LOS HEREDEROS TXURI-URDIN

Donosti es una ciudad preciosa, un escondite reservado para los amantes que logra ensimismarte desde el encanto de una Concha cuya marea evidencia las diferencias del Norte con el Mediterráneo. Acogedoras como pocas, guarda en su interior un secreto teñido de txuri-urdin (blanquiazul): la Real Sociedad. Un equipo enclavado en la provincia más pequeña por extensión de la geografía española, Guipúzcoa.  

La Real, institución centenaria, vivió su época de mayor esplendor a inicios de los años 80 con el doblete en Liga (1980/81-82), entrenados por el mítico Alberto Ormaetxea, un hombre criado en la casa. La primera de aquellas ligas fue lograda de forma agónica merced al gol de Jesús María Zamora en El Molinón en un partido que aún recuerdan en San Sebastián y cuya alineación recitan de memoria todos los niños antes de entrar a clase: Arconada, Celayeta, Olaizola, Alonso, Górriz, Kortabarria, Idigoras, Diego, Satrústegui, Zamora y López Ufarte. Entre los suplentes que jugarían aquél día, Larrañaga o un tiernísimo y prometedor Bakero. 
Al año siguiente de aquél triunfo casi in extremis, debutaron en la Copa de Europa, competición en la que no pasarían de los 1/16 de final, eliminados ante el CSKA de Sofía. Sin embargo, en la competición doméstica defendieron con éxito el título, también en la última jornada y en el mítico Atocha frente al Athletic, su rival por excelencia. La Real había vuelto a hacer historia y sellar uno de los capítulos más bellos de nuestra Liga. Algo difícilmente imaginable en nuestros tiempos. Ese mismo año ganaría la primera edición de la Supercopa de España ante el campeón de Copa, el Real Madrid. 
No sería hasta 1987 que el conjunto donostiarra volvería a ganar algún título. Fue la Copa del Rey y ante el Atlético de Madrid con Arconada de gran protagonista en la tanda de penalties. Desde entonces solo un año han estado cerca de la gloria real: 2002-2003. Ese año, dirigidos por el francés Raynald Denoueix, técnico que había logrado una Liga y dos Copas de Francia con el Nantes, el equipo del norte estuvo cerca de un revival que hizo soñar a toda una afición y ciudad que tenía en los héroes de los 80 unos iconos tan cercanos como improbables de emular. Con un De Pedro dando algunas de sus últimas noches de espectáculo en la banda izquierda; dos enormes delanteros como Kovacevic o Nihat; canteranos asentados como Aranburu y Xabi Alonso; el emergente Xabi Prieto; la experiencia de los López Rekarte, Jáuregui o Aranzábal; el ex del Liverpool en portería Westerveld; o el talento inagotable del ruso Karpin, leyenda también del Celta. Aquél equipo, contra todo pronóstico, peleó hasta muy avanzada la competición por el título mediante un gran fútbol y no pocas tardes de emociones y diversión en Anoeta, pero el Real Madrid acabaría siendo insuperable. Especialmente notable fue su primera vuelta, donde terminó invicto y que, al año siguiente, el Olympique de Lyon le apearía de la Champions League en la ronda de 1/8 de Final
Una década después de sueños con aroma ochentero, y tras la crueldad de regresar a Segunda División (2007-2010) después de 40 años consecutivos en la máxima categoría, el equipo intenta respirar en Primera División con, de nuevo, un técnico francés en los banquillos: Philippe Montanier, bautizado por esas cosas del fútbol como “El Guardiola francés” tras su gran labor en el Valenciennes. 
Pero Montanier, en una temporada y media al frente del equipo, sigue ofreciendo más sospechas y dudas que certezas. Con una plantilla que parece capaz de más, todas las miradas apuntan a la banda cuando no se termina de encadenar una racha contundente de resultados positivos. Entre los mimbres de los que dispone el galo están algunas de las perlas de Zubieta, una de las mayores y prolíficas canteras en nuestro país. Así, Griezmann al margen, francés criado a imagen y semejanza txuri-urdin, la Real tiene a tres jugadores cuyo simbolismo brilla por encima del resto: Xabi Prieto, Asier Illarramendi y Rubén Pardo.
Xabi Prieto, que ya formaba parte de aquél mítico conjunto de Denoueix, lleva toda la vida en el club de su corazón. Representa el espíritu del one-club man. Con más de una década vistiendo la casaca de rallas blanquiazules, es el reflejo donde los más jóvenes quieren verse, un testigo que cogió de Xabi Alonso una vez éste partió hacia Liverpool. Entre esos jóvenes, precisamente, encontramos a dos precoces y talentosos centrocampistas, nada que ver con las cualidades y ubicación futbolística de su capitán pero sí igualmente con mucho fútbol en sus botas: los citados Illarramendi (1990) y Pardo (1992). Son las luces –Griezmann aparte- de mayor alcance en la Real y ya protagonistas en las categorías inferiores de la selección. 
Tras muchas dudas, intrínsecas en Montanier, parece que éste finalmente ha roto el miedo a alinear juntos a las dos perlas de Zubieta. La realidad de cara no ya solo al futuro sino al presente más cercano es que son más que compatibles. De otros factores dependerá que puedan ser la base sobre la que asentar un equipo donostiarra que debe aspirar, ya por recursos actuales este año, a Europa League. 
Rubén Pardo, a pesar de que su físico aún es algo liviano, destaca por su ascendencia vertical en el juego, llegando a posiciones muy adelantadas con facilidad. Aunque también es capaz de jugar en largo con precisión, algo que recuerda al gran Xabi Alonso y a asociarse con facilidad. Por su parte, Illarra, es un centrocampista más próximo al mediocentro posicional estándar, al jugador que se siente cómodo dominando desde la base. Ágil en la distribución e inteligente en la colocación. Ambos son notables en el robo y han demostrado poder complementarse a la perfección. Pueden jugar juntos en una especie de doble pivote o con otro interior que permita a Pardo subir su posición, puntualizando que siempre es Illarramendi el que ocupa un puesto más claro en la base. De cómo terminen por asentarse y mezclar y si a Philippe no le da por echarse atrás, la Real no debe sino ir creciendo a partir de ellos.
Y quién sabe si algún día los Illarra o Pardo emularán a aquellos héroes de los 80 que pusieron futbolísticamente en el mapa a la Real Sociedad y a la bella ciudad de San Sebastián. Unos 80 en los que nacieron algunos de los últimos hijos ilustres txuri-urdin como Xabi Alonso o Xabi Prieto, cuyo relevo generacional y emocional reside ahora en dos jóvenes de los 90 que ilusionan a toda una afición con regresar a viejos aromas del pasado. O cuanto menos, con volver a sentir la emoción e intensidad de aquellas noches europeas o de aquellas tardes donde era imposible perder en Atocha o Anoeta.