Como ese regalo que los Reyes dejan en casa de algún familiar llegó al Camp Nou el Clásico el 8 de enero de 1994. Un partido al que ninguno de los dos llegaba como líder ya que tal honor era para el SúperDepor de Arsenio Iglesias y Bebeto. Se enfrentaban el segundo y el cuarto clasificado, pero la cercanía de ambos respecto a la cabeza, y la propia rivalidad hizo que el partido se tomase como lo que es: de la máxima.

Tras un espectacular mosaico e himno atronador marcas de la casa inició un partido donde tanto Cruyff como Benito Floro mostraron un gran respeto por el rival. Así, El Flaco –que no veía posiciones, veía perfiles- presentó una alineación de esas revolucionarias a las que tenía acostumbrado al personal: una suerte de 3-4-3 con Zubizarreta en la portería; Ferrer, Koeman y Goikoetxea en la defensa; Guardiola por delante escoltado a su derecha por Amor y a su izquierda por Nadal y Bakero de mediapunta; y arriba Sergi en la izquierda, Stoichkov en la derecha y Romario como punta de lanza. Laudrup era el gran damnificado –y no sería la única vez- por la norma de que solo tres extranjeros podían ser alineados. Además, un sinfín de variantes tácticas que por si mismas no eran novedad pero juntas si significaron una pequeñita revolución: defensa de 3, Goikoetxea de lateral (izquierdo), Sergi de extremo, Nadal de centrocampista (llegador) y Hristo por la derecha. Algo de conservador hubo en estas medidas –incluido marcajes al hombre que iremos viendo-. No en vano, el Real Madrid venía de ganarle recientemente la Súpercopa española al tricampeón de Liga, amén del conocido respeto que el entrenador holandés tenía hacia el equipo blanco.

Por su parte, Floro arrancó con un 4-5-1 donde Buyo defendía el marco; Paco Llorente, Alkorta, Sanchís y Mikel Lasa los defensas; Milla, Michel y Prosinecki los centrocampistas con Luis Enrique en la banda derecha, Alfonso en la izquierda; y arriba el hombre-gol: Iván Zamorano. Los visitantes por lo tanto también incorporaron novedades, siendo la más destacada la de Luis Enrique como interior –acostumbraba ser lateral diestro- y el renunciar a un delantero en pos de un centrocampista, lo que supuso que Butragueño no fuese de la partida.

Así, el inicio del choque fue un fiel reflejo de lo que se había dispuesto sobre el campo. El Barça teniendo el balón, pero siendo bastante impreciso, como aclimatándose a la nueva disposición, mientras que el equipo madrileño mostraba una actitud mas defensiva, como esperando que el paso de los minutos les diera alguna oportunidad. En esas, la figura blanca más importante era Prosinecki, quien con una técnica inversamente proporcional a su escasa velocidad se encargaba de sujetar las posesiones blancas y espaciar las culés. Esto más la defensa adelantadísima del Real Madrid, que solo replegaba según el empuje de la posesión blaugrana se lo mandase, era lo que impedía que el equipo local pudiera ir entablando jugadas, lo que aumentaba su imprecisión.

Pero el asunto se fue aclarando para el campeón de Liga con el paso de los minutos, sobre todo gracias al partido espectacular de Guardiola por delante de la defensa, juntando rivales y manteniendo el cuero. El Barça fue creciendo a partir de su figura y de una salida de balón potente gracias a él, Koeman, y Amor. Los tres además utilizaban el envío largo hacia una banda –preferiblemente la izquierda- donde tanto Sergi como Stoichkov esperaban manchándose las botas de cal. Este recurso fue metiendo al Barcelona en campo contrario y además activando a los jugadores interiores que comenzaban a encontrar espacios gracias a que la lona estaba estirada. El partido no había entrado en el es cuestión de tiempo, pero si que existía la posibilidad real de que rompiera. Y así, tras un par de aproximaciones, llegó la jugada.

Fue la jugada del partido, de la temporada, una de las de la historia de la Liga. Guardiola por dentro, casi en zona de mediapuntas, tuvo tiempo de levantar la cabeza y encontrar en la frontal a Romario. El brasileño, estaba vigilado pero solo, siendo contradictorio ya que su marca era Alkorta –uno de los padres del “encímalo”-, y ese metro fue lo que desencadenó todo. Como una centella la vaca meneó su rabo y O Baixinho ajusticiaba con su puntera como tantos brasileños antes y después. Éxtasis en el Camp Nou y el partido entrando en otra trascendencia.

