Día de Todos los Santos, un teatro vestido de blanco y una semana anunciando desde Madrid “El partido del miedo”. Aunque llegaba el Barça líder (+4), parecía que la inercia mediática del equipo de Hierro, Redondo y Seedorf voltearía el campeonato y desarmaría el puzzle de Van Gaal. El profesor holandés, amigo de la sorpresa táctica, devolvería a Hristo Stoichkov al equipo titular y propondría una resistencia a los elementos que parecía seguro de encontrar. No se equivocó Louis, un Bernabéu entregado a un equipo que salió al grito de «¡Jumanji!» y que recibió un bofetón a los cinco minutos con el gol de Rivaldo en la primera aproximación del equipo catalán. El brasileño, uno de los mejores futbolistas que han vestido esta camiseta, tendría mucho trabajo en lo propio y en lo ajeno. Señalado por Van Gaal como la referencia de todo su entramado, tendría que desplegar todo un recital de calidad técnica y lectura individual para adornar un equipo que había salido atado al rival. Atadura táctica que se vería reforzada apenas 20 minutos después de la bofetada al alba, Abelardo entraría al campo sustituyendo a Ivan De la Peña. Lo pelat abandonaría el campo con la mirada perdida, dando la mano a su entrenador como quien encapucha a su verdugo con resignación.

Recién arrancada la segunda parte, Raúl, en el primer fallo defensivo reseñable del Barça –Figo en un adelanto de lo que pasaría un par de años más tarde- pondría el 1-1 y la sonrisa en las gradas del Bernabéu. Unas gradas que durante muchos partidos castigaron al 21 azulgrana que vistió la camiseta blanca durante cinco temporadas y más de 150 partidos. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, un minuto después del empate, un pase largo del Reiziger a la espalda de la defensa blanca, termina con un rechace que roba Luis Enrique en 3/4, diagonal interior hacia el área y a la cesta. Golazo del asturiano que desfiló estirándole la camiseta a la tribuna que le vio correr como lateral derecho, interior o extremo. “¡Toma!”, su grito habitual con el brazo derecho en cuchara de abajo arriba. Estocada en medio del éxtasis, como si el destino hubiese querido poner la petaca cerca y dejar apenas un lingotazo que no llegó ni a la campanilla. El sábado el 21 vuelve al Bernabéu, como azulgrana, pero esta vez no será titular, verá el partido desde el banquillo, en la banda de esa tribuna a la que atragantó en el 97. Muchos esperamos alguna sorpresa, parafraseando a Pep, acostumbrados a gestas históricas en el campo del decacampeón de Europa y a propuestas tácticas que merecen líneas bíblicas.

Diez minutos tardó Suker en perforar el muro de Ruud Hesp, otra vez levantó la moto el Real Madrid con medio cuerpo arrastrando por el asfalto. Y otra vez, en un contragolpe, le reventó el Barça la rueda al equipo de Heynckes con una de las celebraciones más desafortunadas que recuerdo. Giovanni finalizaba una contra conducida por Luis Figo para poner un 2-3 final que ponía en +7 la diferencia entre ambos equipos en la clasificación. El sábado, a las ocho de la tarde, cuando nos levantemos de una larga sobremesa de fútbol y cine, la foto puede repetirse y sacar al Barça guapo otra vez, con más puntos a su favor de lo que los argumentos futbolísticos nos han dicho hasta ahora. Y si no, saldrá líder igual. Menos guapo en la foto, con ojeras y dudas en el cogote, pero sin olvidar que estamos en octubre, esto es un proyecto nuevo y como dice un amigo “LA IDEA está clara” aunque falta saber como la vamos a jugar. De momento, que Luis Enrique vuelva a celebrar en “la madre de todas las batallas”, como él definió a aquel clásico del 97. Viendo lo que éramos entonces, gestionando la salida de Johan Cruyff y sin la esencia futbolística que hemos adquirido la última década, pase lo que pase el sábado tendremos que saber que nuestro crecimiento pasa por competir ante el mejor equipo del momento. El Real Madrid es el más fuerte, ha girado la marcha del tiempo de manera esperable y lógica, y si sabemos sentarnos en el sofá conscientes de que crecemos desde el rincón del aspirante, hay bases para terminar siendo el equipo que todavía no somos.