Creo que Martino y Pellegrini sabían que el otro sabía lo que cada uno pensaba y por eso les quedó un partido franco, sincero, me atrevo a decir que transparente. Se enfrentaron dos equipos que no pueden confiar plenamente en su fase defensiva pero era el City el que necesitaba goles, así que Pellegrini decidió desprotegerse y el Tata, que lo intuía, aplicó alguna medida conservadora consciente de que la libertad de la que iba a disfrutar Messi sería, por sí sola, un recurso devastador. Aún así, no se puede concebir un escenario en el que este Barça minimice por completo a un equipo con el potencial ofensivo del City o, al menos, no con la posesión como único argumento. Hubo varias situaciones en las que las virtudes del equipo inglés exigieron rendimiento individual: talento puro y duro. Y ese rendimiento llegó. El resultado se explica, en buena medida, porque Lescott defendió a Messi y Piqué a Silva, pero hubo más cosas que merece la pena comentar.

Comencemos con el primer ajuste del Barça, que involucra a Jordi Alba. El Tata Martino esperaba, supongo que como todos, un mejor Kun Agüero. Que hiciera acto de presencia, por lo menos: el Kun solo tocó seis balones y falló dos. Pero la amenaza estaba ahí, era verosímil y Javier Mascherano parecía el eslabón débil, así que Jordi Alba se cerraba en cada envío de Touré para ayudar al argentino frente a uno de los delanteros más dominantes del mundo. Dos piezas para anular al Kun dejaron un espacio a la espalda de Iniesta que Nasri supo aprovechar en la primera parte a partir de un comportamiento, por cierto, muy versátil. Nasri mezcló alturas, recibiendo en zonas interiores, sin que Jordi Alba supiera descifrar el cambio de guión. Cuando Nasri lograba situarse en la frontal junto a Touré el Barça sufría, sin poder interrumpirlas,  cadenas de pase al borde del área que desordenaban su sistema defensivo. Hay que anotar también que Jordi Alba solucionó por físico y voluntad lo que no pudo por lectura, dejando auténticas exhibiciones de poderío pero durante unos veinte minutos su posición fue una de las pocas fisuras del Barça.

En todo caso la sensación de amenaza en la izquierda no llegó a generar una desventaja manifiesta gracias, en parte, a Cesc Fábregas. Partido complejo el suyo, orientado al puro equilibrio, en lo que yo diría fue el segundo ajuste defensivo del Tata. Ante la constatación de que la presión avanzada del Barça es más un imperativo del entorno que una ventaja del juego la mejor protección consistió en generar situaciones de superioridad posicional gracias al jugador de la plantilla que mejor descifra la ocupación del espacio. Podríamos resumir diciendo que Cesc hizo en defensa lo que suele hacer en ataque: moverse a varias alturas y, en este sentido, fue el líder que Busquets ha dejado de ser. En la zona izquierda Iniesta se cerraba junto a Messi amenazando la espalda de Touré tras pérdida mientras que Cesc basculaba para cerrar la diagonal interior de Nasri, regalándole a Jordi Alba los segundos suficientes para que pudiera corregir su posición. Esta notable aportación en el repliegue de Fábregas convive con cierta desorientación en ataque, y, en este aspecto, las estadísticas no engañan: mientras que Iniesta, Messi, Xavi y Busquets rondaron el 95% de acierto en los pases, Cesc no llegó al 85. Es un matiz, pero el ligerísimo déficit técnico de Cesc le penaliza cuando sus movimientos no están completamente coordinados. Por cierto, ninguno de los delanteros del City alcanzó el 90% de precisión en los pases. Todos los atacantes del City y del Barça rozan la perfección pero los culés tienen a dos -quizá más- que la trascienden. Son matices, simplemente. Matices que decantan partidos.

Cesc también influyó defensivamente en la zona derecha, en este caso junto a un Xavi más solidario de lo habitual y un Alves tan caótico como siempre. Así que tenemos que el Barça intentaba cerrar el interior en izquierda con dos hombres y con tres en derecha, gracias a la ubicuidad de Cesc. Esta disposición perseguía, seguramente, proteger las subidas de Alves y al interior débil del Barça pero no fue del todo eficaz: el City generó, especialmente en la primera parte, gran parte de su peligro por derecha. Sobresale la figura de Silva, que dominó por completo a Sergio Busquets y provocó situaciones de superioridad no por esperadas menos dolorosas. El retorno de Dani Alves cada vez resulta más errático y Milner encontró el carril libre en varias ocasiones. El Barça encontró la respuesta en, quizá, el mejor defensor en inferioridad del mundo, Gerard Piqué. El naufragio absoluto del Kun Agüero permitió a Gerard exhibir con libertad su inmensa lectura del juego, que anuló casi todas las ventajas creadas por Silva. Ciertamente en ese “casi” pudo haber estado el gol del City, tras una escandalosa dejada de tacón a Nasri cuyo disparo salió centrado.

