Al Zaragoza lo encontraron tirado en la cuneta, desangrado y con el corazón baleado por el rifle de una absurda gestión institucional, deportiva, económica y social. Sería un muerto entrañable: viejo campeón de títulos nacionales e internacionales (Copas del Rey, Supercopa, Recopa y Copa de Ferias…), continuo vivero de futbolistas de culto (desde Lapetra, a Arrúa, Juan Señor, los hermanos Milito, Esnaider, Milosevic o David Villa), reducto de una tradición por el fútbol pasional, estiloso, ofensivo y alegre, y cuna cíclica de equipos de museo (los Magníficos, los Zaraguayos o los héroes de París). Moría mientras su cadáver caía en la mesa de operaciones de Manolo Jiménez.
El entrenador sevillano estaba fuera de la rueda de técnicos en España y Zaragoza representaba una ocasión ideal para entrar de nuevo en ella. Apenas tenía nada que perder. El muerto estaba ya muerto. El riesgo era mínimo. Las responsabilidades estaban en otra esfera. Así que aceptó la aventura de reanimar a un equipo, el Zaragoza de la pasada temporada, que estaba en Segunda División en el mes de febrero. En tres meses lo ascendió, le dio vida, lo salvó del descenso y la apuesta se redondeó: no solo no había perdido nada, sino que se había ganado a una ciudad, a toda una afición. Su figura se expandió casi por encima del propio club. Manolo Jiménez pasó a serlo todo.
El Zaragoza venía de un declive prolongado, de episodios repetitivos: entrenadores guillotinados, masiva entrada y salida de futbolistas, sobreabundancia de cedidos y desgaste patrimonial, giros de timón deportivo… Jiménez tenía claro que el problema era orgánico. Por eso dudó en continuar. Había que sentar unas premisas. Lo primero, fijar un guión de club, adecuado a su realidad económica. Lo segundo, regenerar la estructura de mandos. Lo tercero, devolverle al Zaragoza una política deportiva coherente, basada en futbolistas en propiedad y cuya inercia de progresión alimentara al club. Lo cuarto, reorganizar el trabajo de cantera. Y lo quinto, priorizar la institución por encima de todas las cosas. Al final, el dueño Agapito Iglesias, aceptó. No solo Jiménez renovaría con una amplia cartera de poderes, sino que dio luz verde a una verdadera revolución en los despachos: se cambió toda el área deportiva y se nombró a Fernando Molinos, un profesional del fútbol, como presidente ejecutivo. El Zaragoza cobraba así un matiz tecnócrata en el que Molinos y Jiménez, especialistas en la materia, fijarían las directrices.
Los resultados ya comienzan a palparse. El Zaragoza luce nuevo, bien vestido y perfumado. Recuperado. Más estimulado que nunca. Hambriento de vivir, de jugar y de ganar. La gente se ha vuelto a conectar al equipo sin urgencias de por medio. La regeneración parece coger velocidad a estas alturas de año. Está siendo la primera victoria de un Manolo Jiménez que controla todos los frentes de la obra. Entrena. Supervisa el trabajo del filial, cuyo método ha debido acompasarse al primer equipo. El Zaragoza B ahora sigue su mismo plan de juego y preparación y entrena a las mismas horas que los mayores. De este modo, Jiménez siempre tiene a mano elementos ante cualquier necesidad. Jiménez también dirige el área técnica. Él se resiste a considerarse un mánager de perfil británico, pero funciona así, apoyado en una dirección deportiva colegiada, compuesta por varios miembros. Jiménez también controla el mensaje. Es el portavoz, el encargado de modular las pasiones. Posee cierta pericia en la interacción con la hinchada. En definitiva, Jiménez es algo así como el ‘Gran Hermano’ del Real Zaragoza. Todo lo ve y casi todo lo toca.
