Xavi, Cesc, Thiago e Iniesta. La nómina de interiores del F.C.Barcelona no tiene réplica en ningún equipo del mundo, y aún así, hay aspectos problemáticos que tratar. No todo se reduce a fichar, por mucho que una infancia -y juventud…- de videojuegos o el ruido mediático nos empujen a creerlo. Una vez le escuché a un entrenador de los de toda la vida -disculpad que no recuerde quién- que el buen técnico no es el que llega a un club diciendo «yo os puedo hacer campeones si me traéis a este, este y a ese de ahí» sino el que es capaz de hacer crecer un equipo con las piezas que le dan, mejorando la materia prima de que dispone. En el fútbol actual, planteamientos como este suenan a quimera, pero sirven para exponer que no todo está en los despachos, y que desde la libreta se pueden transformar jugadores. Ejemplos hay cientos en cada liga.

«Xavi e Iniesta no pueden jugar juntos -como interiores, cabría añadir». Esta sentencia que hoy suena tan aberrante, fue dogma durante la etapa de Frank Rijkaard en el banquillo culé. No fueron pocos los que vieron con recelo las intenciones de Guardiola de juntarlos en la medular de su Barça. Y lo cierto es que la afirmación no era falsa. Al menos en ese contexto. No se trataba de una hipótesis sino que era un razonamiento empírico. Cuando en el Barça de Rijkaard habían coincidido juntos los actuales 6 y 8, la fórmula no funcionaba.
Lo que sucede, es que en el fútbol cada equipo es un mundo, y extrapolar certezas de uno a otro es un ejercicio peligroso. Tan peligroso como -permitidme la provocación- afirmar hoy en día que Xavi e Iniesta pueden jugar juntos -como interiores cabría añadir-.
Quizá lo interesante esté en ir al origen. A esos años en que de la mano de Rijkaard, Ronaldinho, Deco o Eto’o, el Barça dejaba atrás los años negros del mandato de Gaspart. Cuando «Xavi e Iniesta no podían jugar juntos». Ese era el equipo del Gaucho -en primer término- y de Eto’o y Deco en segundo. Un equipo articulado desde la capacidad del brasileño de, orientado hacia el interior desde la comodidad del extremo izquierdo, hacer posible cualquier pase a cualquier compañero. Sumado eso a la ruptura del león camerunés y de Giuly, y a la extraordinaria habilidad de Deco -que antes insinuó Davids- para ganar la segunda jugada, tenemos la formula del éxito. Balón que llega a Ronaldinho -pausa para acordarse de Márquez-, el brasileño levanta la cabeza y pone el pase profundo buscando a las dos flechas, si la pelota pasa, ocasión de gol, si no, Barça y rival dejan el escenario en ventaja para que Deco recoja el rechace. Como puede verse, este es un sistema que no sólo asume la pérdida, sino que prácticamente la busca. De ahí que fuera tan difícil encajar a dos interiores tan poco indicados para el ir y venir y para el gesto técnico defensivo como Iniesta y Xavi.
Después vino Guardiola y el Barça de Ronaldinho pasó a ser el de Messi. El equipo que nunca perdía el balón. Y del mismo modo que los centrales pasaron a defender en un contexto muy determinado, también lo hicieron los interiores. Principalmente con balón, y cuando no, sólo hacia adelante. Si la mayor arma tanto en ataque como en defensa era el no perderla, nadie mejor que los dos canteranos, que formaron una dupla que ya es marca registrada en el planeta fútbol.
¿Y hoy? Hoy el Barça la vuelve a perder. No porqué quiera, sino porque no tiene más remedio. Xavi tiene dos años más y mucho castigo encima. Ya no es lo mismo y el Barça jugando a lo mismo ya no juega igual. A los interiores les toca defender, correr hacia su portería tras el balón o robar el balón al contrario en desventaja.
Es difícil que Xavi pueda hacerlo. Nunca ha podido pero daba igual porque no le hacía falta. Con Iniesta pluriempleándose entre su función de falso extremo izquierdo y la de interior socorrista cuando el rival ahoga con las líneas arriba, parece que se hace más necesario que nunca recuperar al Cesc de antes de la recaída de Vilanova. El de Arenys, de correr, se ha hartado en la Premier, y además, como todo el que pisa las islas, tiene gesto, timming y arrojo cuando hay que quitársela al adversario.
Y entre tanto, por ahí está Thiago Alcántara. Inconstante, imperfecto, con mucho que aprender y mucho que desaprender, pero que siguiendo lo que se desarrolla en este texto, debe ser importante. Primero porque es un jugador con peso en la base, donde Xavi ya no ayuda y donde si ayuda Iniesta se genera un agujero en la punta izquierda. Y segundo porque el hispano-brasileño posee una más que notable capacidad defensiva. No es Mauro Silva, ni Dunga ni su padre Mazhinho, su influencia más interesante se produce sobre el arco rival y no sobre el propio, pero mete el pie y sabe hacerlo.