A FALTA DE PAN, BUENOS SON MEDIAPUNTAS

 
Para un club como el Rayo Vallecano, militar en Primera División es una situación anormal. Arrinconado en el suroeste de la capital, tiene que competir por su masa social con dos de los mayores clubes de España. Su idiosincrasia siempre ha sido más cercana a la de un club de pueblo que de una gran urbe, y puede autodenominarse por derecho propio como el equipo de barrio más importante de España. Porque a la hora de analizar al Rayo nunca debe olvidarse que hablamos de un equipo de barrio. Un equipo de fontaneros y albañiles que buscan ganar un partido a los hijos de los médicos y abogados. Solo eso. 

Por eso en Vallecas se aprecia tanto a un hombre como José Ramón Sandoval. Crecido entre fogones, sin estudios superiores ni apariciones en revistas de moda. De lenguaje basto y cejas impecables, construyó un equipo que logró un ascenso histórico en medio de una impresionante crisis institucional y logró mantenerlo en Primera, jugando un fútbol ofensivo y alegre, basado en el ataque posicional y la acumulación de hombres por delante del balón. 
Pero llegó el verano, Sandoval se fue y tras él, una gran parte de la plantilla que había obrado el milagro la temporada anterior. Michu, el inesperado goleador de segunda línea, que tantos puntos trajo para Vallecas. Movilla, el líder del equipo, calvo director de desplazamientos en largo, Tamudo, Armenteros, Diego Costa o Arribas fueron algunos de los hombres que abandonaron el pequeño barrio para encontrar un futuro mejor en la gran ciudad o en algún caso, cruzar el charco buscando El Dorado. 
Paco Jémez es considerado por muchos un temerario, un valiente, y como tantos que reciben estos calificativos, un irresponsable. Su modelo de juego permite muchos espacios al equipo rival y obliga a determinados jugadores a abarcar zonas que se escapan del ratio de acción esperado. La Navaja de Ockham nos dice que el antiguo central de alborotada melena que intentaba ocultar la incipiente calvicie opta por este modelo por una sencilla razón de desequilibrio de plantilla.
La baja de Gálvez hizo que se decidiese por la defensa de tres, lo que provocó que se vivieran eufóricos frenesíes de ida y vuelta que desembocaron en el traumático 6-1 en Zorrilla. Tras ese encuentro, Paco se convenció de que más vale Labaka conocido que espacios por recorrer, y desde entonces una defensa de cuatro, previsiblemente formada por Tito, Amat, Gálvez y Casado, ha sido la utilizada por el Rayo Vallecano. 
Pero no es la ausencia de centrales de primer orden la carencia principal en la plantilla del Rayo, sino que la situación confusa que define lo inusual del esquema rayista proviene de un problema mayor: la ausencia de centrocampistas específicos para jugar detrás del balón. Javi Fuego, otrora brillante escudero de la puntiaguda calva de Movilla, hoy se ve obligado a abarcar más labores que la de infatigable ocupador de espacios en la horizontal de la divisoria, y sus carencias en labores de generación de ventajas en primer pase, antes ocultadas por el resplandor de los focos en la susodicha calva, se ven reflejadas de la manera más explícita que el fútbol permite. No obstante, delante del notable mediocampista poleso, se extiende un hermoso abanico de mediapuntas variados, que conforman lo más distinguido y placentero que el fútbol vallecano ofrece al espectador. 
Trashorras y Adrián, nacidos mediapuntas indolentes y técnicos y obligados a jugar de interiores por exigencias del guión, son dos jugadores peligrosos para un equipo con carencias en transición defensiva. El primero domina el pase filtrado, y el cambio de orientación a la banda desocupada, gracias a un golpeo excepcional, que además le convierte en especialista en libres directos. El hijo del sempiterno futuro técnico del Madrid gusta de la conducción de ruptura y del regate sencillo, y permite a Javi Fuego descansar aunque sea un ratito de su insufrible labor de abarcar todo el ancho del terreno de juego. 
José Carlos y Piti se presentan como las opciones más factibles para partir de banda derecha, y obligar a Alba a usar su diestra, o quién sabe si incitar a Tito a alinear a Adriano, dominador de ambas piernas con igual destreza. Leo Baptistao es la joya de la corona, y no faltará quien mirándolo con los ojos entrecerrados crea descubrir a Guilherme, cuyo espíritu aún pasea por Payaso Fofó, aunque su cuerpo entrene al Marilia de Sao Paulo. Leo encara, aglutina, inclina el campo hacia un costado y habilita el espacio en el otro. 
Todo ello sin olvidarse del gol, que cuando uno aspira a los 45 puntos, es sin duda lo más importante. Por el 9 han pasado tres hombres, cuya exótica procedencia no debe hacer olvidar que con Tamudo se vivía mejor. Delibasic, valiente y voluntarioso, vive con dificultad en el limbo de los nueves no goleadores, pero con estrella. Nicki Bille es otra cosa. No faltan sus detractores, y sus carencias técnicas no dejan de parecer molestar al espectador sibarita, pero en Vallecas, tierra de Alcázar y Cota, nunca molestó el obrero sin medios, sino el ilustrado vaguete. Desde River Plate, club al que debe el Rayo la belleza de su camiseta, llegó el Chori Domínguez, que no es nueve, pero al fin y al cabo, en el equipo de los cinco mediapuntas, eso no importa en exceso. Chori abarca todos los espacios a partir de tres cuartos y libera a Baptistao, que alcanza fácilmente el remate. Y ahí Leo no falla. 
De Lass Bangoura podría hablar, pero creo que haría falta un monográfico sobre el tema. Jémez lo explica mejor: “Lass es un jugador que tiene que mejorar, en eso estamos de acuerdo, pero tiene un potencial enorme. Entiendo que le exijamos, pero es un jugador que tiene que tener su tiempo. A mí me gusta trabajar con él, y hay que saber que en ese proceso se va a equivocar”.