El fútbol corre rápido. Es volátil. Te tira y te levanta. Se compone de un material tan efímero y vaporoso como los resultados. Lo dibujan caídas, subidas, crisis, tendencias graves, felices e imprevistas. Especialmente finas son sus costuras cuando apenas eres un equipo tierno, un proyecto balbuceante y al que los miedos invaden con suavidad y facilidad. En medio de todo ese material palpable, los números, puntos, victorias y derrotas, están las emociones, quebradizas cuando se pierde y expansivas cuando se gana. Todo esto le ha sucedido al Real Zaragoza esta temporada.

Cuando la primera vuelta de la Liga nos dejaba un equipo alejado de sus pobres versiones de los últimos años, impulsado y patrocinado por Manolo Jiménez, joven, ordenado, serio y con discurso, con 22 puntos y la impresión de que los periodos de sufrimiento quedaban atrás, el castillo se ha derribado. Sólo 5 puntos de los últimos 39 ha firmado el Zaragoza. No gana desde antes de Navidad. Este derrumbe ha dinamitado el bloque construido por Jiménez en la primera vuelta y ahora es un equipo invadido por sus propios síndromes, el miedo a sentirse amenazado, el temor a volver a derrochar la última gota en la pelea por la salvación. El Zaragoza ya conoce este camino, pero su reacción ante el declive ofrece nuevas claves. Esta vez el Zaragoza cae de arriba. Emocionalmente, es un factor diferencial. En pasadas campañas, el equipo aragonés se carcomía en puestos de descenso y desde allí, con bayoneta y sangre, levantaba la cabeza. Ahora no es así. Nadie imaginó, sólo su entrenador, prudente y moderado, conocedor de las limitaciones de su ejército, semejante crisis tras las primera vuelta. Los corazones estaban ya preparados para otra cosas. 
El equipo ha sido muy sensible a esta caída. Sus huesos aún no han tocado descenso por la debilidad de la pelea en la zona baja, donde casi nadie gana, y han convertido la pelea por la permanencia en una película de malos. ¿Pero por qué se le ha caído a Jiménez el Zaragoza? Se han conjugado varias causas. El Zaragoza fue un buen equipo en la primera mitad del curso, pero era un equipo escaso, corto. Con un once titular que apenas toleraba las bajas. Sanciones y lesiones en el primer tramo de 2013 lo menguaron. Apoño, desde entonces, no afina su físico. Y Apoño es medio Zaragoza. Sin él, el equipo aragonés sólo ha marcado un gol (de penalty). Su impacto en el juego es total. Conforma junto a Roberto, Álvaro y Hélder Postiga los cuatro puntos cardinales. Cuando uno se funde, el colectivo se resiente al completo. 
Hablamos de un proyecto emergente, con demasiada apuesta, con futbolista de poco vuelo en peleas de alto rango. Montañés, Álvaro, José Mari, Víctor, Rochina, Carmona… Esa falta de experiencia era un cañón apuntando. En cuanto los problemas han entrado por la ventana, se ha notado. El Zaragoza es ahora un equipo de carácter blando, propenso a la asfixia cuando un resultado se le empina. No es capaz de gestionar las dificultades. La baja de Aranda rompió también a Jiménez. Era una fórmula poco brillante pero que abría muchas alternativas en el juego. Ninguno de los fichajes invernales ha funcionado. Carmona tiene un papel testimonial. José Fernández es un recambio en el lateral derecho para Sapunaru. Bienvenu no arranca. Rochina es talento puro, con una zurda de dinamita, uno de los pocos jugadores de la plantilla con capacidad para generar superioridades y desborde. Sin embargo, su empacho de balón, su poca habilidad para tomar la decisión correcta en el campo, lo han convertido en un futbolista poco útil en lo colectivo. Su lugar lo ha cogido Rodri, más sacrificado, menos brillante, pero más soldado, más Manolo Jiménez. 
Varios futbolistas han perdido su fuelle. La baja de un perfil adusto como Zuculini ha sido clave. El equipo perdió su balance, su tensión y su fuego en la presión con su rotura de rodilla. Montañés pasó un bache. Sapunaru no es el lateral imponente del inicio. Y Víctor Rodríguez ha pagado el natural peaje de quien salta de Segunda B a Primera. Si no es antes, es después. El precio del cambio es alto y Víctor ha reducido su chispa y ha perdido el factor sorpresa. Sólo Álvaro, central carne de selección, agresivo, veloz en la administración de espacios y técnico con el balón, y Abraham, el futbolista más constante del año, potente, osado, ofensivo, pero con una sobresaliente capacidad de anticipación, han mantenido una línea regular. 
El Zaragoza se atraganta en el ataque. Es el equipo de la Liga que menos marca en jugada. Defensivamente es un bloque compacto, aunque falto de contundencia. Loovens, paquidérmico y con demasiada cara de ángel como para ser central, encarna esa blandura. Atrás el equipo sufre porque es propenso al accidente individual. Su mayor problema es la generación de juego ofensivo. El Zaragoza ataca poco y mal. Sin un verdadero autor del juego y sin focos de inspiración, necesita afinar mucho en la recuperación. Sus mejores ratos pasan por un bloque alto, que recupere cerca de la portería rival y le ahorre metros al desarrollo del juego. Cuanto más sufre el equipo para robar, más le cuesta atacar. Cuando recupera lejos, su código ofensivo se borra. No suele tener un patrón para el ataque posicional. Jiménez ha buscado respuestas, ha matizado el equipo y ha buscado cirugía. De momento, no reencuentra al equipo. No parece un partido ante el Barcelona el mejor lugar donde hacerlo.