Su verano fue difícil. La planificación, asfixiada por los problemas de tesorería, no siguió las previsiones. Muchas primeras opciones se quedaron por el camino. Y no era sencillo: había que ficha más de una docena de futbolistas y reconstruir un equipo desde un par de cimientos: Roberto y Hélder Postiga. Una obra mastodóntica. Finalmente, llegó un lateral derecho (Sapunaru), tres centrales (Loovens, Álvaro y el repescado Goni), un par de mediocentros (Romaric y Movilla), cuatro mediapuntas versátiles (Montañés, Babovic, Wílchez y Javi Álamo). Además, se ató la continuidad de dos cedidos en el curso pasado, los medios Zuculini y Apoño. Y se le dio pasaporte del primer equipo a dos futbolistas que venían de Segunda B para jugar en el filial: José Mari y Víctor Rodríguez.
Al Zaragoza le costó arrancar. Varios futbolistas arrastraban desajustes en la preparación. El equipo no terminaba de asimilar un modelo de juego. Jiménez no terminaba de tocar las teclas oportunas. Todo era consecuencias de proyecto tan renovado y embrionario. Ahora, el Zaragoza aterriza en el Camp Nou en su mejor momento emocional y futbolístico de los últimos cinco años. Jiménez es un entrenador motivacional y cuya personalidad -la sensatez, la cultura del esfuerzo, la humilde ambición o su ímpetu competitivo- define el contenido del equipo. También es un entrenador elástico, se adecua bien a los perfiles de lo que tiene y también a la propuesta del rival. Aunque ahora prioriza el 4-2-3-1 muy dinámico sobre el 4-3-3, el juego del Zaragoza es muy flexible.
En líneas generales, se ha convertido en un equipo muy agotador para el rival. Es sólido, vive alejado de su portería y acumula tiempo de juego en campo adversario. Eso le permite limitar el peligro, aunque no termina de dejar de ser un equipo sensible a los accidentes defensivos. Si algo ha cambiado en el Zaragoza es un su relación con la pelota. El año pasado sobrevivió gracias a su agresividad, intensidad, capacidad para el robo alto y verticalizar. Ahora, mantiene su fervor colectivo, pero Jiménez está construyendo además un modelo con el control del balón como eje vertebrador. El Zaragoza se siente cada vez más cómodo con el balón como discurso. Posicionalmente, es un equipo fatigoso, ensucia las líneas de pase del rival, bien ordenado y con una notable organización defensiva, lo que le permite sufrir muy poco la transición. El equilibrio de Movilla es esencial en esto, además de en facilitar una vía de paso fiable en los primero tramos del circuito del juego. Movilla gestiona casi siempre dirección costado o dirección Apoño, el verdadero motor. Clave es posicionamiento de Víctor, ya sea por fuera o por dentro. Es eléctrico, astuto, con golpeo ambidiestro, desequilibrante, vertical y asociativo. Un futbolista que ha enriquecido mucho el juego periférico y que conecta a la perfección con un delantero tan móvil como Hélder Postiga. Montañés suele romper desde el lado izquierdo. Es diestro y tiende a la diagonal. Su gran virtud es la arrancada, demoledora ante laterales sin gran técnica defensiva. Aunque no está definido el plan para el Camp Nou (podría Jiménez incluso en protegerse con cinco atrás), casi seguro Zuculini será de la partida. Es un mediocentro al que Jiménez escora a la derecha. Desde ahí, sostiene las basculaciones del equipo, pero sobre todo su uso es recuperador. Es brillante en la presión, agresivo e incandescente, nunca rehúye de nada. Pero técnica y tácticamente es limitado. Zuculini desordena al rival a través de su propio desorden. Jiménez le ha encontrado gran utilidad. Atrás, el Zaragoza cuenta con dos bajas importante: Abraham y Sapunaru. El juego pasa mucho por ellos. El Zaragoza empuja mucho por los costados, respiraba por ambos laterales. Habrá que ver cómo Jiménez rediseña este aspecto. Los centrales son Loovens, notable por arriba y solvente en la posición, pero excesivamente lento en la reacción y en carrera. Y Álvaro, mejor técnicamente, rápido al corte y con autoridad en la anticipación.
Todos ellos componen un equipo de ideas claras, alicatado por Jiménez y, por lo tanto, con una confianza y personalidad arrolladoras: si se le da una mano, te agarra todo el brazo.