Costó mucho. Muchísimo. Pero el día por fin llegó. El fútbol es tan puñetero que hizo que el Barça ganara su 23ª Liga en el Calderón cuando un año antes, justamente el mismo día, el Atleti lo hiciera en el Camp Nou. Y es que esta Liga hubo que sudarla: de la ilusión inicial a la decepción, el “otro año igual”…hasta que el equipo hizo clic cuando peor estaba y todo cambió. Comenzó la remontada, la energía, la alegría. Del Barça de los interiores fantasmas, al de Xavi y finalmente al Barça de la MSN. Ha sido un largo camino y hemos llegado a él por todo lo alto, ganando una de las Ligas más reconfortantes que un servidor puede recordar.

Pero entrando ya en el partido, la verdad es que no parece que el del Calderón vaya a ser uno de esos encuentros que se recuerden por su desarrollo. El inicio, con un Barça muy desconectado -que parecía que todavía estaba en Múnich- lo intentó aprovechar un Atleti que tampoco fue tan intenso como puede ser si se lo propone. Pero tras dos buenas ocasiones de los locales, el Barça comenzó a salir de ese letargo gracias a sus laterales y a dos de los de siempre: Ney y Leo.

El encuentro se igualó en el ecuador de la primera parte e incluso se volcó a favor del Barça, pero el Atleti tampoco sufría en exceso. Bien posicionados, intentaron salir de forma constante tras robo, pero el Barça no pasó muchos apuros salvo cuando ese robo se producía arriba, donde entraban en juego los nervios y las acciones defensivas no eran tan precisas. Los blaugranas, en cuanto consiguieron que ese robo o pérdida se produjera ya en campo atlético, impuso un ataque posicional más firme pero que no aseguraba el gol.

Comenzó la segunda parte con un guión similar al inicio de la primera: el Barça esta vez estaba más impreciso que lento, y de nuevo el Atlético intentó golpear sin éxito. El partido entró otra vez en ese tramo en el que cada equipo jugaba con un ojo en el campo y otro en los banquillos, para ver si en Cornellà o en Mestalla pasaba algo. Pero lo que pasó fue Messi. Una pared, un control, un caño y gol. Visto y no visto, el Barça mandaba en el Calderón de la única forma en la que podían ganar sin Luis Suárez. Sin el trabajo del uruguayo, los rojiblancos disponían de una gran ventaja en su defensa; al no tener una referencia clara -ni tan insistente- como la de Luis, los colchoneros podían dar un paso adelante y a la vez disponer de más oxígeno en esa zona, obligando al Barça a atacar por fuera para tener éxito. El problema es que en ese plan apareció Leo, que es un experto en esto de hacer trizas horas y horas de trabajo del entrenador rival en unos segundos.

Así, con el marcador ya a favor, el Barça continuó con el mismo plan mientras el Cholo intentó agitar el árbol atlético sin éxito. Poco a poco, Luis Enrique fue cerrando el partido con los cambios el y éste murió lentamente, sin sobresaltos, con ambos equipos aceptando su sino. Y con el pitido final, el éxtasis. El propio Luis Enrique sonreía incrédulo ante el primero de los tres retos que ha superado en su primer año con el Barça. Un éxito que muchos -yo entre ellos, tengo que admitirlo- no veían que fuera posible en enero, tras aquella noche en Anoeta, o incluso antes, en diciembre con ese mar de dudas que era el equipo. Pero llegó justamente el Atleti al Camp Nou y todo cambió. Y evidentemente esta Liga tiene en la MSN una gran parte del mérito, mucho; pero digamos ya que Luis Enrique, por méritos propios, ha llevado este equipo a donde está. Se lo ha ganado.