Y hasta aquí, en mi opinión, los dos desequilibrios que el City intentó explotar en el primer tiempo, corregidos, en buena medida, por el talento defensivo de Piqué y Cesc. No son situaciones casuales, puesto que Pellegrini incluyó a Nasri y a Milner en la banda precisamente para que el primero explotara la falta de lectura de Alba y el segundo atacase en carrera la espalda de Dani Alves. La pregunta es, ¿le mereció la pena al City prescindir del doble nueve, o de Navas, o de ambas figuras, a cambio de ofrecerle opciones a Silva? No soy quien para contestar y dejo el tema para el debate. Me limito a indicar que el plan no carecía de sentido, aunque la contrapartida era casi suicida. El City parte su equipo en dos para acumular hombres en las zonas débiles del Barça, regalando así la recepción a Iniesta y el carril interior a Messi. Hay que reconocer que, hasta cierto punto, Pellegrini propuso un intercambio de golpes que no le beneficiaba pero me cuesta mucho afirmar con seguridad que otra alineación hubiera mejorado las prestaciones de su equipo.

Pero es cierto que si las debilidades del Barça en la primera parte fueron relativas las del City eran absolutas. Messi encontró oro atacando a Lescott de frente, sin que el doble pivote hiciera mucho por detenerle. El partido de Leo fue soberbio. Facilitado por el contexto, desde luego, pero desde el primer momento se notó que el argentino estaba enchufado y, además, el Tata le “regaló” el alfil: Neymar jugó en derecha intercambiando posiciones constantemente, ofreciéndole apoyo y ruptura en un partido más que notable. Neymar parece más preocupado por lograr el acierto que por evitar el fallo, matiz que en el Barça penaliza, pero, disculpen la subjetividad, los pitidos del Camp Nou fueron más que injustos. El brasileño no solo desbordó a su marca en zonas peligrosas sino que todos su movimientos eran productivos. Le falta, es obvio, la explosividad de Pedro o la profundidad de Alexis, pero los desmarques de Neymar son maliciosos. Reclamó la atención de dos hombres en todo momento, y es mucho más de lo que se puede decir de cualquier extremo del Barça en los últimos años.

En la dinámica ofensiva del Barça en la primera parte hubo un detalle muy interesante que merece una reflexión. La ortodoxia del Barça de Pep exigía movilidad entre líneas para desordenar al rival, pero la seguridad de la posesión favorecía que este desorden fuera horizontal y circular. En este partido, en el que el Barça superó a duras penas el 55% de posesión, se insinuó otra forma de desorden controlado, basada en el intercambio vertical de posiciones. En varias ocasiones pudimos ver a Messi de nueve mientras Neymar iniciaba el ataque desde la zona del interior diestro con Cesc basculando entre ambos, formando un triángulo de vértices intercambiables cuya principal virtud fue exigir atención y liberar las recepciones de Iniesta, botín más que jugoso. Acostumbrados como estamos a la idea de que alguien fije a los centrales para que Messi pueda tener espacio, la posibilidad de que Messi sujete a la defensa por pura amenaza mientras Neymar conduce el balón apoyado por Cesc puede ser un recurso puntual más que interesante, y un buen modo de crear dinámicas de interacción entre el argentino y el brasileño.  En todo caso, la falta de intensidad del City impide analizar a fondo esta situación porque al defender apenas con cinco hombres cualquier regate permitía al Barça superar líneas, de manera que no hubo escalonamiento porque, sencillamente, no hacia falta. Tanto es así que en algún momento puntual del partido la pura inercia de la circulación de balón convertía el esquema del Barça en algo similar a un 4-2-4. Es difícil que volvamos a ver un contexto tan ventajoso para un once que, con Alba en tareas defensivas y con Pedro y Alexis en el banquillo, prescindía de toda verticalidad.

