Cuando Vallecas disfrazó de fiesta sus tres gradas y un muro para recibir al Barça, hace ya una vuelta, el argentino más famoso del mundo aún residía en Barcelona y no en Roma.

Por aquel entonces, pocos sabían quién era Bárcenas y menos todavía Pere Navarro. Eran tiempos cercanos, y a la vez extraños. Tiempos en los que oscilaba sobre Paco Jémez una sombra de sospecha, por afirmar públicamente que no cambiaría su estilo para jugar contra el equipo catalán.

Era una época en la que el Rayo vestía una defensa de tres, y acumulaba mediapuntas para regalar a su grada los goles de un Leo que era alegria do povo para el barrio madrileño.

Hoy sabemos que el Rayo es uno de los equipos más competitivos de la Liga. Que saca partido como ninguno a los recursos de los que dispone, y que encuentra soluciones inusuales a los usuales problemas con los que se encuentra un equipo modesto de la Liga española. Hoy quien más y quien menos sabe que Jémez acertó al evitar el camino típico y buscar una senda arriesgada, pero propia.

El héroe ya no es brasileño, sino un treintañero catalán que después de pelear por los campos de Segunda y Segunda B, está marcando los goles que mantienen la ilusión en Vallecas, y alejando, lentamente, la sombra del gigante de Swansea.

Porque el Rayo, como Piti, sabe lo que es batallar en la arena, pero prefiere pelear con floretes.