Luis Enrique, tras un periplo exitoso en el Barça B, fue el elegido por la Roma para liderar un proyecto moderno e ilusionante, que buscaba vincularse con la idea de Pep Guardiola. La mezcla apuntaba a ser tan estimulante como arriesgada para un entrenador que comenzaba a dar sus primeros pasos en la élite: el conjunto giallorossi es tan orgulloso de mismo e histriónico como la propia capital italiana. El triunfo en esta entidad no va solo ligado al esfuerzo, trabajo y sufrimiento, sino también a cierto grado de locura para aguantar la presión e idiosincrasia del entorno. Lucho, siempre echado para adelante no titubeó: tras rechazar ofertas como las del Atlético de Madrid o Getafe, el equipo de Totti sería su destino.

El asturiano desembarcó en la aventura llegando acompañado de Stekelenburg, Kjaer, Jose Ángel, Pjanic, Lamela, Bojan, Osvaldo, Heinze y Gago. O sea, el hoy entrenador del Barça llegó con el libreto claro –eso sí, con algunos apéndices- y las ideas diáfanas desde el primer día. El fútbol de toque, de posesión de balón, ofensivo y ágil serían las señas identificativas de su proyecto desde el primer día. Una implantación cultural que debería cocinarse con paciencia y a fuego lento.

Pero la temporada empezó con el pie izquierdo y el paso torcido y nunca terminaría de enderezarse del todo. Estando aún en pretemporada el Slovan Bratislava empataba a 1-1 en el Olímpico de Roma dejando a los italianos fuera de Europa casi antes de empezar. Esta situación se tornó en desagradable con la filtración del supuesto enfrentamiento con Totti, que se convertiría en el trampolín perfecto para cuestionar al entrenador: resultados, carácter y método de trabajo eran puestos en duda desde que los primeros rayos de sol calentaban al Aventino.

Esto no cambió el plan trazado pero los resultados negativos también se siguieron mostrando imperturbables: 3 victorias en los primeros 9 partidos, derbi de Roma perdido, y las opciones de pelear por el Calcio esfumándose a las primeras de cambio. La mala suerte –como la expulsión de Kjaer contra la Lazio que permitió que el partido se voltease-, o las continuas lesiones y cambios de alineación impidieron una continuidad en el equipo. La metodología e ideas se asentaban, pero no terminaban de cristalizar, y el rumor de una posible marcha del entrenador aparecía en el ambiente por primera vez.

Pero llegó diciembre, se consolidó Il Capitano en el equipo titular y los resultados cuajaron. Fue la fase más potente del equipo y la que mejores lecturas permite. 6 partidos seguidos sin conocer la derrota sirvieron para insuflar ánimo y optimismo y confirmar que el método funcionaba. Con el ambiente más calmado Luis Enrique los estaba convenciendo, empezando por un Totti que le brindaba todo su apoyo: competían y se divertían –Luis Enrique tenía razón, nos divertimos todos-. El equipo por fin mostraba las ideas claras y las plasmaban en el campo de juego: apoyados en un 433 de talante ofensivo, presentaba varias disposiciones claves para la asociación y la posesión. Empezando por atrás, Stekelemburg tenía un pie lo suficientemente fino como para apoyar el inicio de la jugada. Ésta recaía principalmente en un De Rossi que se adaptó al nuevo rol con maestría. Como mediocentro, era el encargado de incrustarse entre centrales en la conocida salida Lavolpiana. Si en algún momento pudo tener dudas de ser capaz de desarrollar esa función, pronto desaparecieron hasta el punto de que Prandelli en la azurra le dio un rol similar –aunque siendo central con todas las letras-.

Este movimiento implicaba la expulsión de los laterales hacia el centro del campo, situándose en el siguiente peldaño de la creación junto con los interiores. Por eso, los jugadores externos de la línea defensiva debían estar muy vinculados a la salida del balón y al asentamiento de la jugada. Esto hizo que Rosi, un jugador ofensivo reconvertido en lateral diestro gozase de mucha importancia a lo largo de la temporada; por la izquierda Taddei también fue sorprendentemente reconvertido para ir poco a poco cediendo el testigo al ofensivo Jose Ángel. Por su parte, los interiores, con el vacío que se producía cuando Daniele se retrasaba, debían tener una posición más interior –sobre todo Gago, encargado del primer pase en centro del campo- y enlazar con ¾ donde aparecía la magia.

Totti en el rol de falso 9 que como anillo al dedo le cayó, era el encargado de asentar las jugadas, de despistar a las defensas, y de encontrar ese pase maravilloso para que los dos jugadores externos del ataque –a la sazón los delanteros-, encarasen hacia portería. Osvaldo encontró bien su sitio, no tanto como Bojan, Lamela o el propio Borriello. Sin duda, tantos retoques exigían un gran esfuerzo intelectual para la plantilla.

Los automatismos debían ser adquiridos despacio, sin saltarse pasos. Pero el equipo ya iba mostrando su potencial. El juego de La loba pronto se volvió reconocible. Asociativo y con las líneas muy adelantadas; ordenándose con el balón para así poder atacar y defender –presionar- mejor. Combinaciones, pases cortos y búsqueda del tercer hombre: La Roma de Luis Enrique definitivamente había aterrizado, las ideas del entrenador ya estaban ahí.

Así, el equipo fue para arriba en la clasificación, pero sin alcanzar la regularidad definitiva en los resultados. Parte de culpa la tenía la endeblez defensiva del conjunto, y sobre todo, algunos problemas que a veces asomaban en la salida de balón, que impedían que el conjunto romanista llegase a ser todo lo compacto que debía ser. Esto terminó por ser un gran desgaste ya que cuando parecía que si la moneda salía cara podrían engancharse definitivamente al tren de Europa, salía cruz. La situación de inestabilidad volvió a instalarse en el ambiente –esta vez para no marchar más- y la derrota en casa contra la Lazio en un partido marcado por la temprana expulsión del portero local terminaron de poner todo patas arriba.

La presión de la prensa sobre un entrenador que ya de por sí se exigía como el que más –es una persona que vive visceralmente su trabajo, por lo que los resultados han influido mucho, llegaría a declarar Franco Baldini- era cada vez mayor y el nombre de Zeman comenzaba a asomar en todas las tertulias. Parecía que ni la remota entrada en Europa reconvertiría la situación y cuando esta finalmente no se produjo todo se cortó abruptamente: una racha de 5 partidos seguidos, entre la jornada 33 y la 37 cerraban toda posibilidad de continuación: Luis Enrique dejaría de ser entrenador de la Roma.

Se cerraba así su segunda etapa como entrenador, la primera en la élite. Una etapa turbulenta, con muchos altibajos y que se acabó demasiado pronto. La coincidencia unánime es que a Lucho le faltó tiempo para desarrollar su idea. Su enfrentamiento con la prensa, el desgaste al que el mismo se sometió, y una relación demasiado fría con la hinchada terminaron con el proyecto demasiado pronto. Sin embargo también sirve para rescatar aspectos positivos: un vestuario –empezando por los capitanes- que terminó a muerte por él, y una idea de juego que se mostró aplicable. Luis Enrique, aún en las malas, había sido Luis Enrique: solo faltaba esperar por los jugadores y el club adecuado.