Mourihismo… como animal de compañía.


Anda el país revuelto con un nuevo concepto venido de Setubal: el mourinhismo. Uno, que por afinidad sanguínea siempre ha mirado con buenos ojos todo lo salido del Miño hacia abajo, se puede considerar mourinhista desde antes que se acuñase el término en alguna redacción de periódico o cualquier barra de bar, pueden creerme.

Mi admiración por Mourinho comienza cuando, al poco de llegar a Barcelona, empiezan a escucharse los primeros comentarios ofensivos sobre la labor del portugués: que si traductor, que si chico de los recados, que si ‘special boy’ del entrañable viejecito inglés… La bajeza con que se le trató, le convirtió pronto en uno de mis favoritos, todavía muy empapado de catequesis y campamentos juveniles de verano con los hermanos mercedarios. Puntualizo que, por extraño que pueda parecer al joven público,
semejantes canalladas no las encontraba uno en los hoy, casi satánicos, Sport o Mundo Deportivo.

Cuando Mou abandonó Barcelona y se fue a hacer carrera en solitario, muchos anticiparon su éxito. Los que le habían seguido de cerca y trataban con él habitualmente, no dudaron en apuntarle como un técnico a seguir. Llegaron sus primeros éxitos con el Porto y nada cambió en el panorama. Siguieron los del Chelsea, incluyendo algún coscorrón al Barça en la Champions, pero todo seguía igual: para encontrar elogios a Mou, había que leer la prensa catalana, con el apuro que eso supone a algunos. Todo lo contrario que los que, a 505 km, más o menos, seguían en su línea de descalificaciones y artículos populistas, ya saben, que si antifútbol, que si mal estilo y la famosa total ausencia de señorío…El asunto era de tal calado que, entre risas del sector especializado en la capital, en Barcelona se pedía por aclamación la contratación del técnico portugués en lugar de un imberbe Guardiola para reflotar una nave que zozobraba borracha de éxito y autocomplacencia.

La cosa comenzó a cambiar cuando, tras varias cornadas serias, incluyendo una con seis trayectorias en el Bernabeu y con una final de Champions en el santuario blanco en el horizonte, el portugués emergió con su Inter como último baluarte de la fe. Ganó la batalla y Florentino le nombró Capitán General del Imperio, todavía húmedo él de éxito y aspersores.
Dónde antes había antifútbol, ahora había gen ganador. Al traductor lo sustituyó The Special One y el amigo de Robson, era ahora, el hombre más deseado por las mujeres italianas. Ya nadie hablaba de las mezquindades otrora de moda… ¿nadie?. Los que durante años le aclamaron como un auténtico número uno, los que pusieron en jaque a un presidente por negarse a contratarlo, ahora lo quemaban en hogueras públicas mientras los fieles portaban leña en modo comentarios vía red al grito ‘marxista’ de ‘más madera’.

Así las cosas, ¿quién es es el que hoy en día se declara Mourinhista?¿cuanto valor tiene su afirmación? Quizás todos lo sean pero solo como animal de compañía, como decía el repelente del anuncio. Y es que se quiere más a un pulpo por merengue que por pulpo, que es otro drama. Al pulpo, bendito tesoro, o se le lleva «hoy mañana y siempre en el corazón», o no se lleva.
A uno, como mourinhista viejo y gallego de nacimiento, le entran ganas de parafrasear a Fraga y decir que a los mourinhista habría que colgarlos por algún sitio… para correr raudo y veloz a puntualizar que solo para ponderar el verdadero peso de sus afirmaciones.