Pelota o espacio, esa es la primera decisión que todo entrenador debe tomar ya no solo cuando diseña su equipo sino cuando visualiza un partido. Es la gran dicotomía del fútbol moderno: dominar el cuero o dominar el verde. La que te definirá y la que, conseguida con éxito, te llevará a la gloria. Una decisión que a veces puede costar más, pero que cuando no tienes a Messi, a Iniesta y a Xavi, los últimos dueños del balón protagonistas de la etapa más dorada y longeva del fútbol actual, se toma mucho más fácil. Así saltó el Barça al Sánchez Pizjuan, sin ellos, pero con ganas de tomar el espacio.

Fue después de unos 10 minutos canónicos, donde los culés distribuidos en un 433 simétrico y poco funcional por las ausencias recientemente mencionadas, decidieron dormir el juego. Como para frenar al ímpetu sevillista, o quizá para engañarle, los de Luis Enrique se vistieron de torero valiente y quizá inconsciente sorteando con más empeño que esmero al miura hispalense en una secuencia de pases que muchas veces llevaban más el ¡uy! a la grada que la alegría a su cuerpo técnico. Por eso duró poco.

Duró lo que Neymar tardó en alejarse de la banda, acercándose físicamente al carril del añorado Messi y psicológicamente a su liderazgo. El brasileño, bailarín con el balón, pronto comenzó a llevar la jugada a donde él consideraba que fuese importante por medio de sus conducciones. Calentándose en cada recepción, activó todo el ancho del campo -lo que a él más le gusta- para desde ahí ser profundos. Rakitic, Sergi Roberto, Alba y Luis Suárez no le seguían el ritmo, pero al menos estaban.

Fue el final del centro del campo, sí en algún momento este había estado presente. Siendo el 11 culé el canalizador del juego siempre a la espalda de Krychowiak y N’Zonzi, el Barça se entregó a las transiciones cuando tenía el balón, y a la presión alta cuando no lo tenía. Estaba claro: los buenos, los que iban a decidir esto, eran los de arriba, así que para ellos la pelotita el mayor tiempo posible. Pasa con esto que como decía Guardiola: «el balón, cuanto más rápido va, más rápido vuelve», y teniendo al Sevilla -experto en estas lides- enfrente, el riesgo se multiplicaba. Riesgo asumible y quizá inevitable por los jugadores y por la idea asumida: todo al espacio.

El Sevilla sabía que el negocio estaba a la espalda de Sergi Roberto y de Jordi Alba, no tanto por la incapacidad de estos jugadores en cubrir esa zona sino por la necesidad de los centrales culés de salir a banda y así descubrirse. Fue una factura que los de Emery ya cobraron el año pasado cuando mataron a un Piqué, a aquellas alturas de la temporada ya majestuoso, al sacarlo de la zona central. Hoy la situación volvió a ser ventajosa pero no tanto, porque Mathieu cerraba, corregía y despejaba muy bien, y porque Mascherano, pivote, se situaba en estas acciones en el centro del área, casi como un tercer central. Aún así, los sevillistas crearon peligro y consiguieron tiempo, sobre todo por la izquierda con un Trémoulinas que hacía mucho daño a Sergi, Ivan y Gerard -no así un Vitolo bastante bien controlado por Busquets en el otro costado-. Además, por ambas bandas, un Gameiro que más que francés parecía de Tasmania -por eso del demonio-, girando a la defensa a base de verticalidad y velocidad.

Pero no nos llevemos a engaños, aunque el gol estaba igual de cerca para los dos conjuntos porque lo buscaban con las mismas armas y porque filtraban de igual modo, era el Barça el que disponía, mandaba, y acumulaba las mejores ocasiones. Si el gol no se consiguió fue por falta de suerte y sobre todo por falta de viveza: Suárez o Piqué siempre arrancaron una centésima más lento que sus contrarios para poder perforar la portería. Al Barça el plan le salía y el intercambio de golpes amenazaba con compensarle porque si con la MSN funciona siempre, con un 66% de la misma también debía funcionar. Así se fueron al descanso, y así debía cambiar en la reanudación.

