Desde la llegada de Guardiola y hasta el partido del martes en el Etihad, el Barcelona había sido capaz de ganar solo 3 partidos como visitante en eliminatorias de Champions League. Eso supone un total de 15 eliminatorias. Y sin contar la previa de UCL del verano de 2008 ante el Wisla Cracovia, en la que perdió cuando visitó Polonia (1-0). De los 3 triunfos, 2 de ellos se habían producido en 2011 (Donetsk ante el Shakhtar y Madrid en el Bernabéu en aquel duelo extremadamente conservador que decidió Leo Messi). El otro y más reciente hasta el de anteayer fue en 2012 ante un Leverkusen que salió de aquellos 1/8 de final goleado por un global de 10-2. Casi nada.

No solo sería una falacia, estadísticas en mano, decir que el Barcelona, el gran Barcelona de estos últimos tiempos, ha tenido un camino de rosas cada año en Champions sino que muestra a las claras las dificultades que ha vivido para sacar adelante los partidos fuera de casa. Algo que condicionó sobre manera al equipo en muchas eliminatorias con Pep, muy pragmático siempre que el equipo jugaba fuera de casa. Porque Guardiola era el primero que no quería conceder nada al rival, consciente de que cualquier gol en contra podría suponer algo decisivo en un contexto de 180 minutos. Enfrentamientos como San Siro 2010 ante el Inter o Stamford Bridge 2012 contra el Chelsea condicionaron en exceso la vuelta, donde a pesar de intentarlo hasta casi la extenuación, el equipo no pudo remontar. Por tanto, si hay algo claro desde que el Barcelona ha agrandado su leyenda en el continente es que le ha costado muchísimo ganar como visitante una vez llegados los 1/8 de final. Será una de aquellas pequeñas manchitas en el CV de unos jugadores únicos. Una curiosidad que puede sonar a capricho del destino pero que dibuja a las claras que la Champions es actualmente una competición como no hay otra en el mundo.

Decíamos que el Barça había agrandado su leyenda en el viejo continente: 6 semifinales consecutivas y 7 de las últimas 8, incluyendo 3 títulos (2006, 2009 y 2011) lo atestiguan. El escudo y la camiseta blaugrana pesan más que nunca en la historia del máximo cetro continental. Podemos atrevernos e incluso jugar a ponderar el porcentaje que representa este aspecto en un partido y quizás lo razonable sea pensar en un 10%-15%. ¿Por qué más? Al fin y al cabo, el fútbol es de los futbolistas. Y es evidente que si hay un equipo que condiciona cualquier planteamiento rival, ese es el Barcelona. No solo por los éxitos construidos desde 2008 sino porque fue capaz de cocinar año a año una receta con el balón como bandera que desafió las leyes de la incertidumbre como nadie. Que redujo el impacto del azar, Pep mediante, como ningún otro equipo habíamos visto. La receta, con la posesión como símbolo e instrumento para atacar y defender, para ordenarse a sí mismo y desordenar al rival, solo ha sido posible gracias a la excelsa calidad individual e inteligencia de un grupo de jugadores que han sido, son de los mejores del mundo. Y aunque el equipo en la actualidad, en algo que arrastra desde 2012, ya no cocina la receta con la exquisitez, paciencia y maestría que antes sí hacía, bien por incapacidad bien por imposibilidad, sigue conservando gran parte de aquellos cocineros que la hacían posible. Y eso en duelos que se acostumbran a decidir muchas veces por cuestión de detalles, como el pasado martes, marcan las diferencias. Ahí están chefs como Messi en el primer gol o Neymar y Alves en el segundo.

Y hablábamos ahora de jugadores. De cocineros. Lo cierto es que, para contemplar todo con mayor perspectiva, cabe destacar que el Barcelona mantiene prácticamente la misma columna vertebral desde la primera temporada de Pep (2008-09). Es decir, la base y esencia del equipo no se ha renovado. No ha cambiado. Porque salvo Puyol, falto ya de continuidad y cuesta abajo en su carrera, Valdés-Piqué-Sergio-Xavi-Iniesta-Messi se mantienen. Aunque, desgraciadamente, Valdés el año que viene ya no estará y jugadores como Xavi sufren el inevitable paso del tiempo. Algo comprensible. Xavi ya no puede gobernar partidos en Champions como antes. Renovar no es romper. No es hacer cualquier revolución. Es buscar la evolución partiendo de un modelo cuyas raíces están muy claras. La idiosincrasia de una institución como el Barcelona puede matizarse pero no se cambiará drásticamente (ni debería). Reconstruir sobre lo ya edificado sin caer en rupturas agitadas. Olvidar sería tan o más importante y grave que seguir viviendo de una herencia que ya no sirve para ganar tanto como antes. Pero volviendo a los jugadores, es admirable la capacidad que tienen para agarrarse a algo como la Champions. Para competir. Porque todos somos conscientes o deberíamos serlo, de que lo que están logrando es increíble. Son registros que nadie antes había logrado. Y que este romance idílico con la “Orejona” más pronto que tarde seguramente termine. Lo normal no es llegar a 6 semifinales consecutivas. Que este equipo haya invitado a creer que la normalidad era ganar casi todo año tras año es una de las grandes hazañas de un ciclo tan irrepetible como fantástico.

Somos conscientes de que aún queda mucho margen de crecimiento para poder ser considerados favoritos a la Champions. En realidad estamos ahora en un segundo escalón de aspirantes. Martino es el primero que lo sabe y seguro está pensando la manera de mejorar al equipo. Se golpeó primero y por partida doble en Manchester, pero la eliminatoria no está sentenciada. Un solo partido como el del martes, conservador pero efectivo, puede no ser suficiente en posibles próximas eliminatorias ni otros hipotéticos escenarios. Que todos más o menos podemos tener en mente ahora mismo. El equipo tiene déficit conocidos con y sin balón. Anteponerlo todo a la calidad individual en la finalización, olvidando ser profundo y sin corregir comportamientos defensivos para minimizar el impacto de las pérdidas en campo rival puede ser un riesgo que rivales más sobrios y armonizados que el Manchester City aprovechen sin dudar.

El Barça sigue siendo un rival temible y no deseado en un cruce pero también terrenal. Ya no es ni puede ser infalible ni fiable. Y al fin y al cabo, una nueva aventura en Champions acaba de comenzar. De una manera algo distinta a temporadas anteriores. A priori en la eliminatoria más igualada y ante el rival más complicado de todos los que podían tocar. Las victorias deben dar margen para crecer y confiar. Espíritu competitivo y capacidad de supervivencia no deberían faltar en un colectivo que ha vivido ya muchas batallas. Ahora falta por ver si el juego, el aspecto cuyo porcentaje termina a la larga determinando un partido de fútbol, evoluciona… Para bien. Y que el azar, no debemos obviarlo, nos acompañe.