La temporada del centenario del Barça, no empezaba de la mejor de las maneras para el club. La afición y el famoso entorno apuntaban con bala hacia todo lo que se movía, principalmente -y como pasa casi siempre-, hacia el presidente, y el entrenador. José Luis Núñez unos pocos meses antes había sobrevivido electoralmente a una moción de censura promovida por el Elefant Blau, pero mediáticamente su posición quedaría maltrecha. No tanto, pensarán algunos, como la del entrenador, Louis Van Gaal, quien a pesar de haber ganado en su primera temporada los títulos de Liga, Copa y Súpercopa de Europa siempre estuvo muy cuestionado.

Y es que la relación del entrenador holandés con la afición fue de odio-odio, y la verdad es que él tampoco es que pusiera demasiado de su parte por entender al respetable. La lista de bajas para esa temporada ya fue traumática: entre otros, Amor, Stoichkov, De la Peña y Ferrer que posteriormente sería nombrado mejor extranjero de la Premier League. Casi nada al aparato. Pero aún mas peliaguda fueron las altas: Zenden -de quien mas tarde diría que no sabía centrar-, Cocú y Kluivert a la espera de los gemelos de Boer, Frank y Ronald. El problema no era la calidad de los nombres si no su nacionalidad: holandeses, como el entrenador, y como Hesp, Bogarde y Reiziger que ya estaban en el plantel por lo que formarían una potente colonia. El único que no presentaba esa nacionalidad entre las altas, filial a parte, fue el central zurdo Mauricio Pellegrino, cuyo nombre siempre venía precedido de una pregunta: ¿Quién es…?

Con todo esto arrancó la temporada entre murmullos. No solo la afición estaba cansada de Louis, varios miembros de la plantilla también. La rigidez de su sistema, su poco apego hacia las estrellas “la única estrella del equipo soy yo”, “no me gustan las chilenas ni los tacones” y la imparable holandización de la plantilla hacían del ambiente algo irrespirable. Y en esas, llegó agosto.

En agosto la cosa se puso peliaguda para el proyecto. Por un lado, el Barça quedaba encuadrado en el grupo de la muerte. Brondy, Manchester United, y Bayern de Munich -a la postre finalistas de la competición- se cruzaban en el camino del equipo culé que tenía como destino final el poder ganar la segunda, en casa, en la temporada del Centenario, y después de que lo hiciese el máximo rival. Por otro lado, el primer título de la temporada se escapaba ante el Mallorca, que no era la bestia negra del equipo de Rivaldo y compañía simplemente porque era el Valencia el que tenía tal distinción. El gol del debutante Xavi Hernández sería lo único rescatable de un trofeo que no fue más que el preludio de lo que estaba por venir.

La temporada se jugó con 3-4-3 y con 4-3-3, sistemas muy del gusto de Van Gaal. Aunque fuese cual fuese el escogido, las señas de identidad del equipo, para lo bueno y para lo malo estaban muy presentes. Lo peor, como no podía ser de otra forma, era la defensa. El equipo era muy endeble, y en algunos aspectos, algo antiguo. Por ejemplo en la posición de Guardiola por delante de la defensa. El 4 culé, que era un maestro teniendo el balón en los pies y moviendo el equipo, presentaba lagunas en cuanto al empuje físico y transición defensiva. Años antes Capello y Desailly demostrarían que este problema costaba Copas de Europa y así seguiría siendo. Si a esto le sumamos que el equipo presentaba 3 delanteros que no retornaban, dos laterales muy ofensivos y un central -o dos- muy lentos y rígidos, nos sale la equación. No es de extrañar que el Barça hiciese de Claudio López uno de los mejores delanteros del mundo y del Valencia el equipo de moda. La portería a 0 prácticamente era una quimera.

Ofensivamente era donde estaba la parte buena del invento -en los días en lo que todo salía de cara-. Juego de posición muy marcado y estricto -que se lo digan a Rivaldo-, asociación alta en velocidad y precisión, juego por las bandas con los extremos a pie natural, triángulos y uso del hombre libre como apoyo. Y ofensivos, muy ofensivos. Con los laterales con la responsabilidad atacante de aparecer en carrera y centrar, muchos eran los partidos en los que el Barça cargaba el área o la frontal con hasta 5 jugadores a parte del lateral. El resultado salta a la vista: Cocú y Luis Enrique, los interiores zurdo y diestro respectivamente anotaron entre los dos más de 20 goles solo en Liga, Rivaldo luchó por el pichichi y Kluivert y Figo, también sumaban en cifras goleadoras pero sobre todo en apoyos y juego en la frontal. Que esta fuera la cara del equipo que se impusiese sería fundamental para que el equipo se llevase el título. La defensa no tenía solución.

