Ocho partidos quedaban antes de que comenzase el derby de la Ciudad Condal. Ocho partidos a vida o muerte, donde el Barça debe ejercer desde ya de depredador y empezar a oler la sangre. Entender que ya no hay segundas oportunidades. Y demostrar algo que de momento sólo ha demostrado en las grandes citas, que no es poco, y es que el carácter competitivo de esta generación no parece tener límites.

El equipo azulgrana comenzó, probablemente muy condicionado por la baja de Iniesta en el once, con su disposición estándar frente a equipo pequeño. Arriba con Pedro por la derecha con un fútbol más de interior, dejando que Alves pusiera la profundidad por el lado débil. Mientras Neymar se manchaba la botas de cal y buscaba la diagonal de forma reiterativa. Cesc ejercía de interior izquierda, buscaba ser el socio de Neymar y de Alba, procurando activar ese triángulo. Mientras Xavi era el interior diestro y con el objetivo que tiene desde que debutó con la zamarra blaugrana, que todos los balones pasen por el seis. Los centrales volvían a su sitio original tras la incursión en aguas desconocidas en el Bernabéu; Piqué en la derecha apoyando el latifundio de la espalda de Alves, mientras Mascherano en la izquierda con la anticipación como única constante en su fútbol.

Por otro lado el equipo de Aguirre buscaba mimetizar su fútbol con el ambiente de Cornellá; cada balón tenía que ser luchado y se buscaba la intimidación en cada disputa, por si alguien no había entendido todavía que el estadio blanquiazul era, es y será siempre, territorio hostil. David López y Víctor Sánchez hacían lo que mejor saben en medio campo, brear con el equipo rival, llenar terreno de juego, ahogar el espacio del equipo rival.

El Espanyol combinaba un fuerte repliegue con una presión alta del Espanyol a cada salida de balón de fondo cule, que el Barça intentaba romper de forma académica sin usar lavolpiana o bien con balones largos de Pinto, pero con Busquets buscando ejercer de medio centro natural. Cosa que al de Badía no le está sentando muy bien esta temporada. Que Sergio no es un medio centro normal lo sabemos y de hecho hasta ahora lo valorábamos todos, pero hay partidos, muchos este año, que demandan de un medio centro al uso. Y ahí, al menos hoy por hoy, el déficit del número dieciséis es evidente. Suponemos que se podrá reinventar, porque si hay un jugador en la plantilla del Barça que cada año suma un detalle a su fútbol, ese es Busquets, pero de momento lo que antes era una creación continua de ventajas, hoy es una debilidad a explotar por el rival.

Los triángulos de interior, extremo y lateral de cada lado en el Barça necesitan de un conector en la base y dicho conector pasa cada vez más por un medio centro más natural, y quizá no uno tan específico como Busi. Si hay un término en el fútbol moderno, una posición que hace diez años no se mencionaba, esa es la posición de medio centro. Quizá siempre existió con el sobrenombre de “cerebro”, aunque ese role podía pertenecer también a una posición más adelantada en el campo, incluso podía estar en manos del diez. Hoy no se entiende el fútbol de un equipo, en cualquiera de sus transiciones, sin dicha posición que delimita la personalidad del fútbol que desarrolla el mismo.

Como decíamos, el cuatro, el interior de recorrido, estaba en la izquierda, lado fuerte hoy una vez más y preparando para activar la llegada de Alves por la derecha, que generó la mejor ocasión en el minuto quince de la primera parte, con un balón en profundidad de Xavi al lateral y fallo estrepitoso en boca de gol de Neymar.

Hoy el brasileño ejercía de Alexis, en el sentido de ser ese jugador que dotaba de profundidad al juego del equipo, pero que a su vez, al igual que le ocurría al chileno tiempo ha, sus balas parecían ser de fogueo. El fuera adentro de Ney, al más puro estilo Henry, podría haber resultado decisivo en esta primera parte, a poco que el brasileño hubiera estado efectivo cara al gol.

Mientras tanto Sergio Garcia, quién sino, intentaba activar desde la media punta el frente de ataque perico, a veces con éxito como en un balón cruzado que deja sólo a Pizzi y que este regala al graderío. Pero el impacto en el juego del nueve del Espanyol ya estaba hecho, por lo que a partir del minuto veinticinco hay un pequeño ajuste que iguala fuerzas en el encuentro y el dominio azulgrana pasa más a un toma y daca, con varias opciones para ambos contendientes. Era curioso que una búsqueda de mayor control en el lado azulgrana, permitiendo que Xavi fuera el centro gravitatorio del juego, ejercía el efecto inverso; mayor imprecisión y, eso sí, cierta previsibilidad en la circulación de balón blaugrana.

La segunda parte continua jugándose en el terreno de la incertidumbre, de que cualquier pequeño detalle podría decantar el derby a cualquier lado, aunque el paso de los minutos indicaba un mayor desgaste en el bando españolista y el juego aumentaba unos grados de inclinación, la pendiente del césped hacia la portería de Casilla. Hasta que como suele pasar en estos casos, la jugada más casual decantaba el resultado en el momento clave del partido. Mano y penalti ejecutado con maestría por el generador de ventajas en el vértice alto, Leo Messi.

A partir de ahí, y más con la expulsión de Casilla por mano fuera de área, el partido parecía decantado, como así fue, hacia el que era en ese momento el líder momentáneo de la Liga. Quizá a todos nos hubiera gustado una mayor determinación del Barça, una mayor conciencia de que el título de Liga entra en la recta final. Pero no perdamos la dimensión del tipo de partido que se jugaba ayer. Hoy no me gustaría ser aficionado perico y tener que ir el lunes al colegio a aguantar a mis compañeros culés. Ni tampoco me gustaría tener que cortarme el pelo y no saber a qué peluquería va Sergio García.

Lo único cierto es que comienza la cuenta atrás…