Para colmo de males para los blancos, Alfonso tuvo que retirarse lesionado tras un lance fortuito. La futura leyenda bética estaba jugando por la izquierda, buscando la diagonal a gol, y su cambio fue todo un baile de posiciones. Por un lado, en su lugar entró Fernando Hierro que se situó en el centro del campo. Esto hizo que Michel fuera a la derecha (su posición natural), y Luis Enrique pasase a la banda izquierda. Ante esto Cruyff movió ficha y llevó al lateral derecho a Goikoetxea, confirmando lo que ya parecía: estábamos ante una marca al hombre para protegerse de la velocidad y agresividad del asturiano. Este movimiento mandó a Sergi al lateral zurdo, a Ferrer al extremo diestro y a Stoichkov al extremo zurdo, su posición favorita.

Tras este baile, el partido siguió en la misma tendencia de antes del gol pero cada vez pronunciándose un poquito más. El equipo de la Ciudad Condal teniendo el balón pero no brillantemente preciso, y los blancos cada vez cediendo mas la iniciativa (acusando mucho que Robert ya no estaba por el centro). Las jugadas de gol siguieron sin ser excesivamente claras, más allá de una de las típicas diagonales del demonio búlgaro culé y del juego de Bakero de espaldas en la frontal. El Real Madrid por su parte, cada vez que llegaba al área buscaba el envío por alto, da igual que fuese centro lateral, envío profundo, tenso o suave. La consigna era clara, aprovechar a Zamorano, uno de los mejores cabeceadores de la centenaria historia blanca. Pero el trabajo de Guardiola y Koeman sobre él más las vigilancias de Ferrer, Sergi y Goiko según estuvieran por ahí arreglaban el problema, por lo que los visitantes apenas encontraban el camino a gol.

En esas se acabó el primer acto y casi sin tiempo a sentarse, Koeman hizo de las suyas. El golpe aún no había terminado de romper el partido ni de augurar lo que vendría, pero si sirvió para que Johan decidiera tomar la iniciativa y ser él quien marcase los pasos: así decidió volver a su idea original con Sergi de extremo, Goikoetxea detrás de él y Ferrer volviendo al lateral, y además metiendo a Laudrup (en la derecha) por Stoichkov.

El esférico se volvió aún mas culé, hilvanando más por dentro, lo que era una espada de Damocles para los de Benito Floro. Con la defensa tan adelantada, sin poder robar en el centro del campo, y con grada y equipo rival en estado de excitación, el peligro de que cayera la sentencia era real, y llegó precisamente de esta forma. Un precioso pase largo de Guardiola para un Nadal desatado a la espalda de la defensa visitante sirvió para que este y Romario llegasen solos contra Buyo. Tercero del Barça, segundo del brasileño y partido acabado. Se entraba en terreno de la mística.

El Barça consciente de lo que tenía empezó a utilizar un recurso tan conocido en el idioma culé como poco utilizado en ese partido: el pase atrás. Ya no solo Guardiola o Amor utilizaban la posesión para defender, si no que todos los jugadores del Barça pasaron a no arriesgar la pelota, buscando con seguridad al hombre libre y haciendo un rondo gigante. Así pasaron los minutos, entre olés y mosaicos, pero con tiempo aún para más. El cuatro a cero fue otro gol de esos que el culé conoce de memoria: pase mirando al tendido de Laudrup para que Romario ajusticie. El gol de la leyenda, como pasaría años después, corrió de la mano de un jugador con poca fortuna en su etapa culé: Iván Iglesias. La jugada iniciada otra vez por Guardiola servía para redondear su partido: con el 3, sin el brazalete, y sin barba había completado el mejor partido de su carrera futbolística.

Fue el broche de oro del partido, un regalo de Reyes en una tarde-noche muy especial. Posiblemente, la última gran noche de un conjunto histórico que esa temporada ganaría su cuarta Liga consecutiva, un hito que aún hoy en día el club no ha superado –ni igualado-. Sin embargo, esta victoria no fue el punto de inflexión que se podía prever. El equipo siguió sesteando, fiel a su irregularidad, hasta la dramática derrota pocas jornadas después en Zaragoza por 6 a 3. A partir de ahí se inició la frenética persecución que acabaría, por tercera vez consecutiva, en noche de transistores… y cava.