Fue más noticia fuera que dentro de los terrenos de juego. Fue más noticia por su -sobre-precio que por su juego y, para más inri, su encaje en el equipo sigue estando en el mismo punto desde que llegó. Ha pasado un año desde que aterrizó en Barcelona procedente del Santos y Neymar Júnior afronta una temporada que será clave en su carrera como futbolista en Europa. A pesar de todo lo sucedido, al primer año se le otorga al brasileño el beneficio de la duda.

Y es que no fue una temporada fácil la anterior, ni para el club ni para el jugador. Cuando apenas arrancó la pretemporada de manera oficial, a Tito Vilanova le diagnosticaron una nueva recaída del cáncer, que le obligaba a dejar el cargo de su vida para intentar recuperarse. En su lugar vino Gerardo Martino, quién había causado sensación en Sudamérica llevando a Newell’s a las semifinales de la Libertadores. Del técnico rosarino se esperaba una visión distinta del fútbol que enriqueciera un modelo necesitado de nuevas vitaminas.

A Neymar, por su lado, se le convenció de que llegaba a un equipo que jugaba por y para Leo Messi, el mejor futbolista del mundo. Por primera vez en su carrera, el jugador brasileño no iba a jugar dentro de una estructura colectiva que se construyera alrededor suyo, y ya por entonces su encaje con Messi se visualizaba tan estimulante como conflictivo. El paso de la temporada nos dejó con pocos meses en que ambos futbolistas pudieran coincidir sobre los terrenos de juego, debido a los problemas que tuvieron con las lesiones. A su vez, el Tata Martino no supo cómo revitalizar la idea de juego sin traicionar las esencias y su equipo fue perdiendo fuerzas a medida que fue avanzando el curso, hasta quedarse en nada.

Hasta ahora, la llegada de un nuevo entrenador– Luis Enrique– nos ha ido dejando algunas pistas sobre las ideas del técnico asturiano. A priori, su principal objetivo pasa por recuperar los principios del juego de posición para fortalecer, de nuevo, la estructura colectiva de un equipo que ha ido a menos en los últimos tres años. En esta tesitura, uno de los grandes retos de Luis Enrique será resolver el encaje entre Messi y Neymar, y eso pasa inevitablemente por mejorar las condiciones de juego del brasileño.

En su primer año, Neymar tuvo que adaptarse al Messi-sistema y asumió las responsabilidades de acompañar al argentino en la delantera como extremo puro, más allá de algún experimento puntual. El brasileño cumplió con su cometido, pero nunca estuvo cerca de aprovechar todo su potencial. Esta pretemporada, Luis Enrique ha diseñado un 1-4-3-1-2 que, sobre el papel, facilitará la adaptación de Neymar como elemento clave del Barcelona. Partiendo desde el extremo izquierdo, el lateral de su banda– Jordi Alba– le liberará de fijar por fuera; el interior– Iniesta– le dará tiempo y espacio para recibir por dentro y juntarse con Leo y, el supuesto delantero centro– Suárez–, le limpiará de defensas el camino hacia la portería.

No es ninguna banalidad, por lo tanto, afirmar que buena parte de las posibilidades de éxito de éste Barça pasan por las botas de Neymar. El mayor reto tanto para el club como para el jugador será encontrar la fórmula para adaptarse de manera eficaz dentro de este equipo, respetando las bases de una idea irrenunciable. Para ello, el brasileño cuenta con la total confianza de su entrenador. Ahora le toca a Neymar poner el resto.