El botánico alemán Anton de Bary fue el primero en acuñar el término simbiosis como: “La vida en conjunción de dos organismos disímiles, normalmente en íntima asociación, y por lo general con efectos benéficos para al menos uno de ellos.» Si ha habido una relación asociativa y simbiótica entre dos jugadores, que ha marcado la identidad de este club los últimos años, genio aparte, esa ha sido la que se ha producido entre uno de los medio centros y uno de los interiores, más especiales del fútbol internacional.

La transición ofensiva del Barça siempre ha sido tremendamente especial. Nunca bien valorada, pero sacar el balón limpio y jugado por el centro sí o sí, mediante algo tan sencillo como ocupar el espacio dejado por el mediocentro por parte de un interior de posesión y que dicha salida no tenga casi ningún tipo de penalización en pérdidas era, además de una marca del carácter del fútbol del club, una ventaja sin precedentes en el fútbol moderno.

La tendencia, cada vez más pronunciada en los equipos de élite, es que sean los centrales con ayuda de unos laterales que se proyectan al centro del campo y un medio centro que se incrusta entre ambos centrales, los que permiten una llegada limpia del balón a los interiores o incluso a los puntas del equipo.

Y de esa tendencia parece que el Barça no se va a librar, pero claro, en ese punto nos encontramos que tenemos un par de piezas en la plantilla, una de ellas indiscutiblemente titular, especializadas en otros mecanismos de juego.

Que Sergio Busquets es un medio centro de talla mundial y bastante sui generis creo que son dos hechos irrebatibles. Su lectura de la jugada es ciertamente intuitiva, tanto en transición defensiva como ofensiva, donde procura ser ese mediocentro “inexistente” con una ligera participación en el juego, mero nexo de unión con los interiores, cuando no directamente con tendencia a desaparecer de la jugada. Digamos que es un medio centro complementario, sin la “personalidad” suficiente para dotar a la jugada de un valor añadido. Lo que yo denomino un mediocentro sobre todo de apoyo.

Su tendencia al primer toque y su relativo rango de pase le delatan. Su socio ideal es un interior precisamente de posesión y con un buen desplazamiento de balón, además de una capacidad superlativa para conservar la pelota; definición, si no me equivoco, de Xavier Hernández.

En transición defensiva Busquets no decide, su intuición decide por él, y su intuición es valiente a veces hasta podríamos decir que es inconsciente. Le indica siempre ir, buscar, encimar, anticipar. No ha lugar para la temporización. Y eso cuando el resto del equipo cierra espacios, presiona, no deja huecos, ni a espaldas del nuevo cinco, ni apoyos en corto del jugador presionado, le convierten en el mediocentro idóneo. Pero al que se le ven las costuras si eso no sucede así.

La exigencia en este nuevo Barça de Luis Enrique parece que demanda un mediocentro con más peso en la jugada, más protagonismo en la misión de que el balón llegue limpio a la siguiente línea. No se demanda a un mediocentro fantasma, sino más bien lo contrario, un mediocentro con una presencia en la jugada desde la base que puede llegar a resultar obscena.

Y además, ese interior único e inimitable del que hablábamos antes, empieza a estar presente sólo en los entrenamientos y en las ruedas de prensa…

Cuando un niño nace, el último paso que certifica su nacimiento, es el corte de su cordón umbilical que le ha unido nueve meses a su madre. Ha llegado el momento, en el que el indudable talento de Busquets, saque las tijeras…