Por Jordi Iglesias, Chopi

Se presentaba sobre el papel uno de los Milan-Barça más desigualados de los últimos tiempos. Quizás el que más. Había motivos para pensar que así sería.

Ni por nombres ni por sensaciones, el Milan recordaba un ápice a aquél equipo que llegó a mandar en Europa hace no tanto tiempo. De ese equipo rossonero que alcanzó la gloria por última vez tan solo quedaba el veterano Ambrosini, icono pretoriano de aquella vieja guardia en el centro del campo. Con San Siro engalanado como en las mejores ocasiones, la Champions volvía a encontrar un escenario fetiche para demostrar, una vez más, que el fútbol siempre tiene cierto grado de imprevisibilidad. Que no entiende de precedentes inmediatos ni números. Que al fin y al cabo no es una ciencia exacta y, especialmente, que nunca se puede subestimar al corazón de un campeón, enunciado que acuñó acertadamente el ex entrenador de la NBA, Rudy Tomjanovich.

Había algunas dudas sobre el planteamiento que pondría Allegri en liza sobre el no tan espléndido tapiz del Giuseppe Meazza dadas las bajas (Flamini, Nocerino, Robinho) y la no posibilidad de alinear a Balotelli, un fijo en Serie A. La propuesta que se convirtió en antídoto y solución: pragmatismo elevado a la máxima expresión. El técnico milanista quiso mantener la figura del 1-4-3-3 pese a la introducción de KP Boateng, que se situó en derecha, con Pazzini como hombre más adelantado y El Shaarawy en izquierda. En la práctica: una línea de 4 (Abate-Zapata-Mexes-Constant) y una de 5 (Boateng-Montolivo-Ambrosini-Muntari-El Shaarawy). El citado Pazzini, aún en campo propio, quedaba algo más descolgado del trabajo colectivo. 
En el Barça, el esperado XI de gala con el regreso de Xavi y la intención de potenciar el eje Alba-Cesc-Iniesta en izquierda. Algo que, realmente, no llegó a pasar ni pesar nunca en el encuentro. Los de Roura se encontraron con un rival que dejaba libres los pasillos laterales mientras minimizaba los espacios por dentro. Nada nuevo para los blaugrana, acostumbrados a planteamientos similares en las últimas temporadas, incluida la presente. Pero quizás ni ellos ni nosotros anticipábamos que el Milan fuera a defender con tanto orden y disciplina dados los precedentes y las sensaciones derivadas de su trayectoria en Liga y Champions.
Desde el comienzo dio la impresión de que Allegri firmaba el 0-0, nada que sorprendiera dada la teórica diferencia de calidad entre unos y otros y la inercia que presuntamente tomaría el choque; mientras que el Barça salió dispuesto a ejecutar el enésimo ejercicio de paciencia en busca de la victoria. Sin obsesionarse ni  acelerarse más de lo justo. Sensación de control a raíz de posesión conservadora y bastante en campo contrario pero incidencia real de la misma más bien nula ya que no se creaban ocasiones de peligro. Xavi trataba de percutir como en sus mejores partidos pero no había demasiada fluidez ni velocidad en la circulación. Iniesta en la primera parte estuvo muy aislado de la dinámica colectiva y Cesc, como durante toda su participación en el partido, volvió a perderse en busca de sí mismo. Nuevamente en una noche de máxima exigencia. Messi, por su parte, fue de los que en un tramo de los primeros 45′ mejor interpretó las necesidades del equipo y se acostó sobre la derecha como en sus inicios con Pep para arrancar con su ya conocida diagonal. Porque, efectivamente, el Barça llegaba a ocupar los costados en ataque pero sin continuidad ni peligrosidad alguna, muriendo algunas jugadas en inoperantes centros que eran favorables a los defensas locales, siempre en superioridad numérica en esa zona. 
Se llegaría al descanso con el Barça cayendo en una especie de embudo ofensivo, incapaz de encontrar espacios ni generar superioridades por dentro para sorprender por fuera. El Milan había avisado o, cuanto menos, llamado la atención a Valdés, en acciones aisladas, bien con transiciones rápidas bien a balón parado. Pero el resultado de empate, en esencia, contentaba a unos y otros. Lo más inesperado estaba por llegar.
