10 AÑOS DE AQUELLAS PRIMERAS SONRISAS

Dicen que la vida no se mide por las veces que respiras sino por aquellos momentos que te dejan sin aliento. Momentos únicos, trascendentes, que adquieren una dimensión especial. Instantes que aunque duren muy poco, encuentran un hueco en la eternidad. En nuestros recuerdos. Latiendo junto al corazón. Para mí, muchos de esos momentos tienen color blaugrana y comienzan en verano de 2003. Desde que un tal Joan Laporta se convirtió en presidente del FC Barcelona. 

Han pasado 10 años ya. Que se dice pronto. Aquel equipo nació en mi plena y efervescente adolescencia, tan desorientado como yo tras no pocos años de ingenuidades, inocencia y desengaños. Dejando de ser un niño poco a poco al tiempo que adviertes más responsabilidades. Pero con unas infinitas y crecientes ganas de diversión. De pura evasión. Llegó Laporta con un mensaje de cambio, radical en cierta manera y enarboló la bandera de un barcelonismo distinto al tradicional. Nada que ver con el nuñismo. Sus palabras no sonaron nunca huecas pero necesitaría de legitimidad deportiva para asentar su proyecto. Para ello confió -empujado por un convincente y bien relacionado Sandro Rosell, entonces vicepresidente- en un joven y sonriente brasileño llegado desde París, Ronaldinho, y en un inexperto técnico de la escuela holandesa como Frank Rijkaard, ex alumno aventajado de Sacchi en aquel inolvidable Milan que funcionaba como un reloj suizo. La primera piedra de un gran pero efímero Barça empezaría a cobrar sentido alrededor del talento y la magia del 10. Rápidamente enamoró al Barça y el Barça se enamoró perdidamente de él y su gesto técnico. Por eso somos muchos los que todavía hoy le amamos. 

Ese Barça ganó y conquistó Europa en poco tiempo, pero su frenesí no tuvo la suficiente continuidad ni empaque para seguir ganando. La rebeldía propia de la juventud le llevó a desviarse del camino otrora requerido y deseado. Como yo en muchas tardes-noches, el equipo perdía el rumbo preso de sus deseos. Tremendamente alejado de cualquier postura ascética. Sometido a la ley del hedonismo. Ambos aprendimos de lo vivido, pero tuvimos que caer en cierta manera para cerciorarnos de ello.

Asimilar que hay romances que no pueden durar para siempre y que el amor tiene caducidad no siempre es sencillo. Pero llega un punto en que te ves obligado a cerrar una puerta. Quemar una etapa y buscar nuevas aventuras. Retos. Así le ocurrió al Barça tras el ocaso de su (mi) ídolo Ronaldinho. Nunca la caída de un dios terrenal había parecido tan dura. Era como despertar de un sueño tras mucho tiempo durmiendo. Aunque ya en la veintena, las cosas se veían algo distintas. Para mí seguiría siendo, pasara lo que pasara, uno de mis grandes amores de adolescencia. Pero no podía continuar aquí ni así. Era lo mejor para todos.

Laporta tuvo que enfrentarse a una decisión vital que marcaría el sino del Barça. Poner fin a la etapa de Rijkaard-Ronaldinho y apostar por un nuevo técnico. Lo ocurrido ya lo sabéis. Azar, destino… Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Como casi todo en la vida. Con Josep Guardiola se escribirían las letras más doradas de la historia del club.

Ronaldinho. Laporta. Laporta. Ronaldinho. 10 años hace de la llegada de ambos al Barça. A nivel institucional y sobre el campo ambos personificaban la ilusión y el optimismo. Aún con errores -no pocos-, y varias terquedades propias del ser humano, colocados en una balanza y observando con el rigor que otorga el paso del tiempo, el Barça tiene mucho que agradecer a ambos. Mucho.

Solo el tiempo dirá si uno de ellos vuelve para dirigir los destinos del club. El tiempo y los resultados deportivos dictarán. Porque si una cosa parece clara es que a nivel de imagen y como institución, el Barça ha perdido actualmente algo que le hacía tan singular y especial. Aunque sigue siendo una máquina de generar ingresos y una auténtica marca global. Ante las carencias de unos, el equipo, los jugadores, deberán responder y sostener al club. Sería raro esperar milagros o cambios en la dirección por parte de algunos.

Y, mientras, ya con 25 años, sigo pensando de vez en cuando en aquel amor de adolescencia nacido en Porto Alegre que tantos momentos de vida me dio en plena ebullición adolescente. Fue y será siempre especial. Todavía me emociono cuando lo veo jugar con las rallas blanquinegras del Galo, como se conoce popularmente a su club actual, Atlético Mineiro.

Ronaldinho o cómo medir la vida a cada regate, gol y asistencia suya. Nunca olvidaré tu magia ni sonrisa.