A un lado el desencuentro social que ha generado esta temporada el FC Barcelona, nos encontramos un nivel de juego bastante por debajo de lo que se espera con un plantel de futbolistas como el que compone la plantilla que maneja Gerardo Martino. Sentando las bases en que el fútbol es de los futbolistas y los sistemas se dibujan y funcionan o no en torno a estos, podríamos suponer en verano que Martino seguiría dibujando un Barça de carácter dominador, posicionalmente conservador en cuanto a directrices tácticas y creado para que el mejor futbolista del planeta finalice el cuento con mano de artista. Hacía tiempo que nadie removía los posos del café en la tierra del toque y el juego de (no) transición. La tendencia era pensar que se debería mantener la excelencia que caracterizó al equipo que durante cuatro temporadas dirigió Pep Guardiola y heredó, asediado por la fatalidad, Tito Vilanova. Pero nadie se plantea si estos cuatro años fueron constantes. Creo que nos hemos creado un halo de perfección alrededor del, así lo pienso, mejor equipo de la historia que solo hace y hará que traspapelemos la realidad de este bonito deporte que tanto nos hace sentir y discernir.

Da la sensación, moviéndose por el entorno azulgrana, que estamos viviendo una situación novedosa, fatalista y de difícil gestión para el paladar culé. Paladar, afortunadamente, acostumbrado los últimos tiempos a la calidez de la dieta mediterránea y los manjares más exquisitos que habíamos soñado nunca. Hay quien, con cierta razón, retrocede hasta Robson para situar la actualidad con aquel año de ¿desasosiego futbolístico? Podemos debatirlo en otro momento, yo no me voy a ir tan atrás. Volvamos al año I de la era Guardiola (2008/09). No vamos a detenernos en Soria, ni en el Racing de Santander, que aunque ahora pulule por la segunda B consiguió arrancar un punto del Camp Nou que sublevó a los dioses del pesimismo. Nueve victorias consecutivas, un empate ante Getafe en el Camp Nou (1-1) y de nuevo otros 10 triunfos en liga, de carrerilla. Hasta la jornada 23, en el Villamarín, ante un Betis que en 45’ sacó las vergüenzas al equipo de Pep poniéndose 2-0 en media hora. Después, un vendaval africano estuvo cerca de llevar la victoria a la cuenta azulgrana de no ser por Ricardo, portero portugués del Betis. Eto’o en el 45 y en el 84 hacía el empate y corría con aquél recordado gesto hacia su entrenador “qué te he dicho, qué te he dicho”.

Parecía un empate cualquiera, un tropiezo que ni siquiera era tal porque la segunda mitad en Sevilla se había podido ganar y con la salida de Messi y Henry el juego y la sensación habían sido buenos. Pero lo peor estaba por llegar. De nada servían las rachas de 9 y 10 partidos consecutivos celebrando goles y victorias, la clasificación en Champions como primero de grupo. Veníamos de clasificarnos por fase previa, ante Wisla de Cracovia, porque hace un lustro ocurrían estas cosas que tan rápido y fácil se nos olvidan. Incluso se perdió la vuelta en Polonia por 1-0 (1-4). Parece tan lejano y tan imposible que hoy ocurra esto. Una sola derrota en fase de grupos, ante el Shakhtar Donetsk por 2-3 en el Camp Nou y un empate, también en casa, ante el otrora desconocido Basilea. El sorteo de octavos nos emparejaba con el Olympique de Lyon de Karim Benzema. Pero tras el empate ante el Betis, venía el derbi de la ciudad. Recuerdo que llegaba como bálsamo, el Espanyol era colista de Primera y reunía todo para salir goleado del Camp Nou y curar el rasguño sufrido. Si le sumamos que llevaba 27 años (28/03/1982) sin ganar en casa de su vecino, poco hacía indicar lo que ocurriría aquella noche de sábado de la mano de uno de los hijos de la Masía.