En definitiva, el intercambio de golpes favorecía al Barça, que generó suficiente juego como para irse en ventaja al descanso. En la segunda parte Pellegrini movió el banquillo, sacó al inoperante Agüero y lanzó a Dzeko contra Piqué en un movimiento muy potente. Reconozcámosle, al menos, ese mérito al técnico chileno. Una vez fijado Piqué, las conducciones de Touré desarbolaban al medio campo culé y permitían al City plantarse en la frontal, en donde movían el balón con criterio y profundidad. Lo pasó mal el Barça durante no menos de quince minutos que deberían haber supuesto un gol, de nuevo gestado en la zona muerta que se genera entre Xavi y Alves, pero Victor Valdés respondió al cabezazo de Dzeko con una estirada magnífica. Hay que anotar, eso sí, que los quince-veinte minutos de superioridad del City se lograron a costa de ensanchar aún más los espacios que se le regalaban a Messi. El peligro se vivió en ambas áreas. De todas maneras, Dzeko dibujó un partido de fisonomía diferente, en el que Touré comenzaba a pesar, y de qué manera.

Al Barça le rescata un funcionamiento colectivo imperfecto pero voluntarioso, un gran trabajo de los centrales y, sobre todo, Iniesta. Hasta ahora no le había mencionado, aunque su partido bien que lo merecía. En la primera parte pese a estar alejado del principal foco creativo del equipo, Iniesta logró aguantar el balón entre dos y hasta tres citizens, generando ventajas constantes. Si Alba tuvo problemas para interpretar a Nasri -que, de todos modos, solo pesó en momentos puntuales del primer tiempo-, lo que Andrés hizo con Zabaleta roza lo humillante. En la segunda parte, justo cuando el City empujaba al Barça y amenazaba con asfixiarle, Iniesta bajó al centro, se acercó a Xavi  y durmió el partido durante cinco-diez minutos que desactivaron por completo al equipo de Pellegrini. Solo las conducciones de Touré y la incapacidad de Busquets para siquiera estorbar a Silva mantenían la sensación de peligro en el lado visitante.

Los cambios de Pellegrini llegaron sobrepasado el minuto setenta y en esto me atrevo a opinar: el partido parecía demandar a Navas hacía un buen rato y, desde luego, cuesta explicar el por qué de la sustitución de Silva. El City se deshilachó sin el canario y bajó los brazos, no tanto por dejar de intentarlo como por no creérselo. Aún le quedaba el juego directo y el gigante marfileño pero, al margen de alguna situación de peligro un tanto embarullada, el partido se terminó con su salida. El último cuarto de hora fue relativamente intrascendente, aunque nos deja un dato para la reflexión. Dani Alves ha marcado dos goles en una eliminatoria de octavos de final de la Liga de Campeones. El lateral brasileño cuesta pérdidas en salida de balón y su desordenado retorno es una vía de ataque segura para cualquier rival. Sin embargo, su peor versión sigue siendo difícilmente mejorable por ningún otro jugador en activo, y hay que admitir que es un jugador extremadamente influyente.

En resumen, no fue un gran partido pero superó, con mucho, al de la ida. El City se proyectó al ataque con las piezas que sueña Jémez pero sin la fe ciega del canario en sus planes. Se desprotegieron sin terminar de lanzarse a tumba abierta, como un portero pillado a media salida. En ello influyó, claro está, el notable partido del Barça, serio en su planteamiento y solvente en su ejecución. De todos modos, la transición defensiva culé, a pesar de mostrarse menos vulnerable de lo habitual, naufragó en varios tramos del partido. El resultado de que ningún equipo fuera capaz de controlar el partido en su totalidad fue que los mejores jugadores sobre el césped encontraron situaciones en las que ejecutar sus virtudes diferenciales. El descontrol era la única baza de Pellegrini y liberar a Silva su gran apuesta pero la contrapartida, desatender a Messi, fue su condena. El Barça se impuso ligeramente en lo colectivo y con rotundidad en lo individual, si es que lo uno puede disociarse de lo otro. El futuro nos dirá si la calidad le basta al Barça para competir en las fases avanzadas de la Liga de Campeones, pero esta generación ha mandado un mensaje rotundo. Aunque ya no sean capaces de dominar al rival están dispuestos a enfrentarle de pie y quien quiera acabar con esta improbable suma de talentos tendrá que hacer su mejor disparo.