demasía y «Messi» -futbolista más importante en el sistema culé y el encargado de dar comienzo al buen juego desde el abandono del área- aún no descendió del punto de penalti. La manera que tiene para abrir una brecha en la monotonía es, o bien resolver con un envío al espacio, o la más segura, crear una línea de pase en zona de mediapuntas que, al ser habilitada, produzca la profundidad. Si el balón va y viene, se mueve rápido, se limita a ascender junto al cuero y marcar la diferencia cuando recibe. De sus cualidades técnicas no es preciso hablar: tras Lionel -o a lo mejor ya le superó-, el hijo de Mazinho dispone del arsenal más amplio de regates, pases, disparos y virguerías de entre toda la plantilla barcelonista. Es un jugador de fútbol impresionante.
Su futuro inmediato, según parece, será verse obligado a sobrevivir en un equipo que contará con los tres mejores interiores del mundo: Xavier Hernández, Andrés Iniesta y Francesc Fábregas. ¿Compatibilidad? Total con cada uno de ellos. No existe el debate sin tenerlo en cuenta. Pero hasta que madure y, futbolísticamente, se haga un hombre, la justicia siempre estará a favor de la titularidad del trío de cracks antes que de la suya propia. Y cuando la formación de Thiago sea plena, el entrenador de turno habrá de respetar una norma ineludible: adaptarlo al equipo, pese a su corte brasileño siendo centrocampista del Barça. Es demasiado increíble como para rechazarlo.