Según uno va entrando en una edad que podríamos denominar «madura», se va dando cuenta que cada vez tiene más historias que contar y, porque no decirlo, menos por vivir.

Corría el año 2005, finalizaba la que había sido una temporada de transición para el Arsenal de Wenger, previa a la que a la postre sería una de las mejores temporadas del club inglés, que ya no sería el de los Invencibles, pero sí el de un Henry tan poderoso, que llevaría a su equipo a la memorable final contra el Barça en París en mayo del 2006.

Highbury, un estadio histórico como pocos, capaz de identificar a todo el norte de Londres, finalizaba la temporada previa a su demolición. Y todo coincidiría con la penúltima temporada de un verdadero icono en la historia de los gunners.

El camino que va desde el Metro con parada homónima al estadio, hasta las puertas del mismo, está poblado de pequeños restaurantes callejeros, fish&chips y pintas de cerveza pasándose, a la misma velocidad que el doce francés dejaba atrás rivales en el césped, de la mano a las gargantas de los aficionados gunners.

El ambiente prepartido era tranquilo, aunque se mascaba cierta expectación camuflada entre la típica niebla londinense; podía ser la última temporada de un holandés que había hecho las delicias de aquel Arsenal de los Invencibles; Dennis Bergkamp. Y también auguraba la reaparición tras lesión de El Rey, el único, el santo y seña del equipo. Ese jugador al que medio Londres amaba y colgaba de él sus sueños, y el otro medio desearía colgarlo del palo más alto.

Que Highbury es un estadio especial lo saben, lo sabemos, todos aquellos que hemos olido su césped. Porque ese coqueto estadio no se ve, se huele, se siente casi desde que uno sale del suburbano y se topa con él al girar una esquina cualquiera, hasta que se acomoda en sus históricos asientos.

Corría el minuto 60 cuando se anunciaba por megafonía la reaparación tras lesión, sí una de esas malditas lesiones musculares que le acompañarían hasta el final de su carrera gunner, del magnífico doce burdeos.

No es exagerar decir que la figura longilinea de Titi le hace parecer más alto que rivales que probablemente midan más que él, pero supongo que es la corona la que engaña su altura. Nada más salir al terreno de juego el estadio parece encojerse en un puño, la expectación es tal que hasta el equipo rival se ensimisma preso de cierto estupor, ante lo que todo el mundo sabe que va a ocurrir, como si en vez de formar parte de ello, de ser la víctima, pidieran sitio en una butaca a ras de hierba.

Y así es, Henry toca su primer balón y amaga con una arrancada desde más allá de la medular y no menos de dos rivales del Everton caen al suelo, como si la alfombra verde del Arsenal Stadium se hubiera convertido en hielo. Y al menos otras tres camisetas azules se petrifican en una mezcla entre terror y admiración. El resto reculan absortos. El público que hasta entonces jaleaba al gladiador local muta hacia un estruendoso silencio… No hizo falta más para darme cuenta que estaba en presencia de un hecho histórico, una comunión singular entre el héroe y su enorme séquito enfervorizado.

Posteriormente y como corolario a la tremenda goleada de la que fui testigo, si no recuerdo mal el Arsenal venció por siete a cero, Arsene haría entrar al campo al otro homenajeado de la noche. Un Dennis Bergkamp que no pudo reprimir las lágrimas, al igual que el resto de testigos de ese magnífico evento no pudimos contener la piel de gallina, cuando cincuenta mil gargantas cantaban aquello del «One more year«, en clara referencia a una posible renovación del contrato del holandés que expiraba esa temporada que ya llegaba a su fin…

Solo una vez que volví a mi hotel en King’s Cross y en la tranquilidad de la noche, pude darme cuenta que no había sido un sueño, sino que había sido testigo de algo tan real, como histórico. Lo que no imaginaba es que volvería a ver a El Rey esta vez lanzando diagonales desde la cal del once en el Camp Nou. Y saliendo victorioso de aquel invento del «nueve mentiroso» que otro genio crearía para, esta vez sí, reinar de verdad también en Europa…