Y al inicio esto no fue así. El debut en Santander se saldó con 0-0… gracias a un Hesp que se ganó una entrada en el santoral parándolo todo -intervención con el rostro incluida-. Pero partir de ahí, la intermitencia, sobre todo en un Camp Nou fue perenne aumentando el estado de tensión: victoria por la mínima ante Extremadura, empates ante Celta y Salamanca en Liga y derrota ante el Bayern de Munich en Champions que sumada a la también sufrida en Alemania y el empate a 3 en Old Trafford rompía el sueño de disputar el trofeo… pero lo peor estaba por venir. En el Carlos Tartiere un Oviedo que sesteaba en la clasificación remontaba al Barça en los instantes finales después de que el entrenador holandés retirase a Cocú, Figo y Giovanni dando entrada entre otros… ¡a Ciric! En la opinión pública el equipo había tocado fondo, pero en la clasificación aún no.

Eso sería en la jornada 14, tras 4 derrotas consecutivas ante Mallorca, Atlético de Madrid, Deportivo y el recién ascendido Villarreal el día que Craioveanu entró en el Olimpo futbolístico. Especialmente dolorosa fue la derrota contra el equipo colchonero por la fecha en la que se produjo: la fiesta del centenario del club. Pero ni el fútbol ni Jugovic tuvieron piedad de Van Gaal. Eliminado en Champions y en el puesto número 11 en la Liga, las horas del holandés parecían contadas.

Durante toda la semana hasta el siguiente partido no se habló de fútbol, si no de guillotinas y de camas a medio hacer. La cabeza del otrora ganador de la Champions con el Ajax se pedía en bandeja de plata, entre acusaciones y medias verdades de que eran los jugadores los que lo ponían en la picota. Era tal la situación que parecía que todos, jugadores y afición, deseaban la derrota en el siguiente partido y acabar con esta agonía. Y así llegó el equipo a Zorrilla, a enfrentarse al Valladolid, y llegado este punto no hay lector que no sepa lo que pasó. Al poco de empezar el partido, un gol de Xavi de cabeza ponía el inamovible 0-1 en el marcador devolviéndole así la confianza que el orange tenía en él. Fue el punto de inflexión.

Van Gaal se comía el turrón y la ejecución se aplazaba pero no se olvidaba. Pero el nuevo año fue de resurrección. Con los De Boer ya en nómina el Barça labró una racha de 8 partidos seguidos consecutivos ganando, victoria al Real Madrid por 3-0 incluida, y alcanzando un liderato que ya no soltarían. El equipo de repente estaba reglado y arreglado, alcanzando la velocidad y verticalidad precisas. Acciones combinativas preciosas en la frontal y llegadas en vuelo de los hombres de segunda línea eran la constante cada semana. El Camp Nou era una fiesta: Rivaldo dedicándole goles a las madres cués, Anderson llevando una camiseta encima de otra para tirársela a la grada al celebrar un gol… Por supuesto, la brutal carencia defensiva, esa que se paga por Europa, seguía presente como se encargaría de recordar, quien si no, el Valencia: derrota en Liga tras 10 partidos y eliminación en Copa tras una brutal eliminatoria que finalizó con un 7-5 global.

Poco importaba, en Liga el equipo seguía en su mejor momento como se refrendaría en la brillante victoria contra el Deportivo por 4-0, en lo que fue la cima de esa temporada y probablemente de todo el ciclo de Van Gaal. El decimosexto título liguero se conseguía en Mendizorroza tras golear al Alavés.

El equipo conseguía el trofeo y lo más importante, mostraba mimbres para el futuro. Pocos conjuntos tenían mas potencial ofensivo y figuras que el Fútbol Club Barcelona. De hecho, en la temporada siguiente por momentos alcanzaría grandes momentos de juego que le harían merecedor de la orejona. Pero una mala planificación deportiva que no subsanó los problemas de siempre terminó por condenarlo, cerrando el año en blanco, con cambio de entrenador y presidente y abriendo una larga travesía en el desierto. Pero eso ya es otra historia. La nuestra es la de la campaña 1998-1999, la del Centenario, que resultó histórica para el club sumando el título liguero en fútbol, pero también en basket, balonmano y hockey patines, consiguiendo un hito que ninguna otra entidad pudo repetir nunca.