En 5 minutos, al inicio del segundo tiempo, el Espanyol, Iván de la Peña, estrujaban las partes más alejadas del cerebro de los 80.000 espectadores que contemplaban el partido en la grada. Primero de cabeza (el primero de su vida con esta parte del cuerpo), en una jugada mal defendida como había pasado una semana antes en Sevilla. Cinco minutos después, tras un mal despeje de Valdés ¡con el pié!, con una genial vaselina, el pelado asestaba el 0-2 como una especie de sentencia de muerte. Poco fútbol, un planteamiento rival acertadísimo (4-1-4-1 de Poche) y el escaso acierto en las 3 o 4 ocasiones que dispuso el Barça no permitieron pasar del 1-2 que hizo Yayá Touré con aun media hora por delante. Pep hizo ese día dos cambios reseñables, Busquets por Henry en el descanso, tras la expulsión de Keita poco después de la media hora, y Gudjohnsen por Eto’o tras el 1-2. Llamativo el movimiento táctico de Pep aquí, colocando a Sergio como punta y al islandés como centrocampista. Explicado por él mismo “Puse a Busi para coger balones aéreos para la segunda línea; y de Gudjohnsen quería aprovechar su llegada”. ¿Cómo sería acogido hoy un cambio de este calibre en la libreta del Tata? Miren a su alrededor, lo verán enseguida.

En el descanso dijimos que había que intentar aguantar el 0-0 cuanto más tiempo mejor. Pero nos marcaron dos goles pronto”. Podría parecer que Joan Gamper se revolviese en su tumba, pero aquello solo era fútbol. Un entrenador de elite buscando soluciones a su equipo, intentando ganar el partido para que toda esa gente se fuese a su casa contenta. Poniendo todo su conocimiento, experiencia y talento para conseguir hacerlo. Supongo que habrá pocos profesionales de esto que no actúen así, variando la frecuencia en la equivocación y la medida en el acierto, y menos que no saquen lo que creen mejor y más oportuno en cada circunstancia para ganar el partido para su equipo, para el tuyo. El fútbol es algo tan simple que nos obliga a complicarlo casi cada momento. Pep no lo solucionó aquel día, ni lo solucionaría, ni lo solucionará tantas otras veces. En la pequeña derrota está, muchas veces, la gran victoria. La perspectiva temporal nos hace olvidarnos del pequeño detalle que es fácil de obviar. Olvidar una derrota, en casa, en febrero, ante el Espanyol, sale sin querer. Incluso el contexto ofrecía la obligación de mirar a Gerland, donde esperaba la Copa de Europa en un momento, al menos, confuso.

Minuto 7, Juninho Pernambucano, 1-0. Un sutil Benzema acaricia poco después el palo izquierdo de Víctor. Un Barcelona sin ritmo, con posesión de balón pero facilitando a los franceses estar cómodos y defendiendo lejos de su área. Horizontal y frágil por el centro. Eto’o y, otra vez Karim, hicieron sonar la madera de ambas porterías. Una primera parte de intenciones previsibles, sin profundidad, sin miedo en el cuerpo del rival. O al menos con menos que en el tuyo. Tras el descanso quiso acelerar el Barça, pero solo pudo saludar a Llorís de saque de esquina. Primero Gerard Piqué para lucimiento del portero francés y en el siguiente corner Henry empataría de cabeza en una jugada muy habitual por entonces. Márquez cabecea en el primer palo y genera ocasión al remate o al segundo como en este caso. No quiso saber mucho nadie de seguir con aquello. Un empate fuera, con goles, daba mucha cancha para el Camp Nou y el Olympique no estaba dispuesto, ni tenía fuerzas, para ir a buscar el 2-1 y terminar eliminado en la ida. Pero el ritmo de un equipo como el Barça no permite descansar la mente, visitar el Calderón no es precisamente un alivio, nunca para nosotros.

No iba a ser menos esta vez, a pesar de que a la media hora ya habían anulado un gol al Atleti y el Barça se había colocado con un cómodo 0-2. Henry con un golazo desde la frontal, con esa violencia dulce con que hacía casi todo el francés, y Messi en una de sus genialidades convertidas en simpleza proponían una cuesta arriba importante a los colchoneros. Casi no recuperó la bocanada de celebración el Barça y Forlán, uruguayo que destellaba de la misma manera con la derecha y la izquierda, batía a Valdés haciendo el tercer golazo de la noche. Como ante el Espanyol la jornada anterior, el Barça ofrecía un partido fracturado, cargado de locura, no existía un control ni un dominio sobrio del juego ni esa solidez en el centro que convertiría después en el cáliz de su obra. Sucediendo ocasiones en medio de la locura, Kun empataría pasada la vuelta del vestuario aprovechando un fallo defensivo –otro más- en este caso de Márquez, que no se entendió con Puyol y concedió la finalización del argentino. Henry adelantó de nuevo al Barça en una fugaz jugada, Touré al espacio para Gudjohnsen al que acompaña el francés para apuntillar el 2-3. Forlán de penalti conseguía el 3-3 a poco más de 10 minutos para el final y el festival atlético se completaba en el 88 con el 4-3 de Agüero con un implícito fallo de Puyol. Caos.

