(El comienzo asusta) El filósofo alemán Theodor Adorno, en un célebre ensayo sobre la figura de Ludwing van Beethoven, introduce la idea de estilo tardío para hablar de las últimas producciones del compositor. Desde entonces, se trata de un concepto ligado al estudio de determinados compositores y que más allá del ámbito musical, recorre la historia de otras disciplinas artísticas. No vamos a reivindicar aquí ese espacio para el fútbol. Para unos funciona como una ciencia, para otros como un arte, todo nos vale. Lo que sí es innegable es la fuerza y singularidad creativa de alguno de sus protagonistas. Y de eso sí hablaremos. De la naturaleza de la creación y del proponer cuando el final se roza con un aliento. Y lo haremos de la mano de dos de los talentos creativos más grandes que nos ha dado el fútbol, Zinedine Zidane y Johan Cruyff, y créanme que impone.
Concretamente, del último Mundial de Zidane, el del 2006, y del Barça de la Quinta del Mini con Iván de la Peña a la cabeza. Porqué el estilo tardío del que habla Adorno es un fenómeno que se produce al final de la carrera de un artista. No se da siempre, sino en algunos casos, y más que ligado a la vejez, está íntimamente vinculado a la aceptación de un final cercano que en el caso del fútbol fácilmente podemos identificar con la retirada. Ese momento en el que ya nada importa porqué no hay un mañana al que rendir cuentas. Y en ese momento es cuando aparece la creación más libre, sin frenos ni temores. Los experimentos y  las mayores locuras desde un Olimpo que no peligra. La liberación del gesto.
Zinedine Zidane llegaba al Mundial de Alemania tras anunciar su retirada y despedirse del Santiago Bernabéu. Sus últimas temporadas de blanco venían a confirmar la crueldad de un fútbol que no llega a darnos ni una década para saborear a sus estrellas. Y sus primeros pasos en el Mundial no hacían pensar otra cosa. Pero llegaron los octavos de final: cuando ya no quedan más vidas. Un resbalón y a casa, y en el caso de Zinedine literalmente. Francia se impuso a la selección española y Zizou se destapó. Esperaba Brasil, ante la que en su día se coronó el francés, la de Cafú, Roberto Carlos, Ronaldinho, Kaka’, Robinho, Ronaldo o Adriano. Lo que pasó forma parte, para siempre, de la historia de este deporte. El estilo tardío tiene mucho que ver con la forma, y es por eso que la actuación de Zidane contra Brasil, seguramente sea una de las representaciones más plásticas y estéticas que se recuerdan sobre un campo de fútbol.

Está claro que a la hora de aplicar criterios artísticos al fútbol resulta más sencillo hacerlo sobre la figura de los futbolistas que sobre la de los entrenadores, ni que sea por el hecho evidente que las decisiones de los técnicos necesitan de la mediación de sus jugadores para tomar cuerpo. Es por eso que para trasladar el estilo tardío a los banquillos, lo mejor sea detenerse en el que seguramente haya sido uno de los entrenadores más geniales y con más talento creativo de la historia. 
Johan Cruyff afrontaba la temporada 1995-1996 con cuatro ligas y una Copa de Europa a la espalda pero con la sensación que los días ya no contaban el tiempo que llevaba sino el que faltaba para que se fuera. En verano no llegaron ni Rui Costa, ni Giggs ni el propio Zidane porque mil millones de pesetas eran demasiados. Esos mil millones que un año después se pagarían primero por Vítor Baía y después por Giovanni, y que fueron más allá del doble para incorporar a Ronaldo. La 95-96, todos la jugaron con las cartas marcadas. Con el chupa-chups en la boca para sustituir a un tabaco que le había producido un infarto y desaconsejaba  la presión de los banquillos, y empujado por sus propios errores en las contrataciones de aquel verano, lo que propuso Cruyff aquella temporada fue algo maravilloso. Fue la temporada de la Quinta del Mini, una generación de canteranos que en su primera incursión en el primer equipo, no se limitaron a un papel de acompañamiento, sino que tuvieron peso. Hoy se los recuerda desde la derrota, pero lo cierto es que aquel Barça, hasta el final aspiró al triplete -Liga, UEFA y Copa del Rey-.

Seguramente, los dos grandes momentos de aquel equipo fueron en el Benito Villamarín y en el Olímpico de Munich. Ante el Betis, el Barça saltó con Busquets, Ferrer, Abelardo, Sergi, Nadal, Carreras, Óscar, Roger, Velamazán, Figo y Juan Carlos Moreno. Ordénenlos como quieran porqué más allá de Busquets y Ferrer como portero y lateral derecho, el resto fue un fluido y constante intercambio de posiciones. Esa noche también participaron Guardiola, Celades y De la Peña, y el equipo de Cruyff se impuso por uno a cinco con goles de Roger, Figo, Velamazán, De la Peña y Celades. 
Meses más tarde, el Barça visitaba el feudo del Bayern de Munich en la ida de las semifinales de la Copa de la UEFA. La lista de bajas en defensa era de récord y sólo quedaba un zaguero disponible, Ferrer. La defensa se completó con Guardiola y Popescu, cuenta la leyenda que después de que Cruyff pidiera dos voluntarios en el vestuario. Por delante Celades, Amor, Roger y Bakero, con Figo, Hagi y Óscar arriba. También jugaron De la Peña, Jordi y Carreras. El resultado fue de dos a dos, pero el mismísimo Kaiser Franz Beckenbauer reconoció tras el partido que pocas veces el juego de un equipo le había impresionado tanto como el azulgrana aquella noche.

El estilo tardío aparece cuando ya no se lo espera, llega tarde y sin tiempo, y por eso es consustancialmente incompleto. ¿Cuántos no creímos que, tras su Mundial, Zidane podía seguir un año más? ¿Cuántos no hemos imaginado mil veces cómo habría sido ese segundo proyecto de Cruyff en el Barça?