Debutó allá por octubre de 2011. Un mes después, me enamoré de Isaac Cuenca. Fue en un partido de Copa de Europa, ante Victoria Plzen. El Barça jugó con la camiseta más bonita que ha tenido los último tiempos, siempre me he preguntado por qué no se impone la negra como segunda equipación permanente. El fútbol elegante debería desarrollarse vestido de negro. Avanzada la segunda mitad, en lo que venía siendo la dinámica de su actuación ese día, Isaac desborda al lateral y pone un centro perfecto desde la derecha al ángulo muerto del retrovisor de la defensa checa para la entrada de Cesc Fàbregas, que remata el 0-3. Creo que pensé algo así como “añoraba este extremo en el Barça”. Un extremo puro que aprendió el oficio, porque después supimos que fue en las inferiores donde Isaac reconvirtió su talento como interior en extremo a pierna cambiada. Un diestro que jugaba en la izquierda para cerrar y ofrecer una excelente disposición táctica al cultivo de un estilo que siempre busca esta polivalencia posicional. Regate, desborde y centro, el librillo básico de un extremo de toda la vida con la ventaja de un fuera-dentro de la misma calidad. Pep había encontrado la continuidad a su idea en los costados.

Esa temporada, la del debut de Isaac Cuenca como futbolista del primer equipo, fue posiblemente la mejor temporada a nivel de excelencia de juego de este Barça que se nos agota. Siempre ejemplificamos este pico máximo en el partido de Copa Intercontinental, en Yokohama, ante el Santos de Neymar (4-0). Cuenca no es tan bueno como mi enamoramiento del último trimestre de 2011 pueda parecer. Cuenca es un futbolista correcto, con calidad y recursos para jugar en un equipo de segunda línea en Europa. Solo el estilo del Barcelona, el sistema de formación y adaptabilidad de sus futbolistas desde la cuna, asegura un maquillaje de sobrevaloración invisible. Ha costado entender, aun hoy tantos no lo entienden y dudo que lleguen a querer comprenderlo, que la base del éxito del, para muchos y para mi también, mejor equipo del la historia haya sido un sistema colectivo donde se hacía insostenible la ausencia del contexto de equipo en su máxima expresión. Quizá cueste un poco más entenderlo cuando este equipo contaba con la mejor individualidad de la era moderna del fútbol. Cuenca encajaba en un sistema que se retroalimentaba de asociaciones y combinaciones de efectivos individuales que pasaban a ser un fluido constante, con pocas fisuras y un sistema infalible para sellar las pocas que pudieran producirse, Leo Messi.

Afrontamos, con más dignidad de la que se nos asigna, el declive de un equipo que nos ha dado los mejores años de fútbol que un par de generaciones hayan podido contemplar. Un equipo que secuestraba la imprevisibilidad del fútbol y tiranizaba, con aparente normalidad, el triunfo. El futuro, aunque hoy parezca que entramos en una dimensión de niebla y oscuridad, está lleno de matices esperanzadores, el mejor de todos ellos, los 26 años de Leo Messi. Aunque pueda parecer increíble, se discute la calidad, el bienestar futbolístico, el futuro inmediato e incluso la presencia del genio rosarino en el panorama Barça actual. Podría sacar datos, vídeos y decenas de argumentos para explicar a Leo Messi. Pero, quien hoy no ve a Messi, quizá es que ya no puede verlo. Quien ayer no entendió a Cuenca, hoy no entiende a Leo. Toca volver, recrear un escenario donde el mejor no parezca tan bueno tras 6 años absorbiendo el mundo y Cuenca consiga que no nos preguntemos por qué juega. Que todo comience alrededor del 10. Si es con una Liga más, mejor.