El Athletic vive enamorado de un recuerdo. Un juego le hizo nacer y sólo quiere recordar aquella mirada, la de las primeras veces, los primeros años. Los buenos tiempos. El fútbol sólo es una pequeña parte del mundo pero el Athletic de esto sabe un rato: representa la forma de vivir la vida de una minúscula parte frente al mundo entero.

El fútbol podría haberse olvidado de ellos pero lo cierto es que, cada cierto tiempo, se preocupa de dedicarles una sonrisa y un dulce beso en la mejilla que estremece desde la melena hasta la cola. Tengo para mí que el viejo fútbol, más grande que ninguno y astuto como una zorra, no puede olvidarse del Athletic. No puede porque no quiere. Ve en sus ojos verdes el reflejo de la mejor versión de sí mismo. Como el recuerdo que todos tenemos de nuestra infancia o juventud que nos hace sentirnos confortados y protegidos. La que un día fue y abandonó porque se hizo célebre y millonario, admirado por todos y adorado a ciegas. La que un día fue y ya no volverá. Jamás.

Sabe bien el fútbol cómo es el Athletic. Tozudo, familiar y sensible, muy sensible. Y sabe bien que a las personas sensibles se les conquista con muy poco, pero cuando se les pierde, se les pierde para siempre. Este año le ha dedicado una sonrisa especial, mirándole a los ojos y acompañada de un beso que ha desmayado por completo a todos. El Athletic, que estrena un estadio tan bonito que ha sido capaz de mitigar el dolor por el derribo de la vieja catedral, va a jugar la fase de grupos de la Liga de Campeones, después de una temporada brillante y una noche para el recuerdo frente al Nápoles.

Inconscientes leones, pagados de sí mismos, con el pecho hinchado y la marca de los labios aún visible en su mejilla, llegan el sábado a Barcelona sintiéndose capaces de todo. Y Barcelona tiene algo de punto de inflexión, de prueba del algodón para saber quién engaña a quién: si la fantasía al Athletic o la realidad a la fantasía. Porque en el Camp Nou ya van diez temporadas seguidas perdiendo sin remisión y el Barça ha sido responsable de las peores derrotas del equipo en las últimas décadas, sea por grosor o por trascendencia.

En el campo, la batalla se presenta, a priori, más incierta que en años anteriores dentro de la evidente desigualdad. Del nuevo Barça de Luis Enrique sólo sabemos que va a ser fiel a la misma idea de estos últimos años, pero desconocemos cómo nos la va a contar. Además, hasta dentro de un mes y medio no van a poder jugar juntos Messi, Neymar y Luis Suárez y es fácil suponer que de la conjunción de los tres va a depender en buena medida el camino y la meta del nuevo proyecto. Por eso, y porque ya sin Xavi como pilar del sistema es difícil prever hasta dónde se elevará la posesión de la pelota y hasta cuándo esperarán para arriesgarla, el Athletic siente que llega a una cita con incertidumbres. Difícil, pero con incertidumbres. Sólo está seguro de una cosa: Aritz Aduriz es su carta de triunfo. Defenderle por tierra y aire es un reto para los dos centrales que guarden el área del Barça.

La nueva temporada en Bilbao ha arrancado desde premisas muy similares a la anterior. Para cualquiera, resulta sencillo reconocer las señas de identidad del equipo que terminó en cuarta posición la pasada Liga. Incluso la salida de Ander Herrera -probablemente el mejor futbolista de la plantilla y fundamental asentando posesiones y combinaciones en campo rival- ha tenido un impacto relativo en el sistema en cuanto a automatismos. En nivel, lógicamente, sí ha hecho más daño. Valverde ha decidido dar la alternativa en el puesto a Beñat pero cunde la sospecha de que probará pronto otras opciones. La más ilusionante es la de Unai López, cuya irrupción en el primer equipo reconforta convicciones filosóficas. Y futbolísticas también, porque el “cachorro” tiene una pinta formidable.

Otra novedad la encontramos en la salida de balón. Valverde ha ajustado movimientos y ensaya al menos dos mecanismos de salida distintos -además del envío directo sobre Aduriz buscando continuación y segunda jugada-, ambos con el excelso Iturraspe como punto de partida, y ambos entrañando un considerable riesgo en la trampa para incautos que es el Camp Nou en este sentido. Porque si uno se preocupa de construir para salir y de dibujar una base de la jugada elaborada, levantar la cabeza y accionar mecanismos en el amplio césped azulgrana debe de ser un placer. Pero el placer se interrumpe de golpe al mínimo error de tiempo o precisión que se tenga. Por eso, probablemente variará la actitud bilbaína en campo propio, según le corresponda la pelota por pérdida del Barça -dependiendo, además, de dónde se produzca esa pérdida- o por inicio de la jugada desde cero.

Hay otros pequeños matices que el aficionado barcelonista apreciará en su rival del sábado. Por un lado, el dulce momento de Ander Iturraspe e Iker Muniain, dos nombres clave para las posibilidades del Athletic en el partido. Que el equipo logre asentarse en campo del Barcelona, salvando la situación más delicada -pérdida que obligue a correr hacia atrás, defecto estructural desde tiempos inmemoriales- depende del primero; que el sistema defensivo azulgrana se gire, en buena medida, del segundo. Por otro lado, los problemas físicos y futbolísticos de Carlos Gurpegui y Andoni Iraola convirtieron el flanco derecho de la defensa en un auténtico talón del Aquiles rojiblanco. Valverde ya parece haber otorgado a Óscar de Marcos la vitola de titular en el lateral más allá de su naturaleza de comodín ganador. Si prevé que vivirá más de lo habitual defendiendo cerca del área, tal vez recurra a Mikel San José como central.

La convicción del león es firme, sin cobardías ni entredichos. Ciego de pasión, la belleza del triunfo y el poder de los besos le han demostrado que lo más bonito que se puede hacer por amor es no tener dudas. Y allá va, desde una pequeña parte del mundo hasta el lugar donde habitó, hasta hace muy poco, el asombro y la admiración del mundo entero.