Desajustes defensivos, poco balón, nulo control de los partidos, falta de precisión en el juego, distancia entre líneas, encuentros rotos y caóticos, intercambios de golpes y resoluciones salidas más de la calidad del individual que de la calidad asociativa. Todo esto podemos ajustarlo a lo que ocurre hoy día al equipo. Llamativo además, como también pasa ahora, que se transmitiera una imagen de bajón físico mientras Pep entonces y Tata ahora insistían en que sus futbolistas no estaban cansados. Común atribuir al estado físico un bajón de rendimiento general provocado, en gran medida, por un problema de juego. La exigencia era alta entonces y es alta hoy. En el Barça se ha estereotipado un estilo que complace exclusivamente cuando se acerca a la excelencia, cuando el rival es sometido y aturdido brutalmente por un vendaval de pases y combinaciones triangulares, asfixiado cuando por un instante la pelota cae en su poder. Se ha asimilado que el fútbol ha de transcurrir así, porque se ha ganado, porque se ha conseguido la admiración del mundo de una forma sublime. Y no es un mal camino exigirte cada día pisar por la excelencia. Pero esto conlleva pensar en que todos los caminos están llenos de pequeñas posadas, de todas se debe aprender, pero no todas conceden vino y queso.

Hoy, el Barça camina por una nueva etapa. Varios de los artífices de que se consiguiera ser la referencia mundial dan lugar a reflexiones. Hay que ser francos, y fuertes, Pep no está y él era el mazo que moldeaba el estilo. Nuestra brújula ha cumplido años y el soleo no le permite mantener una constancia y un nivel que permita afinar el reloj como entonces. Nuestros rivales conocen y han tenido tiempo de estudiar los entresijos y valores de nuestra forma de ganar. Hay un factor muy claro que, por no seguir con recuerdos, se escenificó maravillosamente el último partido de Champions, ante el Celtic. Cuando el rival se achica y espera nuestro avance en un intento de contención, la situación está dominada, sale de memoria. De aquí, precisamente, viene el mayor problema. El rival, como nosotros, sabe que esto ocurre y si consigue no replegar y posee capacidad y calidad arriba el Barça no consigue gestionar la situación ni siquiera normalmente. Creo que nunca ha sabido y Tata ha venido con esto en su cabeza. Buscar una solución a algo para lo que ni siquiera sabemos si estamos preparados para asumir sin perder un escalón en la élite.

Esta temporada, partidos como Valencia, Celta , Rayo o Ajax lo han evidenciado. Se ha intentado plantear partidos para jugar a otra cosa, para no conceder al rival la anticipación de conocer lo que se va a encontrar. Obligarle a protegerse de otros factores que antes podría incluso descartar. Pero el mayor problema viene en que nuestros efectivos, los mayores exponentes, no saben jugar a otra cosa y no son tan buenos desprotegidos de la dominación. No he querido remover los inicios de la etapa de Pep para comparar maliciosamente los estados de juego. Ni siquiera ahí se podría ganar la comparación con aquel maravilloso jardín de fútbol. Solo intento recordar que no ocurre nada que no haya ocurrido antes, nada que no pueda servirnos de aprendizaje y solidez para futuras empresas. No ocurre nada que debiera llenar de obstáculos el intento de un profesional por devolvernos al camino de la excelencia. En el fútbol, el ciclo de la vida pertenece a los futbolistas y nosotros debemos estar para exigir y disfrutar. Pero esto fallará siempre, una y otra vez, en cuanto nos desviemos de la realidad y de la capacidad de analizar la situación tal como está ocurriendo y no como pensamos que debería o nos gustaría que ocurriese. Exijamos, esperemos.