Cada vez que el Atlético de Madrid se enfrenta al Fútbol Club Barcelona me vienen a la mente dos sucesos a cuál más importante en mi trayectoria como futbolero. El primero dependió de mí en mayor medida. Tuvieron mucha culpa Kosecki o Caminero pero la decisión fue mía. Era un sábado, 30 de octubre de 1993, en el Vicente Calderón. Todavía en las gradas había bancos de hormigón, botas de vino y la entrada infantil costaba menos de menos de mil pesetas. En el campo, los números del 1 al 11 y las victorias valían dos puntos.

El Barça de Laudrup, Koeman y Romario visitaba Madrid como líder. Yo simpatizaba con el Barcelona y casi más con Romario. Para mí era un rey mago. Fue quien me enseñó que en el área todo puede ser cierto. El caso es que eran la referencia. El Atleti, entrenado en aquel momento por el Cacho Heredia, intentó tirar el fuera de juego ante Amor, Bakero, Laudrup y el colega carioca. Aquello era una batidora. Romario se fue a la caseta con tres goles y yo le pedí a mi padre el sándwich, que eran horas de cenar y ya se juntaba el hambre con mis ganas de comer, que para eso había visto tres goles de mi jugador favorito. 
A la salida de vestuarios, pasó algo. Kosecki se pareció por momentos a Futre, sin más ánimo posterior de ratificarlo, y Pedro de falta puso el segundo. Yo miraba a mi alrededor y me encontraba solo. El Barça desconectó de espíritu y a cada balón perdido encajaba un gol. Caminero, esa noche en doble pivote junto a Quevedo, demolió las gradas de tiro cruzado y me convenció de que debía unirme a la causa. Nada volvió a ser lo mismo. El Barcelona llegó a la final de la Copa de Europa y fue campeón de Liga. El Atlético solamente pudo ser, aquella temporada, el que remontó tres goles el Barcelona de Romario da Souza. A mí me valió, qué le vamos a hacer. 
El segundo suceso ocurrió 5-6 años atrás, más o menos. Y no dependió de mí. Con diez meses de separación en el tiempo, Cruyff, muy cuestionado en sus primeros años, llegaba como primer entrenador al Camp Nou, del mismo modo que Vicente Calderón fallecía y Jesús Gil tomaba el control de la entidad. Es el punto de inflexión que reescribe la historia para situar al Fútbol Club Barcelona como un gigante y dejar al Atlético en un histórico con un papel definitivamente secundario. Tampoco es cuestión de extenderse pero su importancia relevante tuvo. 
Pasados unos cuantos años, en los albores de la década pasada, para el Atlético, visitar el Camp Nou se convirtió en una posibilidad real de puntuar. Tras su ascenso a Primera, con Luis Aragonés, en 2002, sacó un empate. En el primer año de Rijkaard, el Barcelona venció por 3-1 pero en los dos siguientes años, en los que el conjunto culé se proclamó campeón de Liga, Ferrando y Pepe Murcia, de la mano de Torres, sacaron sendas victorias. Eran tiempos donde a Perea le bastaba para secar a Etoo y Ronaldinho. Tiempos extraños, qué duda cabe. 
La trayectoria más reciente ya es otra cosa bien distinta. Desde que Messi es Magneto, y mientras el club fue entrenado por Pep Guardiola, ni Aguirre, Abel, Quique y Manzano han sacado un punto. Además, Coupet, Leo Franco o Courtois se han llevado una manita o más de la apisonadora blaugrana. El Calderón tomaría nota de ello en varias ocasiones, pero Barcelona hace mucho que dejó ser plaza propicia para los rojiblancos. 
Tras la salida de Gregorio Manzano, Simeone encadenó seis victorias sin perder antes de recibir al último Barça de Pep que visitaría el Manzanares. Es el único precedente que existe del plantel actual entrenado por Cholo frente al actual líder del campeonato. Aquel día, el Atlético enfocó el partido con un repliegue medio-bajo, con los once futbolistas en campo propio, dos líneas de cuatro minuciosamente elaboradas en la defensa puramente posicional y con adecuación brillante a la amplitud que otorga el Barcelona a sus exteriores. Logró mantener a los hombres fuertes lejos de la frontal y redujo espacios al mínimo; si bien, se negó toda opción de salida. Eran los dos primeros meses de su andadura y su prioridad era la solidez defensiva como elemento definidor. Leo Messi le dio al botón rojo y produjo la primera derrota en la era Simeone. Quien si no. 
En su segundo año de proyecto, el Atlético es mucho más versátil que aquella versión. No se sabe la última vez que Cholo defendió hacia atrás sin mandar desordenar a sus volantes para defender hacia arriba y salir en bandada. Su actual estructura táctica, basada en unos niveles de confianza y autoestima desmedidos, es sin lugar a dudas, la más capaz del campeonato; no la mejor, pero sí la más en forma. Las ideas de Cholo, ganan partidos. 

