La marcha de David Moyes ha supuesto una auténtica revolución en el Everton. El ahora técnico del Manchester United era toda una institución en Goodison Park tras muchos años de encarnar en su propia persona la identidad del club. Su gestión deportiva fue excelente, infundiendo al conjunto toffee una marcada personalidad y asegurando sobre el césped una regularidad competitiva impropia de los recursos que manejaba. Tras Ferguson y Wenger ningún entrenador presentaba una vinculación tan íntima con un proyecto deportivo de la Premier League. El carácter del Everton era el de David Moyes: duro, sufrido, batallador, un homenaje efectivo a los valores más pragmáticos del fútbol británico más genuino. No era un equipo bonito de ver, era un equipo difícil de doblegar.

No es sencillo identificar un perfil más alejado de David Moyes que el de Roberto Martínez, su sucesor en el banquillo toffee. Ambos comparten una excelente reputación como entrenadores y se cuentan entre los valores más sólidos de los banquillos ingleses de los últimos tiempos, pero su espíritu no tiene nada que ver. El catalán es el embajador de los rasgos distintivos del fútbol español en la Premier League. Su propuesta prioriza el dominio del balón, sus equipos toman riesgos en pos de la portería rival y satisfacen al espectador medio con un juego que luce técnica y fluidos ejercicios ofensivos. El enorme contraste estilístico con su ilustre antecesor ha sido evidente desde los primeros minutos de juego del nuevo Everton, cuyos resultados no terminan de alzar el vuelo a pesar de mostrar una solvencia considerable aplicando los nuevos principios fubolísticos que rigen el equipo. El conjunto de Roberto Martínez quiere la pelota y la mueve con agilidad. Domina los partidos y acecha la portería rival. Está jugando bien pero su falta de gol es una auténtica exageración que mantiene los partidos abiertos e invita a los rivales a asaltar el marcador con lo mínimo. Un problema estructural para el que el entrenador ha buscado solución en los últimos compases del mercadeo veraniego. Y bien puede ser que haya dado con la tecla adecuada.

El cierre del mercado ha concretado la marcha de Fellaini al Manchester de David Moyes. Mientras no se confirmaba la operación Roberto Martínez usó al belga como mediocentro corrector en su 4-2-3-1, un rol que limitaba el vuelo ofensivo que ha caracterizado el mejor rendimiento del jugador. Una medida razonable en un equipo ofensivo que no contaba con ningún otro cierre de garantías, pero quizá también una solución provisional en espera de su previsible traspaso. A cambio, el equipo ha incorporado dos fichajes que si bien no compensan la salida de su gran estrella sí encajan perfectamente con las carencias de la plantilla. Ha llegado un buen nueve de área, Lukaku, y el hombre que deberá asegurar la transición defensiva: Gareth Barry.

Y está Barkley. La gran perla del Everton es el jugador clave del nuevo proyecto toffee, un mediapunta técnico e incisivo que ofrece entre líneas algo que Roberto Martínez prefiere a la combatividad y los centímetros de Fellaini: control, toque y conducción, juntar rivales con el balón en los pies y apoyos meritorios para cualquier compañero. Apartar a Fellaini de la mediapunta ha servido al nuevo entrenador para vertebrar el equipo alrededor de la joven estrella inglesa, segundo escalón para la salida desde atrás y epicentro de todas las combinaciones en ataque. La confianza de Roberto Martínez es evidente, la posición de Barkley lo define todo: acostándose a la izquierda activa el flanco creativo del equipo, caracterizado por el apoyo incansable de Baines desde el lateral y el juego interior y pausado del extremo más asociativo del equipo, el sudafricano Pienaar. El equipo mastica el balón en ese costado hasta que Barkley considera que la jugada está madura y mira hacia la derecha en busca del aclarado. Es el flanco resolutivo: ahí imperan los movimientos verticales de Mirallas, un segunda punta camuflado en la banda, y el desborde de un lateral peculiar que encara y pisa el área: Coleman.

La idea está funcionando bien, tiene sentido y se amolda a los jugadores, pero no está asegurando buenos resultados porque la silla cojea de un par de patas, y ahí es donde entran los refuerzos. Arriba se espera que Lukaku intimide a los centrales en los ataques posicionales que se le atragantan a Jelavic mientras Koné ofrece una alternativa versátil para partidos más abiertos. Atrás Barry debe dotar de mayor seriedad al mediocampo ante las pérdidas de balón porque ni su acompañante, Osman, ni ningún otro centrocampista del equipo pueden asegurar un buen desempeño defensivo como barrenderos de la zona ancha. ¿Y Deulofeu? Encaja en las dos bandas y es uno los futbolistas con más gol de la plantilla. Barkley le espera.