Pero lo que cambió fue el Sevilla que centró a Krohn-Dehli y asumió una actitud más decidida, agresiva y vertical -literalmente, desde el saque del centro del campo- con el objetivo de sorprender a su contrincante y golpearle. Y lo consiguió, por dos veces. Los de Luis Enrique sin su mejor defensor -Messi- y con varias dudas atrás, no están preparados para soportar un asedio como el que sufrieron durante casi 10 minutos. Un espacio de tiempo pequeño, pero a pesar de ello suficiente como para que el partido se pusiese muy cuesta arriba. Pero curiosamente tras esto, llegó lo mejor.

Tras una nueva buena dirección de campo de Luis Enrique -especialmente en ese Alves por Mathieu-, el equipo alcanzó su máximo. Como quien disfruta de una buena copa de whisky escocés mirando una chimenea encendida y con Beethoven sonando de fondo, el campeón se puso a jugar. Con tiempo por delante, con el balón en los pies, y con los espacios encontrándolos sin apenas esfuerzo, llegaban a la frontal sin prisa pero sin pausa, donde Neymar, Suárez y Rakitic eran encontrados. A partir de ahí, prolongaciones, dejadas, aperturas y paredes que colorearon los mejores minutos de la tarde y de la temporada, junto con el primer tiempo del Calderón. Con la cabeza despejada y con ese aura que da el haber ganado todo, consiguieron recortar el marcador y pudieron empatarlo y desnivelarlo. No se consiguió porque la de Sandro no entró como sí lo hizo la de Vermaelen contra el Málaga, la de Busquets en Mestalla, la de Iniesta en Stamford Bridge o la de Pedro en las Supercopas Europeas.

Parafraseando a Martí Perarnau, los culés en la última media hora larga tuvieron tres de los cuatro grandes protagonistas del fútbol: el balón, el espacio y el tiempo. Únicamente, faltó la suerte. También lo hizo Leo Messi quién dejó huérfano al equipo en la última jornada liguera y contra el Leverkusen. Hoy, no. Hoy, si acaso, los dejó huérfanos de cara al remate, pero no en la idea: el Barça sabe cómo ha de jugar durante el próximo mes y medio de competición.

LAS NOTAS

Bravo (7): Muy bien en la primera mitad con paradas de mérito e influyendo en el juego. Nada puede hacer en los dos goles.

Sergi Roberto (8): Nuevamente de los mejores del equipo, y esta vez también sumando desde el interior. Ganado para la causa completamente.

Piqué (5): Errático y sin energía en sus caídas a banda, cuajó un partido más de sombras que de luces.

Mathieu (4): Tras unos 45′ que han sido sus mejores de la temporada -no era difícil- falla en los dos goles. En el primero, el tener una amarilla le da excusa, pero el segundo es un fallo muy, muy grave.

Alba (6): Correcto en defensa aguantando a Vitolo, sumó en ataque sobre todo en la fase final.

Mascherano (5): Cumplió sin brillantez en el centro del campo.

Busquets (6): Se le nota incómodo en la posición de interior con el balón en los pies, pero defensivamente ayudó muy bien a detener a Vitolo.

Rakitic (5): Un nuevo partido de poco peso, salvado por sus apariciones en la frontal durante el asedio final.

Munir (6): No desentonó con el nivel de sus compañeros.

Suárez (6): Fallón y lento cara a puerta, rindió mucho mejor como jugador de equipo con continuas dejadas y paredes en la frontal que hicieron mucho daño.

Neymar (8): El mejor. Jugó, lideró, regateó y goleó. ¡Sigue así, Ney!

Sandro (5): La tuvo, y esto no es novedad, pero debe empezar a enchufar ya.

Alves (5): Ayudó a equilibrar al equipo aunque tuvo un par de fallos remarcables.