Se ha escrito todo de Leo Messi. Supongo que nunca se me hubiese ocurrido escribir sobre él, ¿qué iba a tener que decir que no se haya dicho, que no se sepa?. Porque Leo es futbolista, y lo mejor que pueden decir los futbolistas es con el balón y a Messi, en eso, no le supera nadie. La verdad es que estoy escribiendo esto porque Jaume Nuñez y Franco Battiato se empeñaron. El primero porque tengo que justificar la nómina en Rondo de vez en cuando, el segundo porque desencadenó la relación entre la gravedad y Leo. El pequeño genio es el centro de todo lo que rodea a nuestro planeta Barça. Si juega, si no juega, si se lesiona, si marca, si no marca, si hace un gesto así, una mueca asá. La verdadera grandeza de Messi está en el ingenio de muchos en buscar su debilidad, la crítica a la exquisitez. Hay que aplaudir a aquellos que buscan limosna en el fango, porque su esfuerzo supone nuestro éxito.

Está siendo un año complicado, somos líderes, nos espera el City en 1/8 de Champions y jugaremos la final de Copa del Rey, es febrero. Conozco pocos culés que no valoren enredarse horas hablando de juego, del juego de su equipo, sobre todo después de que Pep Guardiola, Cruyff mediante, inventara el fútbol. Aunque, eso sí, este llevase más de un siglo celebrando goles. Y el juego este año no está siendo bueno, al menos no todo lo bueno que nos gustaría, ni con la regularidad deseada. El equipo ha jugado bien, incluso muy bien con el Tata. Pero ha tenido momentos muy flojos, nada dramático, pero ahora el Barça juega al fútbol otra vez tras años de vino caro y mesa reservada. El equipo es largo, sí, la transición defensiva es –por momentos- dramática, sí, los interiores parecen peores, algunos lo son, y a Leo Messi se le ha puesto en duda. Se le ha puesto en duda obviando, claro, que ha estado lesionado hasta diciembre.

No marcará 50 goles en Liga, ni 46, ni siquiera 31 seguramente. Estos son los goles que ha marcado las tres últimas temporadas en la competición local. Una locura. Leo Messi sostiene el invento. Se lo sostenía a Guardiola, se lo sostuvo a Tito y seguramente se lo sostendrá a Martino ahora que entramos en los meses más bonitos del año futbolístico. Es difícil no confiar en ello. Es curioso observar que el Barcelona ha completado la primera parte de la temporada con un balance impecable en cuanto a datos, oscilante en el juego y sostenido por la asociación de elementos. Con Cesc a la cabeza, el mejor futbolista de la Liga hasta el periodo invernal, con un rendimiento superlativo de Alexis, Víctor, Neymar, Sergio, Piqué o Jordi Alba. De eso se trata al final, ¿no? Presumimos de asociaciones con el balón, de que la cantera sujete al club y de ganar. Eso hemos estado haciendo, hasta hace poco, sin Leo Messi.

Todo suena diferente cuando juega él. Cuando Leo agarra la pelota, encara a uno, dos, tres o cinco rivales, huele a sangre. Su presencia crea un contexto impensable para cualquiera que no sea el mejor de la historia. En San Sebastián el Barça hizo uno de sus mejores partidos de la temporada y a Messi se le ve fino y humeante. Me mentiría a mi mismo si no destacase que a su amigo Fàbregas parece que, este año, no le ha anestesiado el frío. Disfruta Leo, disfruta Cesc, disfruta el Barça. Afrontamos la semana más importante, de momento, de la temporada. El City de Agüero, Negredo, Silva, Kolarov, Touré y Pellegrini. Un gran equipo, con un potencial ofensivo espectacular, un grandísimo entrenador y una cuenta pendiente con la Champions. Lo tienen todo. Todo, menos a Messi. Nuestro centro de gravedad permanente, el del fútbol, el del mundo.