Avisaba Luis Enrique en la previa que no sentía un cosquilleo especial por debutar como entrenador en la Champions, y la verdad es que no engañó a nadie. La alineación en liza, con hasta siete jugadores que estrenaban titularidad en el presente curso, le restó solemnidad al encuentro… y al juego. Los culés completaron un partido correcto, competitivo y académico pero carente de gracia. El plato quedó presentable pero acusando la falta de algún ingrediente que golpease el paladar del exquisito consumidor.

Este ingrediente bien pudo ser la velocidad de balón. Es algo que ya tenemos apuntado sobradamente: el juego de posición y posesión culé exige una precisión técnica altísima y una velocidad al mismo nivel. La pelota debe llegar al compañero en altura y espacio preciso pero con ritmo para mover al contrario. Y si el contrario es uno como el APOEL que no mostró reparos en acostarse en la frontal del área –y dentro de ella- con dos líneas de cuatro más los dos atacantes muy implicados en tareas defensivas, con más razón.

En el primer tiempo al Barça le faltó brío para que las cadenas de pases llegaran a buen puerto. Acusando la falta de un hombre libre por dentro y por el centro –entre las dos líneas chipriotas apenas había espacio, pero además los atacantes culés se situaban entre central y lateral, muy raramente entre centrales-, los culés se encontraban pero sin descoser a su rival. Además, el equipo de Giorgos Donis conducía el tráfico hacia los costados, consciente de que aquí podía cambiar duros a cuatro pesetas: la salida ofensiva compensaba respecto al desempeño defensivo.

Los de Lucho cuando el ataque posicional se asentaba plantaban a los laterales en zona de extremos dejando el ya conocido latifundio a sus espaldas, y por ahí estaba la salida del APOEL. Para cubrir el riesgo de la subida de los dos brasileños, los interiores debían estar muy pendientes para saltar a la presión, pero cuando eran superados el desajuste se volvía importante siendo siempre solucionado por un Piqué que redondeó su gran primer tiempo con el primer gol.

Si no llegó a ser el mejor de la primera parte fue por la rotunda y competitiva presencia de Samper. Sin estridencias, con sobriedad y con peso –como debe comportarse un mediocentro-, el perfecto canterano blaugrana dejó su sello en el partido. Con una lectura excelente del juego siempre estuvo bien situado, subiendo o bajando su altura según la exigencia de la línea atacante del APOEL. Para entendernos: atacando, defendía. Siempre encontrado por sus compañeros porque siempre estaba bien situado –como caminando por una línea vertical imaginaria que unía los dos puntos de penalti-, su posición nunca desatendía la primera línea de peligro chipriota.

Su juego con el balón redondeó el acto. Siempre tenso y en el momento preciso, el cuero nunca fue arriesgado en sus pies y la jugada nunca perdió sentido. Tapado un poco en el inicio por un Xavi que muchas veces se situaba junto a él en el inicio de la jugada y otras tantas era el receptor de su primer pase, fue ganando peso y encontrando compañeros a medida que pasaban los minutos. Quizá le faltó tempo para acelerar un poco el ritmo, pero sin duda de lo más ilusionante junto con las arrancas de un Neymar que fue el único que desbordó y agitó por dentro.

El segundo tiempo fue igual en –escasa- productividad ofensiva pero mucho peor en la transición defensiva. El Barça pasó a defender peor porque empezó a perder más balones con muchos jugadores muy proyectados. Fue el período en lo que llevamos de 2014 en el que más y peor se transitó del ataque a la defensa. La espalda de los laterales no era compensada ni con retorno de ellos ni con presión/recuperación de los interiores –se echó mucho de menos en esta faceta a Rakitic-, y así los dos defensas centrales volvieron a quedar expuestos, y solos, como ocurría antaño.

La cosa no fue a mayores pero sí sirvió para comprobar que ter Stegen tiene manos y para echar un poco de agua al vino al arranque culé esta temporada. Hasta ahora se habían visto problemillas como cierta carencia de gol, de ocupación en la zona de mediapuntas o de juego interior. Pero eran subsanados por el ímpetu de un equipo que se había contagiado de la pasión juvenil de su entrenador. Algo que hoy no se vio: el Camp Nou olió a naftalina. Es posible que solo haya sido de forma puntual por tantos cambios en un mismo once inicial. Estas cosas no suelen salir bien.