La segunda mitad arranca con un tibio amago de los de Allegri de subir la línea de presión. Nada más lejos de la realidad ya que apenas duró dos minutos ese atisbo. Los suficientes para que el Barça se asentara sobre campo rival de nuevo, pero muy lejos de Abbiati, un espectador más en la fría noche de Milano. Iniesta, como sabedor de los defectos del equipo y de que se le requería para salir al rescate, interiorizó descaradamente su posición para asociarse con Busquets, Xavi y Messi en busca del área rival. Fueron minutos en los que parecía que el Barça podía tener las llaves del encuentro y no pasar apuros. 
Pero, por aquellos detalles del fútbol que hacen inclinar la balanza hacia un sentido u otro, el Milan y, en concreto, KP Boateng -viejo verdugo- se encontró con el gol. Casi sin quererlo ni desearlo, el equipo de las 7 Copas de Europa que se presentaba como víctima propicia para el nuevamente legítimo aspirante, se ponía por delante del marcador. El gol no les dio sino más alas y convencimiento en lo que estaban haciendo. La fidelidad al pragmatismo y a la disciplina táctica fueron incuestionables en un ejercicio de soberbia y orgullo. Tocaba mover ficha en el cuadro catalán y Roura decidió dar entrada a Alexis por un diluido y perdido Cesc. A pesar de la menor sensibilidad técnica del chileno, su labor entre centrales o arrancando al espacio se presentaba como una más que válida alternativa. Pero nada de eso acabaría ocurriendo. 
A veces no es sencillo calibrar el mérito y demérito de las partes participantes en un juego como este pero lo cierto es que si el Milan realizó un auténtico partidazo en el que le salió todo a pedir de boca, el Barça acabaría realizando uno de los peores partidos en eliminatorias en mucho tiempo. Hablamos de años. El cuadro blaugrana simplemente no estaba y cayó en el nerviosismo tras verse con el resultado adverso. El tiempo avanzaba y no daba tregua alguna, sin que realmente sucediera nada en el terreno de juego en su beneficio. Absolutamente nada. Messi no encontraba ni el ritmo ni los espacios para crecerse; Iniesta  buscaba socios a su alrededor pero sin éxito, terminando él por generar una de las ocasiones más peligrosas merced a un lejano disparo; Alexis no representaba amenaza seria y Xavi añoraba su batuta. Allegri entonces decidió dinamizar más su ofensiva con la entrada de Niang por Pazzini y el joven francés de 18 años sumó lo que prometía: descaro y velocidad. Además, él fue quien inició la jugada del 2-0 por derecha al combinar con El Shaarawy, quien atrajo la atención de Alves lo suficiente como para dejar solo en su costado a Muntari, que tan solo tuvo que afusilar a Valdés. Todo salía como lo había soñado Allegri la noche anterior. Y para el Barça y los culés, una auténtica pesadilla hecha realidad.
Las estadísticas de la UEFA anuncian que el Barça tuvo 6 ocasiones de gol con dos disparos entre los dos palos, guarismos que resultan hasta generosos dado lo visto y las tempraneras sensaciones que deja una inesperada y dolorosa derrota. No cruel, porque el resultado es justo. Tocará intentar remontar los dos goles de diferencia de aquí a tres semanas en el Camp Nou. No se presume una tarea fácil puesto que el Milan ya ha demostrado de lo que es capaz sin balón. No le va a importar defenderse hasta la extenuación. Y aunque el Camp Nou siempre es distinto, ahora mismo están en clara ventaja. Seguramente hayamos visto uno de los peores partidos en Europa del Barça en la última década. Toca agarrarnos más allá de la confianza, fe y las ilusiones, al convencimiento de que este equipo es capaz de sobreponerse a todo. Pero conscientes de que sin juego, no habrá paraíso alguno. Mientras hay vida, hay esperanza. 
Porque al fin y al cabo, como dijo Tomjanovich: «Nunca subestimes el corazón de un campeón».