En la que es, probablemente, la mejor película de David Lynch, el protagonista sufre el síndrome de Proteus, con malformaciones varias en distintas partes de su cuerpo, que le convierten en objeto de observación, estudio y a veces burla por parte de los distintos estamentos sociales en los que, a lo largo de su vida, se va encontrando. Curiosamente al final de su existencia se demuestra que dichas malformaciones no implicaban precisamente un cociente intelectual menor, más bien al contrario; una persona con una inteligencia y una sensibilidad muy por encima de la media.

Busquets es, en cierto modo, esa rara avis en el Barça, cual John Merrick protagonista del film de Lynch, y sin que parezca exhibir unas condiciones especiales para la práctica e interpretación de este deporte, Sergio ha sido también observado con curiosidad a veces, admiración las más y hasta objeto de burla -gracias a Dios- las menos. No deja de ser curioso que un futbolista con estas características haya acabado siendo santo y seña del fútbol practicado en can Barça. Pero vayamos al contexto de toda esta historia…

El Barcelona lleva años discutiendo sobre el estilo. Sobre si no se puede ganar de cualquier manera. Sobre si lo importante es vencer desde el balón, dominando el encuentro. Sobre si solo se pueden utilizar las armas del juego de posición para llegar a la victoria. Sobre si solo se puede defender en campo contrario evitando en la medida de lo posible, la defensa posicional en campo propio. Sobre si no se pueden enviar balones en largo, rifados que diría otro, para alcanzar la portería rival en pocos pases. Sobre si no se debe descolgar a la delantera arriba para dejarla con espacios ante la defensa contraria y poder atacar el área rival en poco pases… Cada lunes vemos ese debate entre partidarios del “guardiolismo” a ultranza y del pragmatismo culé más rutilante.

Pero quizá el debate se equivoca, quizá el tema no sea la pureza del estilo como fin en sí mismo, sino como medio para conseguir la victoria. La naturaleza del equipo ha cambiado. No podemos obviar el protagonismo de Luis Enrique en la configuración de la plantilla de este año. No fue, como su predecesor, llegar a dos días del inicio de la competición, con la plantilla ya hecha. No. Lucho fue partícipe de ese plan. Pero lo que quizá el asturiano no tenía tan claro era el rendimiento que podían proporcionarle los miembros ya activos en la plantilla. No sabemos si Luis Enrique esperaba un Iniesta así, en clara decadencia. Un Sergi Roberto que no acaba de explotar hacia lo que hace unos años apuntaba. Un Xavi que, evidentemente, ya no puede ser protagonista de nada. Un Bartra que sigue siendo un quiero y no puedo, un buen cuarto central en esta plantilla. Un Jordi Alba al que le cuesta interpretar la pausa y el juego interior cuando se prodiga en ataque. En resumen, un juego en el centro del campo que ya no puede ser piedra angular de nada.

Pasamos del famoso Barça de los centrocampistas de Pep, cuando el de Santpedor siempre decía: “A mí dame un buen centrocampista, capaces de entender el juego, de ser futbolistas, que ya le encontraré una buena utilidad en cualquier posición en el terreno de juego”, a un Barça partido y dominado por un defensa imperial, de los que marcan una época, un Gerard Piqué antológico y dos porteros que, algo impensable este verano, están haciendo olvidar a Víctor Valdés. Y los ya famosos, tres tenores arriba.

Pero en medio sigue estando la clave, sigue estando el pegamento que amalgama el juego del equipo, pase o no pase tanto tiempo el balón en sus pies. Como ya indicaba Ecos del Balón en su “El Barça de Luis Enrique”, los mejores meses de competición han tenido como común denominador, aparte de lo obvio que ya hemos destacado antes, a nuestro particular “Hombre Elefante”, un Busquets protagonista. A veces no se entiende muy bien desde el puro análisis, el por qué de dicho protagonismo. Podemos quedarnos con lo mediático; con su supuesta velocidad en la distribución de la pelota, bueno, si esa fuera su característica principal tendría mucho mayor protagonismo en la salida de balón, y todos sabemos que la mejor virtud de Sergio en transición defensiva es “no estar”. Podríamos decir que su presión es vital para evitar las rápidas transiciones rivales, pero también caeríamos en el tópico, dada su pobre lectura de cuando ir y cuando aguantar, y buscar el cuerpo a cuerpo rival sea cual sea la situación de este en el terreno de juego. ¿Entonces? ¿Qué es lo que hace al propio Mascherano comentar antes del clásico “Ojalá Busquets llegue a tiempo para jugar este partido”?

La única respuesta, que como digo, quizá se sale de un puro análisis del juego, es la sensación que tienen los propios jugadores que el Barça es más natural y por tanto más fuerte, con el cinco en el terreno de juego. Y esa sensación, a pesar de que el análisis del rival de turno indica que “la espalda y los costados de Busquets son un punto débil a explotar”, incentiva que el equipo crea más en su fútbol, que no se desnaturalice tanto como con Mascherano en el terreno de juego. Que Busquets sigue siendo ese hilo del que era el equipo con “el mejor centro del campo del mundo”.

Hoy, a una semana de distancia del clásico, todavía se respira un aire de cambio entre la forma de entender este deporte por parte de blancos y blaugranas. La victoria fue para el que ahora mismo es mejor amigo del gol, pero el dominio del cuero, y por tanto del juego tal y como entiende el cruyffismo, se apellidaba alemán, croata, brasileño y malagueño. El centro del campo tenía acento madridista y eso es una batalla que el Barça no se puede permitir ceder. Y el de Badía es un general que ya venció en ese Waterloo y su fútbol, con o sin malformaciones, quizá sea el único que todavía se parece a sí mismo…