CUANDO FUIMOS LOS MEJORES

Cuando fuimos los mejores, partidos como el del domingo en San Mamés nos arrebataban el temple, la pausa y la homilía. Abríamos el portón a un gigante pero enfrentábamos la misma arrogancia, la misma petulancia, la misma pose de elegancia. Igual de inconscientes del dolor de la derrota en el porvenir.

Cuando fuimos los mejores, no agachábamos la mirada ni para comprobar el firme que pisábamos. Nada nos detenía, nadie osaba encontrarse en nuestro camino. Cuando fuimos los mejores, como cantaban Loquillo y sus Trogloditas, nuestro otro yo nos acechaba; mercaderes de deseos, habitantes de la nada. En aquel entonces, “la vida no se pagaba y en todas las esquinas nuestra juventud se suicidaba”. Todo eso sucedía cuando fuimos los mejores.

Estamos en 2015, y el Athletic acostumbra a encontrarse al Barça en el momento menos aconsejable. Si llega a dos finales de Copa un cuarto de siglo después, se da la circunstancia de que también lo hace la era más brillante de la historia blaugrana, para ganar el primero y el último de sus títulos. Si la temporada pasada soñaba cerca de los mejores con volver a la Liga de Campeones, el Barcelona visitaba Bilbao en la jornada 15 invicto, y con todos sus partidos ganados, salvo un empate. No debe sorprender, pues, que este domingo los leones tengan que jugar con el mejor Barça de la temporada.

A pesar de los pesares, el Athletic lleva tres campañas seguidas sin perder en las visitas blaugranas a la Catedral. Lo ha hecho con un planteamiento, una idea y un espíritu casi idénticos, incluso con el mismo dibujo táctico (1-4-1-4-1). Y lo ha hecho ante tres «Barças» distintos pero iguales. Presión alta, intensidad elevada y constante, persecución al par tras pérdida -estricta y hasta el final, con Bielsa; estrecha y hasta recuperar fase, con Valverde-, pases tensos y verticales buscando los costados en campo rival, porque el tamaño en fútbol sí importa: larga es la pérdida, largo es el rechace.

Ocurre que el sistema que parece consolidar Luis Enrique hace pender de un hilo sobre un abismal precipicio a un planteamiento de partido semejante. Este Barça no se desvela por partirse ni abjura del fútbol más directo y en emboscada. Da menos vuelo a los interiores, juntando mayor número de efectivos tras la pelota, y busca el circuito más directo para activar a sus tres fenómenos de vanguardia, abriendo a Messi en la orilla derecha como en sus primeras exhibiciones profesionales. Lio, Neymar y Suárez, ayudados por un lateral de costura, Alves, y uno de ruptura, Alba, tienen -casi- toda la munición ofensiva del equipo. Suficiente para quitar la vida a cualquiera sin tener que desenfundar.

El Athletic tiene dos ausencias que lastran su plan previsible. Son dos jugadores finos y elegantes, pero cuya ausencia va a tener un primer impacto en las fases de juego sin balón. Ander Iturraspe está lesionado y Andoni Iraola, sancionado. Tal circunstancia dificulta alinear en la media punta a las dos mejores opciones para Valverde, Mikel Rico y Óscar de Marcos, salvo asumir el riesgo de apostar por una solución innovadora -como sería la de Unai Bustinza en el lateral o Carlos Gurpegui de pivote- que no casa bien con el talante del Txingurri.

El puesto de media punta tiene una importancia capital en este partido, pues frenar la salida de balón del Barça y evitar o, al menos, entorpecer -o, en la menos letal de las soluciones preocupantes, retrasar- la activación y recepción de Messi u otro punta va a ser la clave de la supervivencia del león. En el inamovible esquema de Valverde, ese media punta tendrá que alternar primera y segunda línea de presión, escalonándose con Aduriz y Rico, que volverá a hacer de cremallera del sistema, según oriente su salida el Barça. El rol requiere, pues, calidad táctica para interpretar e intensidad defensiva para proceder.

De entre las opciones disponibles, Beñat Etxebarria y Unai López tendrían un impacto similar en el escenario: no leen mal pero les falta técnica defensiva -agudizado en el caso del «cachorro» por su físico aún por madurar- aunque dotarían de precisión y pausa la posesión en campo rival. La alternativa más probable es centrar la posición de Iker Muniain, que se entiende de maravilla con Aduriz cuando juegan alineados y que puede girar al Barça hacia su portería con su primer cambio de ritmo y dar una mala noche a Busquets en el rellano de la frontal. Como contrapartida, que el carácter decisivo del puesto lo hemos planteado en el juego sin balón, y ahí Iker suele perderse cuando juega centrado, además de dejar el duelo con Alves en el carril -otro puesto importante, porque Dani conserva su papel clave en todas las alturas del juego ofensivo blaugrana- a Ibai Gómez o a Unai López, lo que supondría empezar con algo parecido a una vía de agua en canal.

La mejoría colectiva culé en la defensa de jugadas a balón parado minimiza un arma importante, y el buen momento individual de Gerard Piqué amenaza al recurso más fiable de la manada, Aduriz. Así que el Athletic está obligado a confiar en su intensidad en la presión, en una actuación sin fisuras de la parcela izquierda de su defensa -Balenziaga, Laporte y Rico forman el mejor eje posible para intentar aguantar la estampida de Messi- y en que Neymar no reciba muchas veces con horizonte despejado en el otro costado. Y cuando recupere, en que Aritz mantenga distraído a Piqué y la segunda línea demuestre una capacidad para llegar y aprovechar espacios a las espaldas que esta temporada se sigue haciendo de rogar.

La visita del Barça a Bilbao siempre nos recuerda a cuando fuimos los mejores. ¡Qué momentos! ¡Qué alegría! Gente de aquí, de allá, buena gente en torno a unos colores. Abuelos, padres y nietos, una gabarra, la familia y una ría.

Hablar de recuerdos siempre nos lleva a lo mejor de la memoria. Que a nadie se le olvide cuando fuimos campeones. El alirón del Athletic campeón es una historia que contamos de niños a cachorros, y de cachorros a leones.

La contamos desde no sé cuándo, pero no nos preguntes dónde ni cómo. Porque hay algo muy cierto cuando somos lo que fuimos. Si uno olvida la gloria, siempre fuimos lo que somos. Somos los mejores, los mejores nos sentimos.

Y, aunque sólo sea por eso, merece la pena intentarlo.