Cuesta pensar que el Atlético resitúe el bloque a baja altura. Quien llega a las zonas de Valdés, o es rápido o fue ladrón en campo rival. El Atlético no tiene velocidad prolongada, y un sistema defensivo retrasado anula la otra variante, teniendo además en cuenta, que laterales (Alba + Adriano/ Montoya/ Alves) y Pedro, jugadores que realizan por número de veces y metros a recorrer, grandes esfuerzos en repliegue, son jugadores de altísima capacidad atlética y velocidad. 

En un punto en común se encuentran dos realidades que no pueden convivir. El Atlético cuánto más robos se sucedan, más feliz luce; al Barcelona le gusta todo lo contrario. Los colchoneros hacen del desorden su razón de ser: se adelantan en el marcador y siguen apretando en los momentos posteriores. A Xavi, Iniesta y Busquets, les place más el desorden ajeno (esta temporada tampoco están demasiado incómodos con el propio, pero la esencia es inamovible). La baja de Cesc, presumiblemente, obligará a un extremo en banda izquierda más relacionado con la portería que con el compañero (Villa/Alexis), más la navaja de Pedro y una entendible altura media-alta del Atlético, es una virtud que se verá explotada en el momento en que el rival no achique con solvencia todas las apariciones de sombras alrededor de Gabi y Mario. 
El Atlético aún no ha enfrentado, ni jamás lo enfrentará nadie en la historia, a un conjunto de la capacidad técnica del Fútbol Club Barcelona. El achique lateral rojiblanco, dispuesto como un libro en dos mitades (lateral + volante + pivote + punta; simetría) puede valer ante el Valladolid o el Sevilla, pero las posibilidades de su rival ya no son de su dominio. Una ‘cuerda’ de Iniesta, la no-pérdida de Xavi, un slalom de Leo, un sprint corto de Alba o una conducción de Piqué pueden desajustar esa superioridad que manifiestan los hombres de Simeone, por ello quizá la presión sea más basculante que punzante. 
La labor de Busquets y Xavi, por otra parte, volverá a servir de termómetro acerca de la efectividad y progresión con la que circula la pelota el equipo culé. Xavi cuando la toca apoya por delante, su manija es temporal y de línea discontinua. Aparece indistintamente a espaldas o a los pies de su par y Busquets interpreta el apoyo más estático por delante de la marca. La temporada de ambos es simplemente sobresaliente y con el ajuste Cesc-Iniesta en el sector izquierdo, ha dado al Barcelona un equilibrio posesión-verticalidad realmente satisfactorio. 
El marcador lo pondrá el de siempre. Messi «ya ha generado» tres goles (eso lo sabemos ahora mismo, sin esperar al partido) y es labor de Falcao, Simeone, la suerte y la pelota que el partido tenga vida y el reloj tenga trabajo. Líder contra aspirante.