LA FORJA DE UN ARTISTA EN TRES ACTOS

«La sencillez es la hija de una complejidad de creación que no se nota ni tiene que notarse» Eduardo Galeano

Primer Acto: Llamadme Messi

Las primeras frases nunca mienten. Se puede reconocer a un escritor por su capacidad para imponer, en unas pocas palabras, el tono que habrá de dominar la totalidad de su obra. El primer párrafo de Cien Años de Soledad, por ejemplo, es un compendio de trabajo y talento digno de admirarse. No solo percibimos la voz del autor y la marca de su estilo, sino que comprendemos de inmediato que algo maravilloso y terrible nos aguarda en las calles de Macondo:

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. (…) El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo» Gabriel García Márquez  –Cien años de soledad-

Pura magia, ¿cómo rechazar una invitación tan cortés a pasar la página? Del mismo modo, la primera gran frase de Messi extendió una invitación, de otro tipo, pero igualmente llena de promesas. Recordemos por un segundo los días de la era Rikjaard, antes de que la primavera terminase en el Camp Nou. Mayo de 2005. Ronaldinho aún no había perdido la sonrisa.

No es necesario desplegar recursos fuera de lo común para construir un buen inicio. No hay exceso en García Márquez, el conjunto fluye con naturalidad. En Moby Dick bastan tres palabras rotundas, llenas de resonancias bíblicas, para denotar el control del autor sobre su obra y su estilo: Call Me Ishmael. Hoy, con la ventaja que nos da el tiempo, podemos apreciar en toda su dimensión la grandeza de los primeros pasos de Messi en Primera División. Apenas tres minutos sobre el campo, diecisiete años y dos vaselinas en el Camp Nou. La primera marca el ritmo de la obertura, es el talento. La segunda tiene mucho más recorrido: implica voluntad de estilo.

Segundo Acto: El camino de la sencillez

Aunque parece que hablemos de una edad mítica, imprecisa, Leo despertó al mundo como un extremo consagrado al desborde, si bien no faltó quien señalara que su principal defecto era la falta de gol, lo cuál nos recuerda las virtudes del silencio. Messi simulaba ser el extremo definitivo, un serio contendiente al balón de oro capaz de rajar cualquier sistema defensivo desde la conducción, con un disparo preciso y una voluntad férrea. Si había un punto débil en su juego eran las lesiones y cierta tendencia a acaparar la posesión.

Recurramos al tópico para ilustrar esta etapa, al gol que representó un climax del fútbol moderno, el slalom maradoniano por excelencia. Messi, versión 2007.

En aquellos tiempos la idea de sacar a Messi de la banda parecía un absurdo. ¿Quién prescindiría de un jugador capaz de eliminar a cuatro rivales y definir como un delantero centro? Sin embargo, para Guardiola no era suficiente. Pep anticipó que ser el mejor extremo del mundo era poco ser para Messi, y muy poco para el Barça. Entre ambos marcaron una hoja de ruta que permitió al equipo añadir sus notas a las de las mejores sinfonías futbolísticas de la historia, junto a la W-M de Herbert Chapman, arrasada por Hungría en el 53, en línea con el «fútbol de pressing» de Rinus Michaels, que termina con las posiciones estáticas, con el Milán de Sacchi, que hacía jirones el pasado…, un selecto linaje al que se une el falso nueve del Barça, el jalón más reciente del incesante crecimiento táctico de este deporte. Desde 2009 Messi se convierte en el administrador de todo el sistema ofensivo del Barça, equipo ganador por sí mismo, indefendible con al argentino.

De la idea del falso nueve, casi una noción, pronto se pasó a la libertad total. A medida que racionaba sus conducciones, Leo estaba aprendiendo a ver el fútbol a una velocidad inusitada, y el Barça alcanzó niveles de ejecución técnica nunca vistos. Es difícil precisar hasta qué punto la reinvención constante del Barça está relacionada con el caudal creativo de Messi, pero de algo podemos estar seguros: hemos asistido a uno de los espectáculos tácticos más completos del fútbol.

Tercer Acto: El horror

Ayer, en este mismo blog, se comparaba a Messi con un psicópata. Feliz analogía. El último acto de la historia de Leo no puede explicarse sin el miedo que provoca en los entrenadores y en los equipos rivales. Antes de Guardiola, el arte de Messi se expresaba en bruto: chocaba con sus adversarios, recibía todo tipo de patadas, embestía los obstáculos como quien se impone tirar un muro a cabezazos. Fue una fase necesaria. Tras el 2-6 al Real Madrid, y la vida breve de la teoría del falso nueve, el escenario cambia; el mundo se llena de defensas aterrados que buscan sangre sin encontrar otra cosa que huellas en la nieve.

Veamos un ejemplo reciente en un partido que no tuvo final feliz. Enero de 2012.

¿Cómo se puede explicar esta ocasión de gol sin aludir al miedo en los rivales, a la sensación de inferioridad? Messi se enfrenta a seis jugadores del Madrid, uno de los sistemas defensivos más refinados del mundo, consigue atraer la atención de todos y filtra un pase obvio a Xavi. La escena no tiene lógica, no tiene sentido. Lo psicológico, tanto como lo técnico, explica los últimos años de Messi.

Así hemos llegado a finales de 2012, y a este record tan anecdótico como salvaje, que quizá nunca más sea superado. El gol con el que Messi consiguió alcanzar los registros de Gerd Muller es, de nuevo, fruto de la intimidación. La pasividad de los defensas del Betis no tiene sentido fuera del contexto: a ningún otro le habrían permitido marcar de esa manera y, sin embargo, Messi repetirá esta misma jugada cien veces más a lo largo de su carrera. ¿Pudieron hacer algo más los defensas del Betis? Sin duda. Aún así, merece la pena ver de nuevo el gol, fijarse en las múltiples aceleraciones de Messi, rendir debido tributo al movimiento de Alexis Sánchez, y preguntarse cuál fue el momento adecuado para quitarle el balón. Hacedlo, es un ejercicio interesante.

Afortunadamente, estamos en la liga española, y a Messi le van a intentar frenar de todas las maneras imaginables. Han intentado desconectarle del medio campo, le han empujado hasta casi el área propia, le han flotado a la perfección, evitando así su gesto técnico. A muchos equipos españoles les cabe el honor de haber combatido a Messi con dignidad y orgullo, exigiéndole llegar al límite. Lo harán de nuevo. La respuesta de Leo ha sido elevar su complejidad táctica a base de simplificar su aportación técnica y física: cada vez más centrocampista, cada vez más influyente en todas las fases del juego, ha alcanzado tal comprensión del espacio que discurre al trote, ahorrando energías, esperando su momento. Como le ocurriera a Flaubert, Messi lleva toda su carrera buscando la palabra justa, la frase perfecta, y tenemos todos la inmensa fortuna de que aún no parece haberse dado por satisfecho.